Una impresora sin tinta que cuando por fin empieza a funcionar emite un ruido insoportable; una sala repleta de televisores a todo volumen; una oficina sin luz natural; una redacción en la que la luz del sol entra por la ventana para dar directamente en la pantalla del ordenador creando reflejos que hacen que la lectura se convierta en un infierno; una de esas que, sin ventilación adecuada, hacen que cada día una colección de olores ponga a prueba nuestra supervivencia; una de esas que en verano es un caldero pero incluso en invierno también requiere que el trabajador acuda en manga corta, ya sea porque el aire acondicionado pase más tiempo roto que funcionando o porque, sencillamente, no tenemos acceso a regularlo o se hace imposible un consenso entre los distintos trabajadores, porque, por su disposición en la sala, unos pasan mucho calor y, a la vez, otros mucho frío…
La lista de esas pequeñas cosas que nos terminan por sacar de quicio en el trabajo es interminable. Podríamos continuar, de hecho, hablando de esos ordenadores que bien podrían usarse a modo de tostadora, porque su fuerte es más sobrecalentarse que responder rápidamente a las demandas del usuario. O quizás de la red sobre la que funciona, con una velocidad de Internet digna de los 90. Porque, aunque se suponga lo contrario, a veces la tecnología decide volverse en nuestra contra, –mención especial para los móviles personales que se convierten en móviles de trabajo que viajan contigo a casa para que, de cuando en cuando y con mayor o menor disimulo, el mensaje de familiares o amigos para salir a tomar algo se intercale con las ‘urgentes’ cuestiones de la oficina–.
En ocasiones, sin embargo, es todo mucho más sencillo: no es que no estemos a gusto en nuestro espacio de trabajo, es que a veces hay quien llega y directamente no tiene sitio donde sentarse. O vuelve uno de vacaciones y de repente resulta que el sitio que tiene ahora está en las antípodas del que tenía, en todos los sentidos.
Todo eso y más es lo que durante décadas estuvo estudiando la compañía ‘Steelcase’, quien desarrolló un análisis pionero que se concentró en evaluar el grado de compromiso y de satisfacción de los trabajadores a escala mundial teniendo especialmente en cuenta cómo eran las condiciones de su entorno de trabajo y las posibilidades que tenían dentro de él. Es decir, analizaban cómo de comprometido con la empresa estaba un individuo en función de múltiples variables asociadas, sobre todo, a su espacio laboral. Por ejemplo: en función de si el empleado pasaba calor en la oficina pero tenía acceso al aire acondicionado para regularlo. O si su ordenador iba verdaderamente mal pero tenía la opción inmediata de tener un repuesto y la posibilidad también de llevarse uno portátil al propio trabajo.
De este modo, escapando a análisis clásicos centrados en aspectos recurrentes como el sueldo o el tipo de contrato de cada trabajador, –sin ser por ello menos importante–, lo que hicieron fue concluir que hay una marea de pequeños detalles, factores y circunstancias que también merman día a día la satisfacción y el compromiso de los trabajadores. Y sobre todo que, por esa razón, un espacio de trabajo adecuado influye positivamente en la satisfacción de los trabajadores.
Parece de Perogrullo, pero lo cierto es que los resultados del estudio prueban que las distintas empresas tienen aún mucho por hacer en este sentido pese a saber de buena tinta, –como también prueba el informe–, que cuanto más satisfecho está un trabajador más comprometido está con su trabajo.
En el marco de una tendencia que se mantiene a lo largo de los últimos años, los líderes de las grandes empresas centran sus esfuerzos en construir hábitos dirigidos hacia “organizaciones más resistentes”, capaces de “adaptarse constantemente a las necesidades y condiciones” de un mercado cada vez más insensible, fiero y competitivo, al tiempo en que buscan innovar y reinventarse.
Y para todo ello, –aunque muchas veces haya quien parezca querer olvidarlo– necesitan del potencial humano; de personas que estén “comprometidas con el trabajo”, “preparadas para proponer nuevas ideas, crear nuevas estrategias y generar un flujo de productividad cada día”.
La cuestión es ¿de verdad el trabajador cuenta con un entorno y unas condiciones que le incentiven y motiven debidamente para estar en cierta sintonía con ese cada vez más inalcanzable y exigente propósito? ¿Se respetan las condiciones necesarias para que un trabajador pueda estar comprometido y satisfecho con su empleo? Lo cierto es que, en la gran mayoría de los casos, la respuesta se resume en un ‘no’. La realidad está muy lejos de esa pretendida estructura idílica y casi perfecta que a menudo presupone que los empleados son como máquinas autónomas, invariables y capaces de rendir siempre al mismo nivel. “La realidad es que no hay tantos trabajadores comprometidos y satisfechos como las empresas necesitan”, explica el CEO de ‘Steelcase’, Jim Keane.
Concretamente, analizando a 12.480 trabajadores en oficinas de hasta 17 grandes potencias económicas diferentes, llegaron a la conclusión de que más de un tercio de los trabajadores no están satisfechos, mientras otro tercio está a medio camino. Es decir, estos últimos ni están plenamente insatisfechos con su empleo ni se sienten unido a él.
Solo el 13% del global esta muy satisfecho y muy comprometido
Los más felices tienen más control y decisión sobre su espacio de trabajo
Hay que apostar más por la tecnología móvil
La jerarquización y las metas individuales no son el camino
El trabajo en equipo y las metas colectivas generan más satisfacción
Centrándonos en España, los participantes analizados por el informe de ‘Steelcase Global Report’ fueron 803, –muestra superior a la media del estudio–, arrojando unos resultados que invitan a la reflexión. Según éstos, nuestro país se situaría en torno al 7% en lo que se refiere a empleados muy satisfechos y muy comprometidos frente al 13% del global. O dicho de otro modo, somos los terceros por la cola; antepenúltimos, solo por delante de Bélgica y Francia en una lista que coronan India, con un 28%; México, con un 22%; y Emiratos Árabes Unidos, con un 20%, –países que por otro lado, y saliendo del análisis que concierne a este estudio, tienen mucho trabajo por hacer en otras materias... ya sea en seguridad, igualdad o en derechos humanos, entre otros–.
España está “por debajo de la media en todos los análisis métricos del estudio en lo que se refiere al grado de compromiso y satisfacción con el espacio de trabajo”. De hecho, los empleados españoles son los que peor valoran al ser preguntados al respecto de si sus empresas promueven la colaboración y el trabajo en equipo, así como si éstas consiguen motivarles y conseguir lo mejor de cada uno. Además, el informe subraya que son muy pocos los que tienen la posibilidad de elegir dónde desarrollar su trabajo en función de su actividad, a la vez que los niveles de tecnología móvil provista por las empresas son muy bajos, lo que sugiere, en suma, que “muchos empleados españoles están atados a sus escritorios, sin un sentido de empoderamiento o control sobre su espacio de trabajo”
Buscar metas colectivas y fomentar el trabajo en equipo en “espacios más transparentes y colaborativos”; proporcionar al trabajador “mayor control sobre su privacidad y facilitar que puedan realizar su tarea concentrados y sin interrupciones” son algunas de las sugerencias que propone ‘Steelcase’, que en el extremo opuesto sí destaca que España, no obstante, lleva tiempo haciendo esfuerzos muy positivos para atender a esas demandas dirigidas hacia nuevos estilos de trabajo y nuevos espacios encaminados a una mejoría general. No todo es negativo. Hay que decirlo en un guiño a la esperanza, pero aún quedan muchos más esfuerzos por hacer y a muchos niveles: la precariedad del empleo y la lacra de la temporalidad; una tasa de paro que no puede depender de los festivos, las vacaciones y la hostelería para maquillar sus números; los horarios y la falta de conciliación; la desigualdad salarial (cada vez mayor entre comunidades autónomas) y la brecha de empleo entre hombres y mujeres; y la creación de nuevos puestos de empleo en un contexto en el que 3 de cada 4 españoles considera que no ha alcanzado aún su propósito profesional, –según se desprende de un estudio de Adecco publicado este mismo mes–, son algunos de los problemas que exigen solución.