No se dio cuenta de lo afectado que estaba hasta que el coronavirus le obligó a parar. Se contagió, como tantos otros sanitarios, y en el tiempo de cuarentena necesitó desahogarse, contar todo lo vivido como si fuera una terapia. Y lo puso en negro sobre blanco. Escribió durante horas casi todos los días que tuvo que estar aislado. Y le salió En primera línea.
Gabriel Heras es médico de la UCI que acogió y trató al primer enfermo grave de COVID-19 de España, un sanitario de uno de los epicentros de la epidemia. Es difícil que haya alguien más en primera línea que él, casi imposible encontrar un testimonio que haya vivido tan directamente esta crisis sanitaria. Sin pelos en la lengua -"se ofenden los gestores cuando nos quejamos de falta de material, ¡ofendido estoy yo que me he jugado la vida!"- hace un retrato duro de estos meses, y dice que él no quiere vender muchos libros, sino "transformar la sanidad" hacia la humanización. En esta entrevista cuenta cómo.
Pregunta. Han pasado casi cuatro meses desde que se detectó en vuestra UCI el primer paciente grave de coronavirus de España (fue diagnosticado el 27 de febrero). ¿Cómo fue ese momento, eráis conscientes de la que se os venía encima, tuvisteis miedo?
Respuesta. El hombre, de 77 años, llevaba ingresado casi 10 días. Y cuando el ministerio de Sanidad cambió el protocolo para que se le hiciera la prueba de coronavirus a todo paciente con una neumonía de la que no supiéramos el origen mi jefa decidió solicitarla para este hombre, que al final falleció. Yo recuerdo que me reí y dije "Pero hombre, ¿cómo vamos a tener eso
La PCR positiva llegó a las dos de la mañana, los compañeros de guardia no sabían bien qué hacer porque la gerencia no estaba, claro. El jefe de guardia decidió que se aislara la UCI: de allí no entraba ni salía nadie. Inmediatemente el equipo empezó a localizar a todos los profesionales que habían tratado al paciente, y quedaron ingresados. Los pacientes que habían estado cerca, los familiares... Y, ¿sabes qué? Ninguno se infectó. Porque el primer mes lo hicimos muy bien en Torrejón, siempre lo digo. Ser los primeros en tener casos graves y tantos casos de coronavirus ha sido malo para casi todo, pero bueno en que al principio éramos los únicos que necesitábamos cosas que luego escasearon.
El segundo paciente, que era otro hombre más joven, sobrevivió. Somos casi amigos íntimos, he ido a su casa a verle, conozco a su familia. Y hemos tenido también al paciente que más tiempo ha estado en una UCI, más de 80 días. Estoy muy contento porque se fue de alta ayer.
P. Al menos ha tenido la suerte de estar en un hospital en el que dejábais entrar a los familiares, saltándoos incluso el protocolo del Ministerio de Sanidad.
R. Es que no debemos dejar que nos quiten la humanidad, ni siquiera el coronavirus. Uno sólo se va a despedir de su padre o de su madre una vez en la vida. Así que nosotros decidimos dejar entrar a los familiares, buscarles EPIs (trajes de protección) como fuera. En la fase de más escasez podía entrar a despedirse, pero antes y después todos los días.
Si no haces las cosas como te pide tu ética terminas tocado psicológicamente. Para los sanitarios esto ha sido muy duro, muchos tendrán secuelas, y otros tantos van a dejar la profesión. Porque, ¿merece la pena jugarte la vida por mil euros al mes? Así nos sentimos muchos. Por eso humanizar los cuidados es importante, porque ayuda al que los recibe y a los que los damos.
P. ¿Por eso escribiste el libro, para desahogarte?
R. Me lo propusieron de la editorial y al principio dije que no, porque yo no quiero vender libros, quiero transformar la sanidad hacia la humanización. Pero lo he planteado como filosofía, explicando cómo podemos mejorar la atención.
Y al final ha sido una terapia. El libro me ha servido para digerir. Es un buen ejemplo cuando dicen que lo he vomitado. Necesitaba soltar todo eso. Si me lo quedo dentro me vuelvo tarumba.
Pero mi objetivo es hacer pensar en que debemos cambiar el sistema hacia la humanización. Por eso llevo años implicado en el Proyecto HU-CI: si escuchamos a los pacientes tenemos la clave para hacerlo, por eso hemos creado una fundación que ayude a hacer realidad esas neesidades y mejoras que han detectado los pacientes. Los que tienen la experiencia son los enfermos y las familias. Hay que escucharlos a ellos. Uno entiende mucho mejor las cosas cuando está tumbado en una cama de hospital.
P. En el libro reflejas rabia, agotamiento, miedo, desesperación. Está escrito dos meses después de esos primeros casos. Entonces, al principio días, ¿érais conscientes de lo que se os venía encima?
R. Lo vimos claro en la primera semana de marzo: empezamos a atender tal cantidad de pacientes que vimos que íbamos a ser la retaguardia de toda España. Los que hemos estado en presencia lo hemos vivido como un desastre. Un tsunami del que no éramos capaces de entender su tamaño.
El 20 de marzo, seis días después de decretarse el estado de alarma, nosotros llevábamos ya tres semanas en la locura. Ese día llegué a a hacer un llamamiento en redes: que nos ayuden, necesitamos gente o mandar pacientes fuera. Y no se hacía.
Hacer creer que todo estaba bien es una gran mentira, yo estaba en Torrejón y las estaba pasando putas. Del 20 al 28 de marzo estábamos en mil muertos al día. Y por eso pedía ayuda. Yo estoy seguro de que si hubiéramos trasladado a pacientes a comunidades con menos presión asistencial habría muerto menos gente. Hay que contar la verdad, yo he dicho lo que sentía lo que tenía que decir. Se ofenden los gestores de que denunciamos la falta de materiales: el ofendido tendría que estar yo que me he jugado la vida. Me tuve que poner de EPI un cubre-colchón como el que se le pone a los niños para no mojar la cama si se hacen pis.
P. ¿A qué le ha obligado el coronavirus?
R. Nunca se ha hecho tanto en medicina sin tener ninguna evidencia científica. Salían estudios sobre tratamientos en revistas de impacto y por miedo decíamos: vamos a ponérselo a ver que pasa. Cualquier fármaco necesita una serie de ensayos de seguridad… y aquí no, aquí se ha hecho: venga, este, el otro… Medicamentos que además eran muy caros, hay uno que vale mil euros la dosis.
P. En el libro lo plantea, que se podrían haber hecho las cosas mejor. ¿Cuáles?
R. En España tuvimos dos meses para estar atentos y preparados. Y no lo hicimos. Las autoridades tendrían que haber sido humildes y haber dicho: no tenemos ni idea, así que vamos a poner a gente inteligente, que sepa, y vamos a contar con la experiencia y la opinión de los que están en primera línea. Pero perdimos el tiempo, un tiempo maravilloso para prepararnos: para hacer acopio de materiales, para contratar personal, para planificar el diseño de espacios extra. Porque el espacio no estaba centrado ni en el confort ni en dignidad de los pacientes… era salvar vidas.
Y hay cosas que duelen. No se me olvida el día que Fernando Simón dijo que a todos los sanitarios nos estaban haciendo pruebas de detección. Ese día mintió, dejó de ser médico, compañero, para ser político. O cuando pedimos a grandes hospitales de Madrid que acogieran pacientes y no quería, porque aún no tenían casos graves y no querían contagiarse.
P. Y ahora, ¿cómo está?
R. En el hospital ya estamos en situación normal. El último diagnóstico de UCI de coronavirus es de 28 de abril. Pero seguimos teniendo miedo por lo que pueda pasar, porque estamos agotados, no soportaremos otra situación así. Cuando ves a la gente que está pasando de todo… les invito a venir a una UCI a ver a los graves, a hablar con el familiar de un fallecido.
O a leer su libro, que va a comenzar su tercera edición. Porque no hace falta ser sanitario para sentirse identificado con la angustia y el miedo. En primera línea está escrito desde las tripas, las de un médico y un hospital que sí, estuvieron en la primerísima primera línea de una guerrEn primera líneaa que aún no se ha ganado.