¿Compramos, realmente, lo que queremos? Seguramente, haya pensado en coger un zumo de la balda del supermercado y, probablemente, se lo haya llegado a beber sin saber que puede tratarse de un concentrado diluido en agua y al que se le añaden grandes cantidades de azúcar. Es más, quizá, hasta este momento puede que no se haya dado cuenta de que eso que se lleva a casa no es tan sano como sugieren las frutas de su envase.
El zumo es solo un ejemplo de los productos que podemos llegar a consumir sin ser plenamente conscientes de qué estamos tomando. En este sentido, leer y entender el etiquetado es fundamental, aunque no siempre sea una tarea sencilla. Con el objetivo de ayudar no solo a un público específico, sino a la población en general, las investigadoras del grupo Nutrición y Obesidad, del Departamento de Farmacia y Ciencias de los Alimentos de la UPV/EHU, Leixuri Aguirre López, María Arrizabalaga López, María del Puy Portillo Baquedano e Itziar Eseberri Barace, han publicado el libro ‘¿Sabemos lo que compramos? Guía práctica para entender el etiquetado de los alimentos’.
Tal como señalan en una nota de prensa, la guía, publicada por el servicio editorial de la Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea, pretende ser una herramienta "para entender toda la información que aparece en las etiquetas y que seamos plenamente conscientes de que lo que compramos es lo que necesitamos o queremos consumir".
En una entrevista para Informativos Telecinco, dos de sus autoras, Leixuri Aguirre López e Itziar Eseberri Barace, arrojan luz sobre el etiquetado de los alimentos y las estrategias de marketing que utiliza la estrategia alimentaria para influir en nuestra decisión de compra, a la vez que responden a dudas tan extendidas en la población como qué es un producto 'light', cuál es la diferencia que existe entre la fecha de caducidad y el consumo preferente o en qué consiste el polémico Nutriscore que el Ministerio de Consumo pretende implantar a finales de 2021.
Pregunta. ¿Cuál es el porcentaje de población que lee el etiquetado de los alimentos? A los que no lo hacen, ¿por qué deberían?
Respuesta. La verdad es que es un poco difícil saber el porcentaje de gente que lee el etiquetado. Lo que sí que creemos es que cada vez es mayor el número de personas que lo hace, ya que cada vez se ve más gente en el supermercado leyendo la información de un producto.
Desde luego, lo que creemos es que las personas que no leen las etiquetas deberían de empezar a hacerlo, ya que solo de esta manera podremos comprar lo que realmente pensamos que es y queremos adquirir. Seguramente más de una persona se ha visto comprado productos pensando que son una cosa y resulta que son otra. Esto es más fácil de entender con un ejemplo; podemos comprar un tetrabrick, donde viene fruta fresca en la parte frontal del envase, pensando que es zumo. Sin embargo, si miramos la denominación del producto observaremos que realmente es néctar, es decir, un concentrado de zumo diluido en agua y al que se le añaden grandes cantidades de azúcar. Es más, puede ser una “bebida refrescante” donde la cantidad de fruta seguramente sea baja y el contenido de azúcar muy alto. Esto último no se puede asegurar, ya que la denominación “bebida refrescante” no viene descrita en la Normativa de zumos y, por tanto, puede formularse de forma libre, como el fabricante quiera.
P. Fijarse en el etiquetado de todos los alimentos que compramos lleva tiempo, ¿cuáles son los aspectos más importantes, aquellos que no deberíamos nunca dejar de leer?
R. Estamos de acuerdo con que no nos podemos pasar el día en el supermercado leyendo envases. Por eso, se pueden tener en cuenta algunas claves fundamentales. La primera es la que hemos nombrado ya, la denominación del producto, que en muchos casos nos indicará qué es realmente lo que estamos comprando. Aparte del ejemplo de los zumos, tenemos otro muy “gráfico”, el de un artículo muy común en muchos hogares donde en el paquete se indican palabras como “rallado”, “gratinar” o “fundir”. Aunque en ese momento estemos tachando queso rallado de la lista de la compra, al darle la vuelta al producto podríamos ver que no lo es, que se trata de un “preparado lácteo rallado en hilos para gratinar y fundir” donde los ingredientes son agua, grasa vegetal de coco, leche, almidón modificado de patata, sal, proteínas de leche, fermentos lácticos, colorante y potenciador de sabor. En otras palabras, ese producto no es queso, ya que para serlo el ingrediente principal debería ser la leche (y debería ir acompañada de cuajo y sal).
Creemos que también es importante fijarse en el listado de ingredientes, donde estos aparecen ordenados de mayor a menor cantidad. Puede suceder que, en el envase y con letras muy grandes, indique que se trata de un snack hecho a base de legumbres, sin embargo, si miramos el listado de ingredientes podemos descubrir que muchas veces, el contenido de legumbres es menor al 10%.
Por último, consultar la composición nutricional del producto también resulta importante, especialmente a la hora de controlar el contenido de kilocalorías, grasas saturadas, azúcar y sal de un producto. Eso sí, hay que tener en cuenta que la composición nutricional se refiere a 100 g/mL del producto, y que tenemos que tener en cuenta cuánto solemos consumir habitualmente.
P. ¿Hasta qué punto condiciona el etiquetado de los alimentos nuestra decisión de compra? ¿nos fijamos más en el etiquetado de ciertos productos?
R. Lo que condiciona nuestra compra no es únicamente el etiquetado, sino que también lo hace el marketing que rodea el producto en cuestión, aquel que la industria alimentaria desarrolla para poder vender sus productos. El marketing siempre va a estar ahí, pero ¿qué debemos hacer como consumidores? Estar lo más informados posible y, de esa manera, hacer la elección de productos que más se ajuste a nuestras necesidades. Mensajes como “sin azucares añadidos”, “light” o “fuente de fibra” nos llevan a pensar que el alimento en cuestión es sano, y esto no siempre es así.
El etiquetado de alimentos y el marketing publicitario no son lo mismo, pero a veces los confundimos. La información que debe aparecer en el etiquetado está regulada nivel europeo, y la mayor parte de la misma, aquella que hace referencia a las características del producto, es obligatoria (listado de ingredientes, cantidad neta, información nutricional, etc.). Por otro lado, se encuentran las declaraciones nutricionales y de propiedades saludables, las cuales son voluntarias pero muy utilizadas por la industria para atraer a los consumidores.
Aquí aparecen mensajes como: fuente de fibra, ayuda a prevenir una enfermedad... Estas afirmaciones no son falsas (de hecho, su utilización también está regulado), pero deben entenderse bien y saber lo que significan y, sobre todo, si nos interesan como consumidores. Por ejemplo, está científicamente demostrado que el ácido oleico ayuda a regular los niveles de colesterol en sangre, lo cual resulta muy positivo para prevenir enfermedades cardiovasculares. Sin embargo, las recomendaciones de ácido oleico son fácilmente cubiertas si incluimos el aceite de oliva en nuestra dieta (lo cual es muy común en nuestra sociedad), por lo que debemos plantearnos si necesitamos tomar alimentos enriquecidos en ácido oleico o si de lo contrario, pagar más por ese tipo de productos es malgastar el dinero.
P. ¿Hay alimentos que deberían tener una etiqueta clara y no la tienen?
R. La mayoría de la información del etiquetado está regulada, y en ese sentido, sí podemos decir que es clara… sin embargo, es cierto que siempre se puede “jugar” un poco con aquellos aspectos que el reglamento no contempla y que, de alguna manera, pueden dificultar una elección consciente. Aspectos como el nombre, el tamaño de la letra, el ingrediente al que se le da protagonismo, imágenes que en ocasiones acompañan al producto… no están regulados, y a veces pueden confundir al consumidor. Por ejemplo, se puede llamar crema de boletus y destacar esas setas en el envase, aunque el porcentaje en el producto final sea casi anecdótico… por eso, además de dejarnos guiar por el nombre y las imágenes del envase, debemos fijarnos en otros apartados como el listado de ingredientes.
Otro ejemplo: cuando en un alimento se indica que es fuente de vitamina B6, significa que contiene como mínimo el 15 % de las recomendaciones diarias de esa vitamina para un adulto promedio; para poder indicarlo debe ser así, lo que ocurre es que quizá no sea necesario tomar un alimento que “presume” de ser fuente de vitamina B6 si tenemos en cuenta que dicha vitamina se encuentra presente en muchos alimentos y que las recomendaciones diarias son ampliamente alcanzables por la mayoría de la población.
P. ¿Cómo es la seguridad alimentaria en España en relación a otros países?
R. Realmente la seguridad alimentaria en España es la misma que la de Europa porque la reglamentación es la misma.
P. Hay población que forzosamente debe conocer la información que consta en la etiqueta: alérgicos, personas que siguen una dieta, que tienen algún tipo de enfermedad… ¿Se les pone fácil o pueden llegar a encontrar trabas en esta tarea? ¿qué deben mirar?
R. En el caso de las personas con alergias e intolerancias en lo que se deben de fijar es en el listado de ingredientes donde aparecen todos los ingredientes que están en el alimento de mayor a menor contenido. Además, la reglamentación vigente obliga a destacar en el listado de ingredientes los alérgenos más frecuentes, y por ello, estos suelen aparecer en negrita, subrayado o letras mayúsculas.
En cuanto a las personas que siguen dietas especiales o tienen alguna patología, es muy difícil general ya que deberán fijarse en distintos aspectos según sea el caso. En lo que a encontrar posibles trabas se refiere, puede ponerse como ejemplo el caso de los azúcares añadidos. Si bien estos deben aparecer en el listado de ingredientes obligatoriamente (como todos los demás), es muy posible que no seamos capaces de identificarlos si no sabemos que dextrosa, fructosa, jarabe de maíz o maltodextrinas son, al fin y al cabo, distintas formas de añadir azúcar al producto.
P. ¿Existe algún tipo de interés por parte de las empresas para que no nos fijemos en el etiquetado? Si es así, ¿en qué tipo de productos?, ¿qué tipo de trucos utilizan?
R. Creemos que más que ocultar ciertos aspectos, en la mayoría de casos lo que hacen es resaltar algunos que, aun no siendo de especial interés, pueden atraer nuestra atención. Por ejemplo, indicar que unos cereales de desayuno muy azucarados son fuente de vitaminas y minerales no es erróneo, pero puede hacer que pensemos que le estamos dando a nuestros hijos un alimento excepcional para desayunar. Sin embargo, les estamos dando un producto ultraprocesado que habría que consumir muy ocasionalmente.
Otro ejemplo que debemos valorar minuciosamente es el de las leches fermentadas que ayudan a regular el colesterol. Esta afirmación no es mentira, ya que son productos a los que se les han añadido esteroles vegetales en una cantidad determinada y que han demostrado efectos positivos en la regulación del colesterol sanguíneo. No obstante, hay que tener en cuenta ciertas consideraciones; por un lado, tener claro que este producto está indicado para personas con hipercolesterolemia, no para la población sana. Por otro, conocer que se necesita consumir el producto durante varias semanas para observar dicho efecto, además de que hay que tomar el producto junto con las comidas más copiosas, ya que su acción principal es bloquear la absorción del colesterol ingerido a través de la dieta. Por último, hay que ser conscientes de que este producto supone una ayuda en la regulación del colesterol sanguíneo, por lo que el éxito radica en utilizar estos productos junto con el seguimiento de un patrón de alimentación y estilo de vida saludables, además de que se ha observado que dicha disminución supone alrededor de un 15% o 20%. En resumen, es importante que, si decidimos tomar uno de estos productos, tengamos toda la información necesaria para hacerlo correctamente y tener claros los resultados que podemos esperar.
P. ¿Qué es un alimento light y hasta qué punto es sano o no indicado el consumir light?
R. Un producto 'light' es aquel que tiene un 30% menos de calorías (o de algún nutriente, pero generalmente se utiliza para referirse al contenido calórico) respecto a un producto similar. No debemos olvidar que el que tenga menos cantidad de calorías no significa que tenga pocas calorías, es decir, que una margarina 'light' o unas patatas fritas 'light', siguen teniendo una alta cantidad de calorías. Además, este es uno de los puntos donde la Industria Alimentaria puede “jugar” con la información y favorecer su producto. El Reglamento indica que el producto debe tener un 30% menos de calorías que un producto homólogo, pero no especifica de cuál en concreto, ni de que éste deba ser de la misma marca de la versión 'light' que se va a comercializar. Por lo tanto, si se quieren diseñar unas patatas fritas light pero no reducir demasiado el contenido calórico para que no pierdan sus propiedades gustativas, basta con hacerlas con un 30% menos calorías que las patatas fritas más calóricas que haya en el mercado. De esa manera, las dos versiones de una misma marca, pueden ser prácticamente iguales en lo que ha contenido de calorías se refiere.
En muchas ocasiones, se hacen versiones con un contenido reducido de grasa, pero para no perder las características organolépticas del producto y que su venta se vea mermada, se aumenta el contenido de azúcares. De esa manera, la versión 'light' del producto puede tener un contenido energético muy similar. Finalmente, cabe recordar que las versiones 'light' se suelen hacer de productos que en origen tienen muchas calorías, y que, por tanto, no debemos dejarnos llevar por el concepto y pensar que podemos consumir grandes cantidades de ese producto.
P. Una duda muy común es la diferencia que existe entre la fecha de caducidad y el consumo preferente. ¿Podría explicárnoslo? ¿a partir de qué fecha debemos tirar el alimento?
R. ¡Claro! Es una duda muy común, y creemos que es muy importante saber diferenciar entre estos dos conceptos, ya que, entre otras cosas, puede ayudar a reducir el despilfarro alimentario, un problema muy importante en las sociedades desarrolladas económicamente que hay que seguir abordando. La fecha de caducidad indica el momento en el cual un alimento deja de ser seguro, por lo que su consumo a partir de esa fecha, puede ser peligroso desde el punto de vista microbiológico y afectar notablemente a nuestra salud, creándonos, por ejemplo, una intoxicación alimentaria. Estos suelen ser los productos perecederos o frescos como carne o pescado. La fecha de consumo preferente indica hasta cuando un producto mantiene intactas sus propiedades organolépticas (olor, sabor, textura...), y su consumo más allá de la fecha indicada no supone un peligro para la salud. Por ejemplo, cuando unos cereales se consumen una vez superada la fecha de consumo preferente, probablemente hayan perdido su textura y se ablanden, o el sabor cambie... pero su consumo no será peligroso. En este último caso, lo mejor es probar un poco del producto y decidir si se quiere consumir o no, antes de descartarlo completamente.
P. El Ministerio de Consumo pretende implantar a finales de 2021 el etiquetado frontal Nutriscore, un semáforo nutricional que ya tienen otros países. ¿Por qué ha causado tanta polémica?
R. El Nutriscore es una representación gráfica frontal cuyo objetivo es el de orientar a los consumidores hacia la elección de productos más saludables. Aunque por el momento es voluntario, se prevé que su implantación pase a ser obligatoria en los próximos meses.
Algo muy importante a la hora de utilizar esta herramienta es que deberíamos comparar los alimentos o productos del mismo tipo entre sí; es decir, si vamos a comprar queso, compararlos entre ellos y elegir la opción mejor clasificada, lo mismo con unos cereales o cualquier otro alimento. De lo contrario, haríamos comparaciones entre refrescos y legumbres o yogures y pan de molde que no tendrían ningún sentido.
El fundamento del Nutriscore radica en la clasificación de los productos en función de su composición, clasificación obtenida tras un cálculo de puntuaciones obtenido de la siguiente manera:
- Puntos positivos: contenido en frutas y verduras, proteínas y fibra
- Puntos negativos: kilocalorías, grasas saturadas, azúcares y sal
Gracias a este cálculo, los alimentos son clasificados en 5 categorías, desde la A hasta la E, siendo los clasificados como A las opciones “más saludables” y los clasificados como E, los “menos saludables”. Sin embargo, cabe mencionar que esta clasificación tiene sus limitaciones, como ha quedado patente con el conocido caso del aceite de oliva, que recibió una clasificación que, desde luego, no le hace justicia. Debido a esto, se ha decidido que el aceite de oliva se salga de esta clasificación, pero no hay que perder de vista que es una herramienta que trata de facilitar la elección de productos dentro de los que son del mismo tipo, y que no se deben tomar todos los clasificados positivamente como productos saludables que se puedan consumir sin límite. Unos cereales azucarados de desayuno pueden haber obtenido una mejor clasificación frente a otros al haberse reducido su contenido de azúcar o añadir más fibra, pero esto no los hace en ningún caso un alimento saludable y que deba consumirse a diario.