La escarlatina, también conocida como fiebre escarlata, es una infección bacteriana provocada por un estreptococo del grupo A. Esta enfermedad hace que aparezca una erupción roja junto a la fiebre. En ocasiones esto ocasiona amigdalitis y faringitis. Al igual que la tosferina, esta patología afecta especialmente a los niños -con edades comprendidas entre los 5 y 12 años-, según recoge CuidatePlus.
No es grave, pero requiere un tratamiento de antibióticos para evitar que la situación se agrave. Se contrae al entrar en contacto con la bacteria -saliva-, que se puede encontrar en la nariz y la garganta. Las llagas en la piel que aparecen por la enfermedad también son contagiosas. Una vez suministrado el tratamiento, la escarlatina suele desaparecer a los días. Las erupciones pueden tardar algo más en desaparecer -dos o tres semanas-.
Entre los síntomas podemos encontrar: fiebre alta -superior a 38 grados-, piel enrojecida con sarpullidos en codo o axilas, blanqueamiento de la lengua e hinchazón, dolor de cabeza, inflamación de garganta y malestar general. La higiene es el método más efectivo para evitar contraer la escarlatina. Se debe evitar el contacto con objetos que han estado en contacto con un infectado.
Para detectar la enfermedad se realiza una prueba estreptocócica. Los resultados muestran si existen bacterias que causan molestias. Se debe realizar mediante un cultivo o hisopado de garganta, tomar una muestra con un bastoncillo de células mucosas. También se puede recurrir a los análisis de sangre para detectar la infección.
La alimentación debe adecuarse a las circunstancias del paciente. La persona contagiada puede tener irritación en la garganta. Los líquidos también son importantes, como el té, la sopa o los batidos, que ayudan a diluir y expulsar flemas. También es recomendable un ambiente fresco. Si la escarlatina se complica puede derivar en hipertensión arterial o pérdida de proteínas, pero esto ocurre en muy raras ocasiones.