La pandemia de covid-19 ha cambiado de forma radical nuestras vidas en este año de dolor, sufrimiento, incertidumbre y pérdida. Las cifras de muertos conmocionan, da igual que sean las 70.000 víctimas oficiales o las 100.000 que apuntan los registros estadísticos. Detrás de cada uno de ellos hay un vacío insufrible que costará mucho reparar aunque las heridas quedarán siempre marcadas para recordarnos todo aquello que perdimos de un plumazo.
Los expertos hablan del valor del duelo como un bálsamo cicatrizante que nos permitirá seguir adelante y encontrar nuevas esperanzas que devuelvan el sentido a nuestra vidas. No será fácil. Solo con recordar que casi 30.000 ancianos en residencias, han muerto indefensos y abandonados, ya complica mucho la reparación de nuestras conciencias.
Pero no solo han sido muertes. Muchos españoles han perdido sus trabajos, sus negocios, sus expectativas vitales. La sociedad española vive con la sensación de que la fatalidad nos arrolla de forma inmisericorde con crisis económicas y sanitarias sucesivas y devastadoras. Por eso el duelo es más intenso y profundo, lo que requerirá un planteamiento nuevo.
Miquel Roca, Catedrático de Psiquiatría en la Universidad de las Islas Baleares apunta a esta segunda derivada de la pandemia "este impacto económico de la pandemia es el que se avecina o de hecho ya está llegando, de manera paralela a nuevos contagios y a muertes por el virus".
Lorenzo Armenteros, médico de familia en el centro de salud Islas Canarias de Lugo y miembro del grupo de Salud Mental de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG), habla de duelo patológico ante las muertes "inesperadas" que ha producido la covid-19.
Como explica Armenteros, "por cada fallecimiento se suele afectar una media de 10 personas, y se considera que entre el 10 y el 12 por ciento de los afectados sufrirá un duelo que puede afectar a su salud física y mental, lo que significa un elevado número de personan que podrían necesitar ayuda".
Los familiares que pierden a un ser querido por coronavirus están teniendo que soportar un trance desgarrador que no tiene precedentes: la gente está muriendo sola y no se la puede despedir. Marina García Fuentes, directora del Instituto de Psicología Psicode y Cecilia Martín Sánchez, psicóloga experta en emergencias y catástrofes del Instituto de Psicología Psicode, explican en Informativos Telecinco las claves sobre la importancia del duelo y de la despedida tras la muerte de un familiar.
"No poder realizar estos rituales sociales que tenemos en nuestra cultura hará que nuestro duelo se complique. Un duelo patológico es aquel que la persona no supera nunca. Pueden haber pasado 20 años del día del fallecimiento, pero la persona revive la pérdida como si fuera el primer día. En un duelo patológico la persona no puede hablar del fallecido porque emocionalmente no puede tolerarlo, sus ojos se inundan de lágrimas y siempre evitará hablar de ello porque no puede tolerar ese dolor", añaden.
Por eso no extraño que enfermos o sanos, experimentemos "tristeza, insomnio, tristeza, insomnioirritabilidad, falta de aceptación de la pérdida, reiteración en recuerdos", recuerda Roca.
El dolor nos ha alcanzado a todos, incluso a aquello que creímos más preparados por verla días tras día: los sanitarios. Juan Soliveres, médico de Valencia y miembro del sindicato médico hospital Doctor Peset, resume en una conversación de Whatsapp con otro médico la dramática situación frente al coronavirus: "¿Cuánta gente ha muerto en tu hospital?", pregunta el sanitario. "14, ¿Allí en el tuyo?, responde el compañero. "Ha ido mejor, solo han muerto nueve pacientes", asiente el primero. "Los médicos también sufrimos con la muerte de los pacientes", subraya el doctor para finalizar el vídeo.
Estos especialistas nos han contado escenas que a todos nos derrotan emocionalmente como es el caso de María Luisa Gómez, intensivista del Hospital de Ciudad Real que guarda historias que no va a olvidar nunca. Historias muy duras, de gente que sabe que vive sus últimos momentos porque está perdiendo la batalla contra el coronavirus, de personas que quieren dar su último mensaje de amor a los suyos. No extraña que los sanitarios tengan secuelas tras estos meses de batalla. "Doctora, tengo dos gemelas de cinco años, ¿cuánto tiempo voy a estar? Esa madre no ha podido volver a ver a sus gemelas. O gente que escribe los nombres de sus hijos, de su mujer, y dice lo que debemos decirles para decirles adiós. Lo más duro son esos compañeros que son conscientes de lo que tienen y que saben que tal vez cierren los ojos y no los van a poder volver a abrir".
El papel de estos médicos o enfermeros ha sido fundamental en el manejo de estas sensaciones de dolor y culpa por no haber estado acompañando a los seres queridos en los últimos momentos antes de morir. Las expertas de Psicode apuntan a que "la idea de que tu familiar ha muerto sin sus seres queridos cerca puede llegar a atormentar mucho a la persona"-
Por eso es muy tranquilizador para una persona saber que su familiar querido ha estado atendido en todo momento, que ha recibido los cuidados necesarios, que los sanitarios han trabajado duramente para salvar su vida, y sobre todo que su familiar no ha muerto en soledad, sino rodeado de gente que luchaba por salvar su vida y de otros enfermos en su misma situación.
Se trata de sentimientos universales que no entienden de fronteras y en los que nos reconocemos a pesar de hablar idiomas diferentes. Aún hoy, conmueve ver a Jihad Al-Suwaiti, de 30 años, escalando los muros del hospital de la aldea cisjordana de Beit Awwa, cerca de Hebrón, al sur de Cisjordania para sentarse en el alféizar de la ventana para decirle el último adiós a su madre víctima de la pandemia.
La pena o el dolor Jihad Al-Suwaiti no es algo que nos pille lejano o distante. Basta con asomarse a nuestras ventanas y ver cómo la pandemia ha cambiado muchas de las cosas que hasta ahora formaban parte de nuestro horizonte cotidiano.
Lo recordaba José Antonio Bautista cuando compartió en redes la imagen de lo que se conoció como 'El balcón más triste de Madrid'. Fue la el retrato de la otra cara del coronavirus la de esos mayores que han vivido el fin de sus días en soledad, o que han visto morir a sus parejas y luego ellos han muerto. Sin poder dar un último abrazo a sus familias, sin decir adiós a esos vecinos de toda la vida.