El plazo para salvar los mares y océanos se termina. La comunidad científica habla ya de tiempo de descuento y los defensores del medio ambiente van más lejos al preguntarse “qué grado de degeneración o destrucción estamos dispuestos a admitir como especie”. Sus alertas tienen un doble sentido ya que celebramos el Día Mundial de los Océanos incrédulos todavía sobre nuestra capacidad para destruir el planeta en el que vivimos.
Álvaro Rodríguez, Coordinador General de The Climate Reality Proyect señala con claridad cuáles son estas amenazas: "Estamos acabando con muchas de las especies que habitaban los mares, el calentamiento global provocado por nuestras emisiones provenientes de la quema de combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas natural) están acidificando los océanos y provocando zonas muertas en las que no hay vida, y además, descargamos diariamente toneladas de basura plástica en los océanos como si de un vertedero sin fondo se tratase".
Ante semejante atentado se pregunta: "¿Qué tiempo nos queda para salvar los océanos?", una pregunta para la que tiene una respuesta radical: "No nos queda ningún tiempo, hemos de reaccionar ya y cada día que pase sin hacerlo de forma seria será una especie menos o una zona desertizada más".
Cuesta creer que esa inmensa lámina azul marino tras la que se oculta el sol cualquier tarde de verano sea tan vulnerable como dicen los científicos. Su aspecto calmo o aborregado (dependiendo de la brisa) transmite una poderosa sensación de invulnerabilidad. Pero la verdad es otra bien distinta.
Los corales son uno de los termómetros donde los científicos testan la salud de los mares y océanos. Sus últimas comprobaciones evidencian que están disminuyendo en todo el mundo debido a esta combinación de múltiples factores estresantes locales y el calentamiento global.
Se trata de una cadena que una vez que se rompe es casi imposible de reparar. Porque la pérdida de peces que ayudan a eliminar las algas o la adición de un exceso de nutrientes, como los de los fertilizantes, puede causar el crecimiento de algas en los arrecifes. Esto cambia la microbiota normal de los corales aumentando la patogenicidad y todos estos problemas alcanzan niveles críticos a media que las temperaturas del océano se calientan.
La degradación de este espacio es tan intensa que el equilibrio entre especies está destrozado. En este asombroso ecosistema que es la Gran Barrera de Coral en Australia, vive el pez loro. Su interacción con el coral es esencial para ambos. El pez se alimenta de los restos de algas y materia viva que se adhiere a las paredes coralinas y este puede vivir gracias a esa labor de limpieza.
Pero la incidencia de lo que se conoce como "blanqueamiento coralino" está matando a casi el 35 por ciento de este ser vivo. Debilitados por la enfermedad, los corales se vuelven quebradizos y el suave roído de los peces loro se convierten en brutales martillazos que acaban por romperlos, destruyendo esta simbiosis de supervivencia.
Pero los efectos del calentamiento global no solo afectan a este singular ecosistema. Su incidencia en mares y océanos ha llegado a reducir las capturas en un 35 por ciento según un estudio de Science.
Detener la sobreexplotación marina es uno de los principales objetivos de Oceana. Según una encuesta de esta ONG realizada por YouGov, “ocho de cada diez españoles desconoce que la mayoría de especies sufre sobrepesca en Europa”, algo que les llevo a poner en marcha la campaña '#StopOverfishing
Así, un informe de la ONG calcula que el 64 por ciento de las poblaciones de peces europeas sufre sobrepesca, pero el 80 por ciento de los españoles o bien estimaron que la cifra era mucho menor, del 31 por ciento o bien, no sabía nada, el 48 por ciento.
Para Oceana, el hallazgo es "especialmente preocupante" si se tiene en cuenta que la sobrepesca asciende al 96 por ciento en el Mediterráneo, donde faena gran número de barcos españoles.
El director ejecutivo de Oceana Europa, Lasse Gustavsson, ha advertido de que la sobrepesca "está vaciando los mares" y además la encuesta demuestra que los consumidores "no tienen ni idea de lo grave de la situación".
Es imposible saber cuánto plástico hemos vertido en el último siglo en nuestros mares y océanos pero Green Peace aseguraba en un estudio publicado en 2016 que podrían ser entre “5 o 50 billones fragmentos” de este material. La estimación de la organización no incluye los trozos que hay en el fondo marino o en las playas, objeto de múltiples campaña sociales para su recogida y posterior reciclaje.
Le existencia de una gran balsa de basura plástica flotando en el océano Pacífico con un tamaño superior a lo que ocupan Alemania, Francia y España corrobora las alertas de los defensores del mares y océanos.
A pesar de esta advertencia de GreenPeace, la verdad es que nuestra conciencia de riesgo es aún baja ya que solo vemos un 15 por ciento de toda esta contaminación y el resto flota a cierta profundidad o directamente depositado en el fondo.
Un informe del Parlamento Europeo aseguraba que “en 2050, según la estimación de la Fundación Ellen Macarthur, los océanos podrían contener más plásticos que peces.
Para evitar que estos desechos sigan contaminando el mar y ensucien las playas, la comisión de Medio Ambiente aprobó el pasado 10 de octubre las nuevas reglas que hacen frente a los nueve principales productos plásticos de un solo uso hallados en las costas europeas. Éstos, junto a los artes de pesca abandonados, representan el 70 % de la basura marina.
También WWF, a través de su presidente Juan Carlos del Olmo, denunciaba recientemente que el plástico "asfixia" el planeta mientras su producción y vertido siguen creciendo "sin cesar".
Para hacer frente a esta amenaza reclama que se “refuerce la eliminación de los plásticos y se mejoren los planes nacionales de gestión de residuos para alcanzar el 100 por ciento en la tasa de recogida y reciclaje”.
La basura ha llegado hasta las puertas de la Real Academia. Desde hace meses, los académicos de la lengua defienden el uso de 'basureo' y 'basurear' para poner nombre a nuestra tendencia a contaminar todo aquello que nos rodea y escritores como Antonio Muñoz Molina ha apostado por la palabra 'basuraleza' como forma de explicar el profundo cambio que se está generando por este motivo como agente de cambio global en los entornos naturales.
Más allá de esta sensibilidad, lo cierto es que todavía hay quién defiende que es posible esconder la contaminación en los fondos marinos creyendo que alejados de nuestra vista nos hemos librado de ellos.
El vertido ilegal de residuos tóxicos es una de las formas más dañinas de contaminación en los océanos. Estas sustancias tóxicas llegan a los mares a través de vertederos, minas, granjas y fábricas que arrojan residuos químicos y metales pesados a los drenajes, y también a través del tratamiento inadecuado de residuos en vertederos privados de personas que desconocen la problemática de la contaminación del agua.
Los productos químicos tóxicos y metales pesados, como el plomo, afectan a la salud humana y pueden causar daños en el cerebro, los riñones y en el sistema reproductivo, causando defectos de nacimiento, crecimiento lento y problemas de audición, además de agotar la población mundial de peces.
Las advertencias de los científicos están consiguiendo calar en una sociedad cada vez más sensible ante el deterioro de nuestro medio ambiente. Expertos como Álvaro Rodríguez señalan una doble implicación. Se trata de “no arrojar objetos al mar, evitar consumir pescados de caladeros lejanos, sin sello de pesca sostenible o capturados con técnicas de arrastre y por supuesto, no comprar corales, esponjas, perlas salvajes o cualquier otro objeto que venga de la esquilmación del mar”.
Sus recomendaciones también un enfoque diferido como “no comprar productos de plástico de un sólo uso, evitar cualquier tipo de recogida de residuos no separada, no arrojar basura en las papeleras cercanas a las playas sino tienen tapa o si están colmadas o evitar las emisiones de gases de efecto invernadero producidas por la quema de carbón, petróleo o gas natural”.
Pero todas estas pequeñas medidas ha de estar acompañada por una presión social constante a las administraciones que son las que realmente puede actuar de forma masiva ante la dimensión de estas amenazas.
El representante de The Climate Reality Proyect asegura que el problema aumenta ante la combinación de “la ignorancia y el miedo a actuar contra los poderes establecidos” ya que “mientras que las especies que habitan los mares no tienen quién clame por ellas, las grandes corporaciones tienen legiones de lobistas y abogados que defienden muy bien sus intereses”.
Por ello defiende que se “controlen las emisiones del transporte marítimo uno de los más contaminantes así como que no se permitan más construcciones pegadas a la costa”.
Ante la pregunta de ¿cuánto tiempo nos queda para salvar los océanos? Rodríguez asegura que ya “no nos queda ningún tiempo”, por lo que “hemos de reaccionar ya y cada día que pase sin hacerlo de forma seria será una especie menos o una zona desertizada más”.