Doce días después de la erupción del volcán de Cumbre Vieja en la isla de La Palma, Cristian busca en las imágenes de los medios de comunicación una foto en la que ver si la lava se ha comido su casa o aún sigue en pie. La erupción del pasado domingo 19 de septiembre le despertó de la siesta pero también de su excepticismo: "Pensaba que el volcán era un bulo y que no iba a erupcionar".
Ahora no deja de lamentarse tratando de encontrar una prueba de que no lo ha perdido todo, como su casa y sus objetos personales. Mientras llega esa confirmación, recuerda que la lava también ha destrozado Todoque, el barrio de los Llanos de Aridane en los que ha pasado sus 25 años de vida.
Sabe que ya nada volverá a ser igual y que su historia personal, sus recuerdos de infancia y sus sueños e ilusiones se han quedado enterrados para siempre bajo una espesa capa de lava que aún amenaza al resto de poblaciones cercanas.
La pequeña Noa no se despega de su madre Yomaira desde que la erupción las pilló separadas. Fue la pequeña la que le comunicó que el volcán había estallado. Lo hizo entre gritos y lágrimas y con el miedo metido en el cuerpo.
Ellas han podido encontrar refugio y no les falta de nada. Su casa se quedó al borde de la colada de lava, a unos 50 metros de ese magma incandescente que destruye todo lo que toca.
Ahora viven con el temor de que la actividad del volcán aumente y la lava vuelva a fluir con rabia alcanzado a su casa y destruyendo ese 15 por ciento de Todoque que aún quedaba fuera del alcance de la colada.