De Gabriel Cruz a Laura Luelmo: qué se hace y en qué fallamos en la búsqueda de desaparecidos

  • José Romero, experto en metodología de búsqueda, explica cómo se aborda encontrar desaparecidos

  • En España hay una "carencia a nivel organizativo en las búsquedas"

  • Necesitamos aplicar una metodología internacional común para todo el Estado

“No se trata solo de encontrar a la persona desaparecida, se trata de encontrarla dentro de las posibilidades de supervivencia”. Así lo explica José Vicente Romero Ballestero, bombero de Navarra, experto en metodología de búsqueda y coautor –junto a Manuel Jabalera Rodríguez, técnico del Grupo de Emergencias de Andalucía (GREA), y con ayuda de Robert Koester, a quien José Romero define como ‘el Messi de las búsquedas’, una eminencia internacional en este campo–, del ‘Manual de Búsqueda y Salvamento Terrestre’; un trabajo presentado por la Asociación Sosdesaparecidos y el Gobierno de Navarra que nace, precisamente, de uno de los grandes problemas que afronta España en este campo: “la carencia a nivel organizativo, sobre todo, en las búsquedas”.

De Gabriel a Laura Luelmo: cómo coordinar centenares de efectivos

“Cuando desaparece la persona y vamos a buscarla y somos capaces de encontrarla rápidamente, los problemas de organización no son complicados. Vas buscando por movimientos lineales, por caminos, por pistas, por sendas, ríos…, pero cuando la persona no aparece y ya en vez de 15, 20 o 30 personas estamos 200 personas, o 500 o 1500… la intervención se empieza a complicar”, cuenta José Romero a Informativos Telecinco.

Esa última cifra no es una cifra al azar. 1.500 fueron los efectivos que llegaron a estar en Níjar, Almería, participando en la búsqueda del pequeño Gabriel Cruz, asesinado por Ana Julia Quezada, autora confesa del crimen. Casos como el suyo o como el de Laura Luelmo, profesora de Zamora hallada muerta en Huelva cinco días después de su desaparición, ponen de relieve, precisamente, que un trabajo de esta magnitud y de una importancia tan trascendental tiene que estar perfectamente delimitado y coordinado, además de ser llevado a cabo de la forma más meticulosa posible. Exigencias que no se pueden llevar a cabo con eficiencia si no se aplica, de forma unificada en toda España, una metodología internacional, que es lo que proclaman los autores del citado ‘Manual de Búsqueda y Salvamento Terrestre’, en el cual además han colaborado más de una veintena de especialistas y que ha sido, incluso, acogido también por el Centro Nacional de Desaparecidos, denotando así el reconocimiento a esa necesidad de implementar una metodología de trabajo común “en todo el Estado”. Que en cada comunidad o región cada equipo de trabajo tenga su propia metodología, su propio sistema de gestión y su propia estructura organizativa a la hora de buscar un desaparecido es un lastre para la búsqueda.

En este terreno, España está muy lejos de otros países que son “una referencia”, como “Estados Unidos, Canadá, Reino Unido o Nueva Zelanda”, no solo porque ellos aplican la metodología internacional desde hace tiempo, sino porque, precisamente por ello, llevan años interiorizándola y mejorándola, y han entendido que es necesario hacer una división muy definida y coordinada del trabajo.

“Al principio de la búsqueda hay una persona que puede organizar; una o dos personas que pueden utilizar el operativo de búsqueda, que es lo que nos pasa aquí también”, apunta Romero, subrayando: “Eso lo entendemos, –que al principio haya una o dos personas–, pero lo que nos cuesta entender es que cuando la búsqueda se va extendiendo y ya no son 15 o 20 personas sino que son 1.500 como en Almería, necesitas secciones, y que cada sección tenga una función”.

En España, explica, habitualmente lo que se hace es que quien se hace cargo de un caso de desaparición (como puede ser la Policía), activa “durante las primeras horas” tan solo “los servicios que interesan”, y solo “cuando no han podido solucionar la búsqueda con sus recursos activan el resto de servicios”. ¿Qué sucede si hacemos esto, “si hacemos lo de siempre”? Pues que “se ha perdido ahí un montón de tiempo”. “Es triste, pero pasa en todos sitios”, reconoce José Romero, insistiendo en que “es una mentalidad que estamos intentando cambiar”.

Delimitar el área de búsqueda y concretar el perfil del desaparecido

Para lograr mayor probabilidad de éxito en la operación hay que delimitar y acotar bien el lugar donde se realizará la búsqueda, así como analizar el perfil y categorizar a la persona desaparecida. Del mismo modo que no es lo mismo buscar en un desierto que en zona urbana, tampoco se va proceder igual al buscar a una persona joven de complexión atlética que a un anciano con demencia.

En todo ello ha trabajado Robert Koester, 'el Messi de las búsquedas', quien realizó una división del globo terráqueo por ecorregiones y, a su vez, estudió y desarrolló hasta 42 categorías diferentes de personas desaparecidas.

Existen perfiles críticos en los que la búsqueda es “de máxima urgencia”. Entre ellos se encuentran niños de 1 a 15 años (a su vez divididos por categorías ente niños de 1 a 3; de 4 a 6; de 7 a 9; de 9 a 12; y de 12 a 15); las personas con autismo; las personas con demencia, siendo las que sufren alzhéimer un grupo especialmente habitual; las personas con discapacidad intelectual; y las personas con enfermedad mental. “Personas que, por sus características físicas o psíquicas, tienen menos probabilidad de supervivencia”.

En cuanto desaparece la persona, se lleva a cabo lo que se denomina el ‘cuestionario inicial de la persona desaparecida’, donde se recopilan datos que van a servir para planificar la búsqueda. El nombre de la persona, su edad, sus rasgos físicos, su fotografía… son datos básicos que se van a entregar a los buscadores.

“No hay que perder ni un segundo”

“La búsqueda tiene que empezar desde el minuto uno y no hay que perder ni un segundo”. El tiempo es un factor vital y las primeras 24 horas son clave. Sin embargo, en esta ‘fase de búsqueda inicial’, –como lo denominan los expertos–, también hay cosas que hacemos mal, como la protección de indicios; las pistas. En el caso de Gabriel se tardó demasiado en proteger y “perimetrar la zona cercana al domicilio de la abuela”, que es donde estaba cuando desapareció. Mucha gente pasó por ese lugar antes de ser perimetrado.

También en esta fase son clave los denominados puntos de decisión, los puntos de atracción y las áreas de riesgo, es decir: ese mirador que todo el mundo quiere visitar; esa fuente en medio del recorrido en la que paramos a reponer fuerzas; ese cruce o giro en el camino que nos lleva a decidir consciente o inconscientemente desviarnos; o ese lugar peligroso como puede ser una zona embarrada, de precipicios, o de ríos con mucha corriente.

Además, para trazar un perímetro y acotar el área de búsqueda, es básico el uso de la estadística y las matemáticas, también grandes olvidadas en este campo en nuestro país. “Al final, se trata de utilizar la estadística para darle más probabilidad de éxito a la operación y más probabilidad de supervivencia a la persona desaparecida”, incide José Romero, que apunta que “en el 50% de los casos las personas desaparecidas son encontradas en rutas de desplazamiento”, como pueden ser, –además de los puntos citados–, autopistas, autovías, carreteras, vías de servicio, caminos, sendas, vías pecuarias, senderos locales, rutas por las que se sabe o sospecha que transita el sujeto, o en las inmediaciones del denominado ‘Último Punto de Avistamiento’ (UPA), –el último sitio donde ha sido vista la persona desaparecida o donde ha sido grabada en vídeo–, o la Última Localización Conocida (ULC), –que es la última posición que se sabe que ha ocupado esa persona–; por ejemplo porque aparezca su coche, por geolocalización del móvil, porque de repente aparece su mochila, o más tarde aparece algo suyo”; dos puntos fundamentales, tanto el UPA como el ULC, para empezar a trazar el área de búsqueda.

Si pasadas las 24 horas iniciales, –y tras haber buscado minuciosamente y a conciencia hasta en el más mínimo reducto del área inmediata de búsqueda–, no se ha encontrado al desaparecido, arranca la fase de la búsqueda planificada, en la que se valoran los escenarios, se divide el área en regiones y segmentos, se varían las técnicas y se aumentan los recursos y el personal.

Un manual para ayudar a todos

En la búsqueda, además del tiempo, el principal enemigo es la incertidumbre. “La búsqueda en los primeros momentos es un caos, y está asimilado que va a ser así”, y por eso es la metodología la herramienta para “ir transformando ese caos en una operación coordinada”.

Con ese propósito, el ‘Manual de Búsqueda y Salvamento Terrestre’, de 704 páginas de extensión, se distribuyó de forma totalmente gratuita y de forma abierta a todo el mundo para poder copiarlo y difundirlo y, con ello, llegar a la máxima gente posible para, entre todos, mejorar ese trabajo en la búsqueda de desaparecidos. Un ‘entre todos’ que debería englobar no solo el inestimable trabajo en equipo de los profesionales, sino también a la ciudadanía, quien muchas veces ocupa una parte importante dentro de la difusión de información o de la propia búsqueda como voluntarios. “El objetivo es que la metodología se conozca, y que llegue a la gente y se utilice”, recalca José Romero.

La Segunda Guerra Mundial desarrolló las técnicas de búsqueda

Como en tantas ocasiones a lo largo de la historia, la metodología de búsqueda se fue desarrollando a raíz de un problema relacionado con el ámbito militar, y desde los años 40, desde la Segunda Guerra Mundial. “Los estadounidenses veían que los submarinos alemanes les estaban hundiendo las flotas que transportaban a los soldados y a toda la mercancía por el Atlántico, por lo que necesitaban unos métodos para detectar a esos submarinos alemanes. De ahí nace un poco la teoría de la búsqueda”, explica Romero, añadiendo que fue “más o menos a partir de los años 70” cuando esa originaria búsqueda naval se fue “traspasando a la búsqueda terrestre”.

El impacto de los incendios y las Torres Gemelas en el modelo estadounidense

Tomando a Estados Unidos como ejemplo, allí emplean el ‘National Incident Management System’, el Sistema Nacional de Gestión de Incidentes, que se creó en el 2001 a raíz del trágico y estremecedor atentado de las Torres Gemelas. “Ellos se dieron cuenta de que gestionar un montón de servicios a la vez (como bomberos, policías, servicios sanitarios) es muy difícil, porque cada uno utiliza sus emisoras, cada uno utiliza sus códigos, cada uno utiliza su sistema de gestión”, explica Romero. Por eso, para que los grandes incidentes pudiesen llevarse de la manera más adecuada, crearon este sistema de gestión común, que a su vez, desarrolló el denominado ‘Equipo de Gestión de Incidentes’ (IMT), compuesto de “equipos especializados en la gestión de incidentes determinados”.

Además, –para abordar las cuestiones relativas a la estructura organizativa–, “a partir de los años 70, con los grandes incendios forestales en California”, crearon el ‘Sistema de Comandos de Incidentes’, que es “un sistema escalable en el que, en los primeros momentos de una búsqueda, el mando (jefe) del incidente es el que lleva toda la búsqueda. Pero luego, despliega posiciones, y cada posición tiene asimilada multitud de funciones en base a la gente y a las competencias que tienen que gestionar”.

En definitiva, un modelo hacia el que debemos mirar con el objetivo de ser más eficientes y aprovechar el enorme potencial que tienen nuestros profesionales.