Silvia R. Mallafré, de 57 años, sobrevive al suicidio de su hija pequeña. En octubre del 2020 una llamada telefónica la despertó en la madrugada de su aniversario de bodas: Su niña, con 18 años recién cumplidos, estaba en el hospital porque había intentado quitarse la vida. Cuando llegó a la clínica, se encontró a la joven en estado vegetativo. “Estuvo mucho tiempo sin oxígeno”. Horas después falleció. “Me invadía la culpa y la rabia por pensar que no había hecho lo suficiente y que podía haberlo evitado. No me perdonaba a mí misma”, relata. Le costó encontrar un motivo por el que levantarse de la cama, pero su otra hija también la necesitaba.
En el Día Mundial de la Salud Mental los datos recuerdan su debilidad. Durante el 2023 se suicidaron en España 3.952 personas, según datos del Instituto Nacional de Estadística, lo que significa que al día 10 ciudadanos se quitan la vida cada dos horas y media, mientras otros 20 lo intentan. Una muerte de este tipo provoca una afectación profunda a un mínimo de seis personas. Estas pueden llegar a desarrollar numerosas patologías a raíz de transitar un duelo complejo.
“Cuando un ser querido se suicida, la familia queda como las Torres Gemelas de Nueva York tras estrellarse contra ellas los aviones, hundida en medio de un caos brutal”, describe Anna Lara, de 44 años, que perdió a su hermano en el 2013. Asegura que en ese momento solo hay muerte y destrucción porque nadie ve ni entiende nada. Por ello, cuenta que es necesario esperar a que el polvo se asiente para poder encontrar supervivientes, la razón por la que seguir viviendo.
“Hay personas que te pueden ayudar a limpiar los escombros más rápido y así volver a poner cimientos sólidos en el agujero que ha quedado, pero es un proceso muy largo”, explica. Considera que este tipo de duelo presenta una alta tasa de complicaciones. "Al meterme en la cama aparecían los demonios y el dolor se me clavaba en el corazón, me impedía respirar”, recuerda Mallafré.
Su hija estuvo ingresada en un centro de salud mental y en un piso tutelado debido a sus condiciones psicológicas, pero ella nunca pudo imaginar este desenlace, pensaba que saldría adelante. “Los últimos momentos que viví con ella fueron los más dulces, organizamos un día de chicas en un balneario y le hice unas trenzas, como me pidió”, recuerda. Siempre creyó que su intención no era fallecer: “Cuando estaba tan desesperada no decía que deseaba morir, sino que quería desaparecer". Lara insiste en que el suicidio no es una elección meditada de la propia persona, sino una reacción para dejar de sufrir en un momento en el que no se encuentra otra alternativa, aunque realmente siempre la haya.
Por primera vez, desde que se puso en marcha el Teléfono ANAR de Ayuda a Niños, Niñas y Adolescentes en el año 1994, el bloque de los problemas de salud mental supera al de la violencia, representando casi la mitad de las consultas realizadas por menores de edad. La conducta suicida se convierte en el tema principal. Tan solo en el año 2023 atendieron 7.928 llamadas relacionadas con este asunto.
“Cuando pasa algo así te vuelves loca pensando en lo que has hecho mal y te castigas repasando los últimos mensajes que os habéis escrito", explica Mallafré, que no quiere quedarse con la imagen de una joven entubada en una camilla: “Me quedo con las trenzas y el balneario”. Es su forma de cerrar puertas para salir adelante.
Cuando el suicidio entra en un hogar arrasa con todos los cimientos. “Fue un derrumbe total, en mi familia nos quedamos devastados”, confiesa Lara. Su hermano "nunca había dado señales", nadie podía sospechar lo sucedido. “Aparentemente lo tenía todo: mujer, hijo y trabajo”. Fue su pareja quien llamó a la Policía porque no regresaba a casa. Se había suicidado fuera del hogar.
Desde entonces, la vida de Lara se llenó de interrogantes, la inundaban los por qué y la culpa al pensar que no había estado suficientemente atenta. Sentía incredulidad y un agotamiento emocional que la consumía al no poder dejar de darle vueltas a su cabeza: “No había un médico forense para comunicarme la causa, no tenía un diagnóstico, tampoco fue un accidente. No sabía qué le había llevado hasta este punto, nos faltaba una explicación”. Explica que en ese momento la familia pasa a ser un colectivo muy vulnerable que siente soledad y abandono.
Notaba que las personas no sabían cómo acercarse a ella por el tabú que se esconde tras el suicidio. Mallafré también se ha dado cuenta de la falta de educación social para afrontar este tipo de muerte. “Dame un abrazo, escúchame y no me des consejos ni me digas que voy a superarlo, tráeme un táper cuando no tenga fuerzas para hacerme la comida, eso es lo que me va a ayudar”, resume Lara.
Ambas regresaron a su vida laboral pronto, era también una excusa para levantarse de la cama, aunque saben que cada persona asume el proceso de una forma diferente. Les costó mucho retomar su vida social. "Era incapaz de salir a algún sitio, podía verme con dos personas a la vez como máximo. Me daba igual la vida de los demás, solo quería encontrar explicaciones a lo que me había pasado. Suena egoísta, pero mi mundo estaba hundido", relata Lara.
Pese al dolor, las dos sintieron un día que podían seguir avanzando al dejar atrás una culpa autoimpuesta para reconstruir su vida de nuevo. Mallafré sabe que nunca va a superarlo, tampoco va a encontrar consuelo, pero aprende cada día a convivir con ello. Lara ha encontrado la serenidad que tanto buscaba, aunque teodavía recuerda la primera vez que se echó a reír, tiempo después del suicidio de su hermano: “Inmediatamente me puse a llorar, me sentía muy mal de haberlo hecho”. Poder aceptar otras emociones dentro de la tristeza le supuso todo un reto.
Forman parte de la asociación de supervivientes Después del Suicidio a la que acudieron para transitar el duelo. En esta entidad se realizan terapias individuales y grupales en función del estado de la persona afectada y el tiempo transcurrido desde la pérdida. "Hablar alivia", asegura Lara.
El lunes habrán pasado cuatro años desde que la hija de Mallafré se suicidó, pero para ella siempre está presente, en los columpios a los que siempre se subía o en los plátanos que tanto le gustaban: "La vida tiene muchas cosas muy feas, pero también otras maravillosas. Me entristece muchísimo que no haya tenido tiempo de enamorarse o de disfrutar con una puesta de sol, las cosas simples que ayudan a tirar hacia delante".