El rechazo del resto de comunidades a acoger a menores migrantes no acompañados llegados a Canarias, suele ir acompañado de argumentos como la inseguridad o la falta de recursos o de trabajo para los propios españoles. Pero lo que reflejan los datos es diferente: seis de cada diez de estos chicos con autorización de residencia, entre los 16 y los 23 años, ya tienen un contrato. Así lo refleja el Observatorio Permanente de la Inmigración.
Según su último estudio, la mayoría son hombres (67%) y de ellos, siete de cada diez son marroquíes, un 9% de Gambia, un 6% de Argelia y un 4% de Senegal. Hemos hablado con un grupo de ellos que viven en Chiclana (Cádiz), gracias a la solidaridad de la Asociación de Familias Solidarias para el Desarrollo (familiasolidarias.es).
Zhor, Belal, Younes y Hamed. Los cuatro llegaron a España cuando eran menores de edad, tres de ellos en patera, arriesgando la vida. La embarcación de Zhor se hundió en el mar y tuvieron que rescatarla, Belal nadando durante cinco horas. Hoy estudian o trabajan. Younes comenzó en el campo recogiendo fresas en Huelva: "Muy duro, a los que creen que robamos el trabajo les invito a venir a pasar una jornada". Hizo un curso de cocina y ahora trabaja en un chiringuito.
Zhor y Younes estudian y Belal trabaja montando puertas y ventanas metálicas. "Pago mi casa, mi comida...Y yo pienso que todo el mundo merece una oportunidad en la vida. No venimos a robar el trabajo a nadie. Venimos a luchar. Hay mucha gente también aquí que se han ido a Alemania, a Francia, a buscar otras oportunidades".
El presidente de la Asociación que los ayuda, Juan Molina, defiende que debemos acogerlos por dos motivos. Uno, por egoísmo: "Son necesarias dos millones de personas que vengan a nuestro país a activar las pensiones. Y también por el compromiso que esta población trae. Hay una actitud muy positiva hacia el trabajo".
Una actitud que también se refleja en Alí y Babiche. Ellos hicieron su viaje hace 17 años, desde Ghana y Ruanda.
En el trayecto Alí perdió a su hermano, que se hundió en el mar. Desde entonces lo busca porque nunca encontraron su cuerpo. En España lo ha ayudado la Fundación Raíces. Introducen a estos jóvenes en el mercado laboral gracias a cursos de cocina como el que desarrollan en el restaurante Ovillo de Madrid.
Su dueño, Javier Muñoz-Calero hace su aparición y Alí se ilumina. Lo abraza y le da un beso. "Es mi papá", dice Alí. "Es verdad, es como mi hijo", contesta Javier. Llevan años trabajando juntos, apoyándose. Babiche también se formó en sus cocinas. "A mí, que no me gustaba nada cocinar, yo quería ser futbolista", sonríe. Hoy es jefe de cocina y ambos sueñan con abrir sus negocios propios en Madrid. ¿Tu plato estrella? La tortilla de Betanzos, se ríe Babiche. Quedamos en probarla.
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