Juan Ortega ha reaparecido esta tarde ante las cámaras para torear en la plaza de Valdemorillo. Meses después de su 'no boda' y de su comentada entrevista con Carlos Herrera, el diestro ha retomado así su vida profesional sin mirar atrás y habiendo pasado página de ese plantón por el que ha estado desaparecido más de dos meses.
El diestro sevillano que ha salido a hombros tras cortar dos orejas al quinto de la tarde, reivindicó hoy en la feria de Valdemorillo su auténtica fama como torero después de varios meses de ocupar, sin pretenderlo, los titulares de la prensa rosa por motivos ajenos a su profesión.
Para mostrar que es la del ruedo la única fama que busca, Ortega hizo al quinto de la tarde una faena plagada de momentos de gran estética, que es lo que fueron buscando a Valdemorillo no los 'paparazzis' que le esperaban en la puerta sino los miles de aficionados que llenaron la plaza del pueblo serrano.
Claro que a poder reivindicarse así le ayudó sobremanera ese penúltimo toro de la terciada corrida de Cuvillo, un fino castaño chorreado que derrochó clase y profundidad en sus embestidas desde que salió al ruedo galopando y que se vino arriba en banderillas tras recibir el puyazo más fuerte, casi el único, de la tarde.
Ortega ya le meció por el lado izquierdo en las verónicas de recibo y aún le hizo un airoso quite por chicuelinas antes de bordarle una soberbia apertura de faena con la muleta, con ayudados clásicos y con recreados y lentos cambios de mano, en la que fue una excelente conjunción de ritmos entre uno y otro.
Aun así, el resto del trasteo resultó menos compacto, pues Ortega, dentro de las mismas tandas, alternó un puñado de momentos deslumbrantes, con una morosa cadencia en el trazo, con muletazos menos limpios y algunos enganchones, aunque mantuviera siempre esa tensión estética con la que tuvo al público atento y propenso al aplauso.
Y entre las desigualdades lo mejor llegó al natural, por el mejor pitón de "Asustado", que así se llamaba ese toro que no dejó de "hacer el avión" con largo recorrido hasta en el remate final de otro excelente manojo de pases ayudados con la rodilla flexionada, previos a una unánime petición de esas dos orejas que propiciaron la única foto que interesaba al torero: la de su salida a hombros vestido de luces.
El resto de la corrida tuvo menos brillo, pues el mismo Ortega no sacó mucho en claro de un segundo sin celo y Ginés Marín se dilató en dos deslucidos pulsos con los dos de su lote, dos torillos mediocres pero manejables con los que puso más empeño que compromiso, y con los que lo más notable a destacar de la labor del estremeño fue la excelente estocada con que tumbó a su primero.
Los dos "cuvillos" de menos fondo fueron los que correspondieron a Alejandro Talavante, que los lidió con asiento y temple, buscando aprovechar sus mínimas opciones pero sin lograr contrarrestar las protestas del público por la debilidad del primero y sin llegar a alargar las apenas medias arrancadas del cuarto.
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