Silvia, la mujer asesinada por su hijo de 15 años en Castro Urdiales ha recibido este viernes el homenaje de sus compañeros del hospital de Cruces de Barakaldo, donde trabajaba como celadora. Han sido cinco minutos de silencio frente al hospital para recordar con mucho dolor a su compañera, celadora en la unidad de Medicina Nuclear del centro hospitalario vasco.
En cuanto a la investigación, hoy hemos sabido que el hijo de 15 años le habló de maltrato al fiscal de menores, pero la Guardia Civil no ha encontrado ningún indicio de violencia en la casa. El menor mostró gran frialdad en su declaración, pero no se han encontrado pruebas, más allá de un aumento de la tensión creciente en el entorno familiar. Cada vez había más gritos y la familia respondía con medidas más severa ante la situación de conflicto con los hermanos, que no gustaban a los chicos, y tampoco el centro educativo al que acudían detectó en los últimos meses maltrato físico.
Ante la Fiscalía, el menor de 15 años describió humillaciones y maltrato, sobre todo a manos de su madre. También habló de golpes que, como decíamos, el colegio tendría que haber detectado y que, en años, no fueron visibles para profesores o vecinos. La familia, el primero el padre y después los abuelos negaron los malos tratos ante la Guardia Civil. "Ella tenía siempre una sonrisa. Era encantadora", señala una mujer sobre Silvia.
De puertas para afuera es lo que parecía, pero los vecinos, pared con pared, hablaron a los investigadores de un ambiente conflictivo y asfixiante en la casa. Muchos gritos, tanto, que esa tarde no se sobresaltaron. La conclusión a la que llegaron los investigadores fue que en esa casa había disciplina férrea, es decir, poca libertad y mucha exigencia en los estudios que el menor de 15 años llevaba mal. Los informes psicosociales que les están haciendo no buscan justificar el crimen, si no ver "cuál es la medida que se le puede imponer, que sea la más acertada y la más adecuada, para su reeducación", explica Marta Valcarcel, fiscal de menores de Sevilla.
La frialdad que han demostrado los hermanos también va ser tratada. Los dos chavales, tras el crimen, merendaron en un bar antes de esconderse: "Me pidieron dos palmeras. Un colacao y un café y se marcharon tan normales. Me pagaron y ni la ropa con sangre ni nada", señala Alicia, la camarera que les atendió. Limpios porque se había quitado la ropa para tirarla con la de su madre ensangrentada. Los chicos limpiaron la casa para ocultar las más de 10 puñaladas que recibió Silvia, pero dejaron un reguero de pruebas biológicas hasta el coche, donde pusieron el cuerpo de su madre para simular un secuestro del que ellos aseguraban haber escapado. Tras esto, en la madrugada del jueves, fueron detenidos tras esconderse en una cabaña de un parque ubicado a un kilómetro del domicilio.
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