Leonor Paqué, así es como se hace llamar una mujer periodista que ha dedicado su vida a contar historias. Hasta que decidió coger el boli y un papel para relatar la suya. “Cuando éramos pequeñas sabíamos que allí pasaba algo pero nadie hizo nada”, explica a Informativos Telecinco. Con sus 60 años, ha decidido coger su coche, un Renault Clio, y a su perrita para recorrerse España en busca de más víctimas de la pederastia eclesial, como ella. “Me pregunté a qué quería dedicar los días que me quedan y me pareció buena idea estar con personas que han pasado lo mismo que yo”, declara. Para esta aventura ha tenido la ayuda de su hermano Diego, quien le arregló su coche con dos cajas de vino, sujetadas con el cinturón de seguridad, para que pudiese dormir en él. Según una encuesta de GAD3 encargada por el Defensor del Pueblo, Ángel Gabilondo, unas 236.000 personas ha sufrido abusos sexuales en la Iglesia.
Cuando comenzó a ver los vídeos donde aparece charlando con esas personas se dio cuenta de un detalle: le hablaban como si fuese una hermana. Y así salió el nombre de su documental: “Hermana Leonor: 20.000 kilómetros de confesión. “Escuchar a estas personas me ha hecho creer en la bondad humana. Con lo que han pasado, lo más normal sería que saliesen con furia a la calle a destrozarlo todo. Entendí que los abusos no nos han creado tentaciones de maldad”, subraya. Trece víctimas, incluyendo su propio relato, y un psicólogo participan en este proyecto, sobre la pederastia eclesiástica, que saldrá a la luz en febrero del año que viene.
Una de las escenas que más incertidumbre le provoca ocurrió el día de su cumpleaños. Su madre fue a visitarla al sanatorio para regalarle unos muñecos de bailarines vascos. Tiempo después, el cura llegó y le cantó canciones. "Con el muñeco en la mano me hizo bailar encima de él, en su sotana y yo ahí no sentí ninguna agresión. Lo que sí recuerdo, que no se me ha olvidado, es que me robó los muñequitos. Se los regalaba a otros niños”. Frente a esto, ha tenido que lidiar con comentarios de su propio círculo cercano. “Me han llegado a decir: Leonor, si nos lo hacían a todas en la parroquia. Nos sentaban en sus piernas, pero muchas hemos querido vivir hacia delante”.
A Leonor (Bilbao, 1963) le ha costado recordar el nombre de su agresor. Para ella, todo era como un lejano recuerdo que no podía identificar como real. Pero lo que sí ha tenido grabado en su cabeza ha sido el trato que las monjas hacían en el Sanatorio de Santa Marina, dedicado a cuidar a los niños que tenían tuberculosis. “Lo que te inculcan allí es que no eres nada. Que pueden hacer contigo lo que quieran”, señala. Ella entró con ocho años junto a su otro hermano, llamado Miguel, que tenía tres. De él no habla porque a día de hoy vive “en un infierno”. “La última vez que me contestó me dijo que ‘ya le había cuidado bastante’. Es una pena”, afirma.
En contraste con los episodios de los malos tratos de las monjas, estaba el cura llamado Martín Valle García. Una persona muy considerada por las niñas. “Todas buscábamos que nos quisiera”, recuerda. Hasta que comenzaron los abusos. “Es curioso cómo las niñas ya intentábamos protegernos con las ropas de la cama”, añade sobre esa noche en la que todas decidieron actuar antes de que llegase. Leonor recuerda que, tras entrar una de las cuidadoras laicas que había, les preguntó a todas qué estaban haciendo. Al responderle que venía el Padre, ella se fue. Después de este momento, ese cura no volvió a aparecer por el sanatorio.
Ella siempre ha tenido claro que no iba abandonar esta lucha por el reconocimiento de las víctimas. “No me puedo quedar en esa niña con ocho años y que me siga agrediendo con sesenta. Yo no me puedo quedar ahí. Nunca he pensado en dejarlo, la rabia y la indignación se superponen”, sostiene. Aunque reconoce que dar la cara públicamente no siempre ha sido fácil. “A veces me siento como un animal que tiene la soga al cuello y que la sociedad no para de tirar de la cuerda. Cada vez que voy a contar mi historia recuerdo a esa niña que estaba en ese sanatorio, el olor. Estamos muy cansados. Pero sé que llegará un momento de paz”, dice con la voz entrecortada mientras se pregunta cuántas veces van a tener que contar lo que les hicieron ahí para que los demás presten atención.
Ahora, admite que esas escenas le han generado heridas imborrables. “No tengo criterio para relacionarme con las personas. Es decir, me cuesta identificar la maldad. Estoy repitiendo el esquema. Yo a aquel señor, el cura, supuestamente nos quería y todas queríamos que nos quisiera. Pero cuando alguien así te hace daño te das cuenta que a lo largo de la vida vas buscando gente que te quiera, pero que te quiera bien, con respeto”.
“Tú quieres a tus padres, a tus amigas, a tus hermanos y a tus parejas. Pero siempre estás pensando que incluso la persona que te quiere, te acecha. Estás en alerta porque te pueden hacer daño. Yo no he bajado la guardia con ninguna de mis parejas”. Así lo recuerda con sus relaciones sexuales. “Cuando vas a tener relaciones y ves que sientes que no quieres que te toquen te preguntas de dónde sale todo eso. Ves que hay una herida cerrada pero que sigue ahí y si rascas un poco te das cuenta”, lamenta.
A lo largo de su documental, Leonor se ha dado cuenta de que existen muchas víctimas con ese sentimiento de culpa. Hay personas que se preguntan qué fue lo que hicieron para que los eligieran. Otras, que siguen en shock sin entender lo que les ocurrió. Y algunas, tienen familias que no les dirigen la palabra. “Muchos han pasado por el hospital psiquiátrico. Necesitamos un apoyo psicológico, pero de profesionales que sepan y que no sean de la Iglesia porque no nos fiamos”, subraya. Y es que hasta ella se ve reflejada en esos sentimientos negativos. “Llegué a dudar de mí misma, nos hacen dudar de lo que tiene sentido y de lo que has visto. Teníamos que estar todo el rato justificándonos”, añade.
En su caso, todas esas dudas se desvanecieron cuando le contactó una mujer que también fue abusada por el mismo cura. “Ella era una niña que le habían extirpado un pulmón. Su marido le decía que tenía que olvidar el pasado y que mirase hacia delante. Su madre le recordaba que tenía mucho que agradecer”. Al final, cogió fuerzas y acudió a denunciar al Defensor del Pueblo. Lo curioso de la historia de Leonor es que decidió sacar todo su dolor a través de un libro -llamado ‘En sus tibias manos’- donde los personajes tenían nombres ficticios.
“Nunca recordé el nombre de mi agresor. Pero al escribir sobre mi historia, me inventé un nombre y resultó que era ese. Me enteré cuando una mujer, que fue al mismo sanatorio, me dijo su nombre. Al saberlo, no podía parar de llorar. Martín Valle García. Fue la prueba de que no era algo ficticio que me había inventado. Es como un rompecabezas que vas rellenando contra el viento y marea”, lamenta tras recordar cómo esta víctima le confirmó que había cientos de niños como ellas.
Leonor es consciente de que en esta lucha también hay cuestión de género. “Somos las hijas de nuestras madres reprimidas. Nuestra lucha era ser y hacer de la vida sexual algo libre y bello. Para nosotras siempre había estado vedado, era pecado y no había libertad de ningún tipo. Pero luego te das cuenta que pasa algo en tu vida sexual y que no eras consciente”, relata. Para las mujeres, este tema es “mucho más vergonzoso” y por eso “no quieren dar la cara”. Así lo vio reflejado en el testimonio de la mujer que comparte la misma experiencia que ella en el sanatorio. “Una pregunta que le hice a esta mujer es que si la sociedad está preparada para escuchar que una niña ha sido agredida por una mujer. Ni yo lo había contemplado hasta ese momento. Su respuesta fue clara: no”.
Al ver el informe del Defensor del Pueblo, en lo único en lo que puede pensar es en su madre. Ella no sabía que el cura la había agredido sexualmente. Lo que sí sabía era que los trataban muy mal porque se lo contó una de las curadoras. “Ella tenía miedo de sacarnos de allí por si nos moríamos. Después me confesó que si hubiese pasado en los tiempos de ahora nos hubiese sacado de ahí y nos hubiese llevado al fin del mundo. Ella se fue con la sensación de que no podía protegernos”.
Todas estas imágenes que Leonor tiene en su cabeza se han convertido en sus propios demonios. “A veces cuando veo las imágenes de mi documental y no me reconozco. Veo a una persona derrotada. Me da vergüenza ver esa debilidad y ahí es cuando me digo que tengo que superarlo”, explica. Por eso, tiene claro que el perdón de la Iglesia no es importante para ella. “No lo tengo en consideración, no los respeto porque es el foco de muchísimo dolor. No hay nada por muy bueno que hagan que pueda justificar o equilibrar el dolor de tantos niños abusados”, añade.
“Quiero un reconocimiento social, como la ley de memoria histórica. Hay que investigar, sacar a la luz, proveer de fondos porque nosotros somos memoria histórica y silenciada en este país”, sostiene con firmeza. “En Navarra ya existe un Estatuto de la víctima, me gustaría que fuese a nivel nacional. Y que si eres víctima, tengas derecho a tus psicólogos, sindicatos y a una indemnización. En las redes sociales se nos acusa mucho por pedir esto”. Tal y como ya lo comentó con una víctima: “La Iglesia es la única que cree que con pedir perdón se arregla todo. Lo único que les interesa es el cepillo y la casilla”.
De cara al futuro, ella tiene claro que sí hay un factor clave que le brindaría paz a aquella niña de ocho años: una fiesta histórica. “Sería muy sanador y divertido que, después de todo, se organizase. ¿Te imaginas?”. Para ella, sería una forma de que todos esos niños que llevan dentro saliesen a bailar y a reír. A celebrar la vida. Porque como dice Leonor, en realidad solo son niños que lo único que piden es que no les quiten más de lo que ya le quitaron.
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