Juan Francisco, el albaceteño que viajó a Estocolmo para buscar a su hijo desaparecido: "Iría al fin del mundo si hace falta"

El 19 de abril de 2023 desapareció Juan Alberto García Cuesta, con 30 años. Aunque la denuncia oficial se puso el 25 de mayo de ese año. Su padre, Juan Francisco, tiene una fecha grabada en la cabeza. Pero no es esa. Su historia comenzó mucho antes. “Llevamos desde 2014 sin poder celebrar un cumpleaños y unas Navidades”, explica a Informativos Telecinco. Se trata de un año en el que la enfermedad tocó la puerta de su casa y les cambió toda la vida. La esquizofrenia paranoide de su hijo provocó varios ingresos hospitalarios y ataques agresivos que acabaron en órdenes de alejamiento por seguridad. Él asegura que cuando se toma la medicación, Juan es una persona maravillosa. “Recuerdo cómo hace un año y medio llegó a mi casa, me dio un abrazo e incluso me hizo un regalo por el día del padre”, añade tras recalcar que hacía mucho tiempo que no recibía uno.

Tras ser aconsejados por la UME, Juan Francisco y su mujer Ramona decidieron acudir a Fundación Familia para recibir ayuda con su hijo. Pero para ellos comenzó otro tipo de infierno. “Quieres creer que esa gente se va a preocupar como lo harías tú, pero comenzamos a ver que Juan no tomaba la medicación. Aunque ellos nos lo negaban”, declara. Juan Francisco lleva meses escribiendo su historia para no olvidar los detalles. Pero no la tiene terminada. “Duele mucho”, afirma. El último dato que conoce sobre el paradero de su hijo es que se encuentra en Estocolmo (Suecia). “Quiero contactar con las personas que estén con él para decirles que aquí hay unos padres que estamos llorando diariamente su ausencia”.

Esquizofrenia paranoide familiar: “Juan llegó a amenazar a su madre con un cuchillo”

La vida de Juan Francisco no ha sido fácil. Desde 2014, tanto Ramona como él han intentado afrontar la enfermedad juntos. Hasta que Juan desarrolló una esquizofrenia paranoide familiar. “Nos explicaron que se trata de una fijación hacia un familiar o varios que él quiere y que considera como un diablo. En casi todas sus alucinaciones el culpable es ese familiar”, lamenta. Y es que desde que comenzó a transmitir su agresividad y su miedo hacia ellos, todo se complicó. Sobre todo, para él. “Mi hijo cree que yo he abusado de él incluso en años en los que no había nacido”.

Con Ramona, la situación también fue difícil. “Mi mujer llegó a tener una orden de alejamiento contra él", subraya. "Recuerdo cómo una de las veces llegó a amenazarla con un cuchillo. Aunque esto no lo llegamos a declarar en el juicio”, añade. Cuando metieron a su hijo en la Fundación Familia, les recomendaron no tener la tutela debido a la fijación que tenía hacía ello, ya que en ocasiones podía resultar peligrosa, por lo que pasó a tenerla dicha fundación.

“Como allí no podían ofrecerle un domicilio tutelado, acordé que mi hijo viviese en Albacete y nosotros le ayudábamos con todo lo que le hiciese falta”, sostiene. Hasta que llegó el 19 de diciembre de 2021, cuando falleció su otro hijo llamado Iván. “Sabíamos que, de vez en cuando, se quedaba en la casa que tengo en La Roda. Se metía a través de un agujero que hay en la puerta. Cuando lo hacía, siempre venía nuestra casa a pedirnos comida o a que le lavásemos la ropa”.

“Por mucho dolor que tuviese, siempre intentaba convencerlo de que pidiese un piso para vivir. Un día comenzó a decirme que le hablaba en chino, que no me entendía. Yo solamente le decía que se tranquilizase. Es una situación que quien no la tiene, no puede entenderlo”.

Unos padres acostumbrados a las idas y venidas de su hijo

Los padres de Juan denunciaron la desaparición de su hijo casi un mes después de que ocurriera, ya que estaban acostumbrados a que Juan desapareciese durante meses. “Gracias a sus amigos, he conocido siempre dónde se encontraba. Sé que ha llegado a irse a Francia a vendimiar. Pero ha estado en otros lugares”, explica. “Mi mujer y yo hemos vivido con esa mínima esperanza de que si la Policía no nos llamaba era porque estaba vivo. Esta vez pensábamos que era otra más”, lamenta.

Desde la comisaría de la zona, las autoridades informaron a Juan Alberto que iban a dejar de buscarlo porque el juez creía que “se había ido voluntariamente”. “Si fuese un diabético que sin su inyección se puede morir, todo hubiese sido diferente. Si mi hijo no se toma la medicación, lo que ocurre es que no es consciente de su enfermedad”, relata.

“En España, tener una enfermedad mental es como tener un resfriado”, sostiene con dureza. Justo en ese momento, tanto Ramona como Juan Alberto perdieron la esperanza de saber algún detalle sobre el paradero de su hijo. Hasta que Juan decidió hacerle una videollamada a su amigo Mohammed. “Utilizó un teléfono prestado de Azerbaiyán a finales de julio. Estaba en Estocolmo”.

Juan Francisco viajó a Estocolmo con el traductor de Google

Una vez que Mohammed informó a Juan Francisco sobre esa videollamada, decidió apuntarse el número y hablarle por WhatsApp para intentar averiguar su localización. “Me hizo una videollamada y yo le enseñé la foto de mi hijo, pero no entendía nada porque empezó a hablarme en ruso”, destaca. Con la ayuda de su cuñada, que es ucraniana, conocieron que Juan había estado en la Estación Central de Estocolmo. “No soy una persona con mucho dinero. Me cogí dos vuelos y me fui solo a Estocolmo. Iría al fin del mundo si hiciese falta”, detalla. Una vez allí, se presentó en la Policía Central del país tras ser aconsejado por una mujer que había en un bar español cercano. “Cuando encontré a la Policía de la zona vi que tan solo hablaban sueco o inglés, así que utilicé mi traductor para preguntar por mi hijo”, subraya.

“Lo único que me respondieron es que la familia podía estar tranquila, que sabían dónde está y que estaba bien cuidado”. Al principio, Juan Francisco explica que fue “un subidón” escuchar esas palabras después de tanto tiempo en vilo. Pero la duda le acechaba. ¿Estaba preso o ingresado? “No me decían nada más. Solo sé que allí las enfermedades mentales las tienen muy controladas, pero no me pueden decir nada porque Juan es mayor de edad”, destaca. No contento con la respuesta, Juan Francisco decide ir al Cónsul para conseguir más información. “Lo primero que me preguntan allí es cómo había averiguado toda esa información, parecía que eso era lo más importante”, asegura. “Después, me dijeron que aquí son muy reservados. Si mi hijo no quería, no me iban a decir nada”.

“Si le ocurre algo a mi hijo y tenemos que ir corriendo, lo haremos”

De vuelta en el avión, Juan Francisco seguía sin estar tranquilo. Lo único que quería era averiguar dónde se encuentra y si está tomando su medicación. “No quiero traerlo de vuelta. Quiero saber si mi hijo está atendido. Él habrá dado su versión, habrá dicho que está solo”, dice con su voz entrecortada. “Quiero hablar con la gente que lo esté cuidando y decirles que no está solo. Que estoy aquí. Que somos unos padres que estamos llorando su ausencia diariamente. Si algo le ocurre a Juan y tenemos que ir corriendo, lo haremos. Podemos facilitar los pocos informes médicos que nos quedan. Eso es lo que deseo”.

Ahora, Juan Francisco tiene previsto volver a Estocolmo junto a su mujer para intentar averiguar dónde está. De mientras, él solo tiene una denuncia que hacer. “Hay mucha gente como mi hijo. Solo pido que cuiden a las personas porque él no es el primero. Los jueces tienen que tomarse en serio la enfermedad mental, ya que es muy peligrosa. Y, a esas fundaciones que cuidan a los enfermos, les diría que los vigilasen más. Que informen a la familia y que sean más empáticos con ellos. No son un número más”, concluye.