Visitamos algunos de los principales destinos turísticos españoles y la sensación es agobiante en muchos casos. Peñíscola, en Castellón, con 7.882 habitantes, recibe más de 200 000 turistas. 1 peñiscolano cada 25 visitantes. Ocupa el número uno de la masificación, pero hay muchos más. En Benidorm son tres veces más de visitantes, 600 000. Allí la guerra de la toalla comienza a las 7 de la mañana. Procesiones de bañistas colocan sus sillas, sombrillas y toallas y se marchan para volver más tarde. A las 11 de la mañana no cabe un alfiler. "Esto es horroroso, yo vivo aquí y me horrorizo cuando me asomo a la ventana y no bajo a la playa...Voy a la piscina", nos confiesa una vecina.
Hay destinos saturados en toda España. En San Sebastián hay colas para ducharse en la playa, para lavarse los pies, para tomarse un pincho, para comerse un helado... Y en Santiago es el camino el que atrae a miles de peregrinos que cada día cantan a todo volumen por las calles sin importarles quién viva en esas calles, dañando el día a día de los vecinos de toda la vida. Barcelona es otro ejemplo clave. Con 28 millones de turistas al año, el centro se colapsa día sí y día también. Los turistas se quejan de que ni guardando cola pueden visitar por ejemplo la Sagrada Familia. "Tenemos que esperar dos días, Es una frustración", nos dicen. Pero además muchos barceloneses se quejan del turismo de borrachera, del ruido nocturno, la inseguridad en La Barceloneta...
Es la otra cara de nuestro éxito turístico. Este año recibiremos 85 millones de visitantes extranjeros, dos millones más que en 2019. El sector emplea a casi 2.700.000 personas y supone el 12,5 por ciento del PIB. Es imposible prescindir de estos ingresos, ni siquiera se piensa en reducirlos. "Es impensable, es un sector que tira de la economía española y no se puede limitar, hay que regularlo" aplicando prácticas sostenibles, asegura Mercedes Tejero, gerente de la Confederación Española de Agencias de Viaje (CEAV). Para Tejero no son buenas ideas ni la limitación, ni las tasas, pero sí defiende que hay que hacer cumplir las normas que existen y tratar de desestacionalizar. Es decir, que viajemos durante todo el año, no sólo en julio y agosto. ¿Y cómo se logra eso? Hacen falta iniciativas privadas, con ofertas tentadoras de las agencias durante el resto del año, pero también políticas que incentiven desde los gobiernos y más flexibilidad de las empresas, para dar vacaciones en otros meses del año a sus empleados.
Otros expertos en el sector sí abogan por intentar limitar el número de visitantes en áreas especialmente saturadas, sobre todo espacios naturales que se están degradando. Es el caso de Arturo Crosby, CEO de Fórum Natura. "A mí personalmente no me gusta pero a veces es la única alternativa que puede funcionar. Es como reservar en una aplicación a través del móvil para ir a la playa x o a la montaña y. Si tú sabes que tienen una capacidad de 500 visitantes al día y eres el 501, sabes que no puedes ir. Es una manera de controlar, no es la mejor pero es la menos mala. Causa un impacto emocional fuerte pero mejora la calidad de la experiencia". Él la implantaría en todas las áreas naturales protegidas. "El dilema es: todo el mundo debería tener derecho a viajar, pero es que somos demasiados", argumenta Crosby.
Pero hay otras opciones, como las tasas turísticas. En nuestro país tienen mala fama, explica José María de Juan, fundados y vicepresidente del Centro Español de Turismo Responsable, porque en los lugares donde se ha aplicado no ha logrado mejorar el entorno y ha sido simplemente una medida recaudatoria. Pero hay otros países donde sí se aplican y funcionan. "Está comprobado en países como Costa Rica o en las Islas Galápagos, donde es muy caro acceder a ciertos espacios protegidos pero el nivel de calidad y de servicio, de seguridad, de cuidado ambiental e investigación es tan alto, que nadie se lo cuestiona".