La procesión del Corpus Christi no parece un momento para morir. Ocurrió en Andújar el pasado domingo, 11 de mayo. Un policía nacional y un vecino, muertos. Una tragedia imprevisible. La mañana había comenzado religiosamente. Como en tantos lugares de España, el Corpus Christi (festividad católica que tiene lugar el jueves siguiente al domingo de la Santísima Trinidad, que se celebra el domingo después de Pentecostés; por tanto, sesenta días después del domingo de Resurrección), se celebró en Andújar en domingo para adaptar la festividad eucarística al calendario laboral. Las calles del centro de la ciudad se habían llenado para seguir la procesión de Jesús Sacramentado.
Pasadas las diez de la mañana, los fieles salían por la puerta principal de la parroquia de Santa María para acompañar al cuerpo de Cristo por el corazón de la bella localidad jienense. Numerosas personas lo seguían por un itinerario engalanado con altares y alfombras, aunque afeado por las obras de la Plaza del Ayuntamiento. Tal y como rezan las crónicas locales, iban representantes de las cofradías y hermandades de la localidad y muchos niños y niñas que este año habían hecho su primera comunión. La tradición se cumplió en todos sus detalles, con juncias esparcidas por el suelo para tapizar el paso de la Divina Majestad.
A esa misma hora, en la calle de Las Monjas, distante quinientos metros de la ceremonia, un hombre vestido con un suéter veraniego y unos pantalones cortos azules, veterinario jubilado, aporreaba un portal con un martillo. En una mano, el martillo. En la otra, un cuchillo. “Aquí viven dos terroristas”, gritaba a pleno pulmón en esta calle estrecha, pero emblemática, de Andújar. Una pendencia atrasada y demente, poco importa. La procesión no escuchó los gritos de la tragedia. Ni siquiera los vecinos que salieron a las ventanas, alertados por el vocerío, fueron conscientes hasta casi el final de que allí se fraguaba un drama, imprevisible solo minutos antes, cuando todo era tranquilidad dominical y fervor católico.
Los preparativos del Corpus habían obligado a movilizar a los cuerpos de seguridad del municipio y por eso andaban cerca los agentes del Cuerpo Nacional de Policía y de la Policía Local. Llegaron enseguida los patrulleros de la Policía Nacional y detuvieron su vehículo a escasos metros del vecino alterado. Uno se bajó de inmediato. Seguro que pensó que era un altercado rutinario. Habían pasado apenas tres minutos desde que alguien llegó a un portal a aporrearlo. Tres minutos después, dos personas estaban listas para su entierro, sobre el asfalto de la calle de las Monjas.
El primero en ser herido de muerte fue el agente Juan José Lara. Se había bajado del coche y trataba de socorrer a su compañero de patrulla, al que había alcanzado el agresor, cuchillo y martillo en mano. Sonó un disparo. Dio dos pasos sorprendidos y se desplomó junto a un paso de cebra. El plomo que atravesó la ingle del atacante, en una trayectoria errática e incomprensible, perforó mortalmente su estómago. Unos pasos más allá, su compañero había intentado repeler la agresión con una porra extensible y, casi sin tiempo, in extremis, con su arma reglamentaria, cuando el agresor se le echó encima. Quienes lo ven y lo graban desde las ventanas no saben quién es, pero se trata de un jubilado, que imprevisiblemente se mueve como un gato y se abalanza sobre el agente, que no se imagina que puede morir a escasos metros de la procesión del Corpus Christi.
Su compañero, su apoyo, agoniza en la calle, sin saber de dónde le ha venido el balazo. Los vecinos no entienden nada. Los que cruzan la calle son quienes libran al policía del jubilado homicida, que hace presa en él y lo acuchilla y golpea con saña. El agente se levanta aturdido y el jubilado, con paso decidido, enfila la calle adelante, sin saber bien si lo hace para escapar o para morir. Como un toro que se va a las tablas.
“Dispárale, dispárale”, le gritan desde las ventanas al policía. El agente lo sigue unos metros por detrás, lleva un navajazo en el hombro y un martillazo en la cabeza. De frente, se le interpone un policía local motorizado, todavía con su casco. El policía nacional herido encañona al jubilado y realiza dos disparos a zonas no letales. Lo hace por detrás. El jubilado se tambalea y el agente se echa encima de él para reducirlo y tirarlo al suelo. No se mueve. Expira sobre el cruce con la calle de los Hornos.
El relato de los hechos y el dictamen de la justicia queda pendiente de los análisis forenses definitivos. La explicación que se abre camino es que el primer proyectil que el policía disparó en defensa propia atravesó zonas vitales del agresor, golpeó en una moneda, desvió su trayectoria y terminó hiriendo mortalmente a su compañero de patrulla. Una bala para dos muertos. Los otros dos disparos, quizás, sean argumento para una sentencia. Tendrán que ser ahora los tribunales, después de analizar los informes periciales y forenses, además de los videos y los testimonios, quienes determinen si el proceder del agente se ajustó a los protocolos sobre el uso de las armas. La especulación sobre el miedo a las multas y condenas por casos similares también forma parte del debate y agita la indignación policial en las redes sociales. “Si la ley nos amparase, esto no habría ocurrido”, “estamos expuestos cuando salimos a la calle”, “no tenemos medios adecuados, no tenemos defensa”, “estamos solos”. Las frases se repiten y canalizan la frustración de un sector, las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, que sabe que sus integrantes son la última frontera frente a los criminales o los locos.
En el capítulo de hoy de A ver si me he enterado, el videopodcast conducido por Miguel Ángel Oliver en Nius, se analizan los hechos con el portavoz nacional del Sindicato Unificado de Policía, Jacobo Rodríguez, y el periodista de Mediaset, especializado en sucesos, Daniel Montero. No se ha dejado de hablar en los medios durante toda la semana de la tragedia imprevisible de Andújar. La vocación ha llevado a muchos policías a vestirse el uniforme, pero no les sosiega en días de dolor, como el domingo del Corpus en Andújar, en el que dos vidas fueron segadas por una sola bala en la calle de las Monjas.