Las alergias y las intolerancias alimentarias a veces cursan de manera similar, pero el origen es distinto y las consecuencias, también. “Hasta los médicos llegan a confundirlas y este asunto es clave”, dice la alergóloga Paula Ribó, que trabaja en el Hospital Clinic de Barcelona y tiene su propia consulta en Granollers. Ribó se lamenta de que, en la carrera de Medicina, la Alergología no sea una asignatura troncal, cuando toda la comunidad científica reconoce que es un mal en aumento y que, debido a su progresión, es posible que a mediados del siglo XXI la mitad de la población mundial sufra algún tipo de alergia a lo largo de su vida.
En su libro Alergia, la nueva epidemia (Alienta editorial), la doctora Ribó explica las diferencias y subraya que se habla con demasiada facilidad de alergias y eso es un problema. Así se lo explicó recientemente a la periodista de Nius, Elisa Albacete, que ahora conversa con la alergóloga en ‘A ver si me he enterado’, el videopodcast conducido por Miguel Ángel Oliver.
Curiosamente, ambas son alérgicas. O no tan curiosamente, porque la realidad es que lo curioso ahora es no serlo. “¿Antes estábamos más adaptados a la mugre?”, pregunta Oliver, que recuerda los juegos infantiles sobre la tierra de las calles y de los parques, las canicas, las chapas. “Algo de eso hay”, confirma Ribó. Pero hay más: cambio climático, contaminación, nuevos ciclos y fenómenos atmosféricos que han abierto la Caja de Pandora de las alergias.
Por eso la charla se convierte en una enumeración de los propios síntomas o de las propias confusiones. “Yo soy intolerante al ajo, pero antes decía que era alérgica al ajo”, confiesa Elisa. Paula Ribó lamenta lo frecuente que es esta mezcla de conceptos y advierte sobre los efectos que esto puede tener. “Una alergia te puede matar”, explica la especialista, que recuerda el reciente caso, todavía bajo investigación, de una joven alérgica a la leche que falleció en marzo tras tomarse un café en Ciudad Real. Es un caso que causó un notable impacto. En España, miles de familias viven con el alma en vilo cada vez que alguno de sus miembros sale a comer fuera o cuando los más pequeños se van de campamentos.
La doctora Ribó quiere ser honesta con su diagnóstico y su experiencia médica y personal. “Las alergias, como ocurre con las enfermedades crónicas, no se pueden curar, pero sí reducir sus efectos”, nos comenta en este capítulo de ‘A ver si me he enterado’. Por eso es tan frecuente el uso de antihistamínicos y otras medicinas de última generación que tienen efectos parecidos, sin provocar tanta somnolencia. Lo que es un problema, en su opinión, es el abuso de los antibióticos, que está fortaleciendo a muchos microorganismos, potencialmente alergénicos, y está poniendo en jaque a la salud mundial.
Ante un ataque alérgico grave, que en su máxima expresión puede desencadenar un choque anafiláctico, es obligatorio llevar encima adrenalina. “No, no hace falta clavarla en el corazón como en Pulp Fiction, dice la alergóloga. Los pacientes saben que deben emplear una o varias dosis de tipo bolígrafo, que se inyectan en el muslo cuando los síntomas se disparan, antes de entrar en ‘shock’. La anafilaxia es una reacción alérgica crítica y fulminante, que puede provocarse, entre otros motivos, por la picadura de insectos, como avispas o abejas, o la ingesta de frutos secos, como cacahuetes, nueces o pistachos. La adrenalina intramuscular o epinefrina actúa de inmediato: aumenta la presión arterial, disminuye la hinchazón de la piel y las mucosas, abre los bronquios y mejora la respiración. Una vida más se habrá salvado, pero para eso es necesario que cada uno sepa bien lo que le ocurre y esté preparado. Una confusión puede matarnos.