A Martina no le deja de sorprender la “cantidad de gente de su generación” que vapea. Tiene 15 años y no solo son sus compañeros de instituto. Las redes sociales están llenas de jóvenes como ella que hacen alarde de su hábito. “Pero si saben que es malo, no lo entiendo”, lamenta. A Jaime, de 13 años, le ocurre lo mismo. En su caso, “son sobre todo las chicas”, asegura.
Testimonios que coinciden con las cifras. Según el estudio elaborado por la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria (semFYC), uno de cada cinco adolescentes de entre 14 a 18 años fuma o consume algún derivado del tabaco, siendo el vapeo su hábito preferido.
Los profesionales están preocupados por ello. Existe "una baja percepción del riesgo, pero vapear es un experimento químico, ¿quién hace un experimento químico con su propio cuerpo?", se pregunta Rodrigo Córdoba, médico portavoz del grupo del abordaje del tabaquismo de la semFYC.
Cuando se vapea, se introducen en el organismo productos químicos que de los pulmones pasan a la sangre y, si llevan nicotina, en 10 segundos están en el cerebro, causando problemas de maduración y rendimiento escolar, advierte el experto.
Además, los estudios científicos indican que los menores que empiezan a vapear multiplican por cuatro o por siete sus probabilidades de consumir cigarrillos convencionales que los que no han vapeado. “Es mucho más una puerta de entrada que una puerta de salida al cigarrillo, desgraciadamente”, explica Rodrigo Córdoba. De hecho, es uno de los principales obstáculos para lograr la ansiada generación libre de humos y de adicción a la nicotina.
Un objetivo considerado "estratégico" para organizaciones como la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC), que fija el reto en siete años, en 2030, porque, "como es ampliamente conocido", subrayan, el consumo de tabaco es la primera causa de muerte prevenible en el mundo, además de ser el principal factor de riesgo en cáncer evitable. Solo en España, el consumo de tabaco causa más de 50.000 muertes anuales.
A pesar de lo que se pudo pensar en un principio, el vapeo o cigarrillo electrónico no sirve para dejar el hábito. De hecho, más del 60% de los consumidores de cigarrillo electrónico siguen fumando tabaco convencional, haciendo un consumo dual. De esta forma, "no es que disminuya el riesgo, sino que se incrementa, se dificulta la posibilidad de dejarlo en el futuro y se multiplica la posibilidad de sufrir problemas respiratorios", señala Rodrigo Córdoba.
Los estudios observacionales indican que solo un 5-7% deja de fumar con el vapeo, un porcentaje similar al que se consigue con los consejos dados por el médico de cabecera. Según el portavoz del grupo del abordaje del tabaquismo de la semFYC, lo que la industria busca con el vapeo es enganchar a los jóvenes. "Conseguir más adictos para un negocio que sigue en las mismas manos, porque la mitad del negocio del vapeo lo controla la industria del tabaco, no son dos negocios independientes, están muy asociados”, constata el experto.
Una industria que, denuncia Rodrigo Córdoba, ha logrado inyectar a través de las redes sociales y de internet la idea de que el vapeo tiene un menor riesgo que el tabaco. Además, el cigarrillo electrónico o los vapeadores tienen un 20% de impuestos, mientras que el tabaco tiene un 80%. El vapeo es mucho más barato y por tanto más asequible. Un cartucho de vapeo cuesta menos de 10 euros y puede equivaler a más de tres o cuatro cajetillas de tabaco en cuanto a las dosis de nicotina.
El cigarrillo electrónico es un producto más asequible y accesible porque se vende en muchos sitios: estancos, gasolineras, comercios… "Todo facilita su consumo en los menores de edad, todo está montado para promover su consumo y ponerlo de moda. Su regulación es muy débil y debería ser como la del tabaco en cuanto a la prohibición de su venta a menores, la publicidad o su promoción en redes sociales", reclama Córdoba.
La industria, asegura el especialista, siempre suele ir por delante y la administración a veces tarda en reaccionar ante un problema que puede ser muy grave a medio plazo. Y no solo por la nicotina. El hábito es el mismo y la vulnerabilidad de la recaída es la misma con y sin nicotina, señala el portavoz de la semFYC. Además, que tengan o no esta sustancia no se puede saber porque nadie lo revisa, advierte. “Esto no es un fármaco, sino un producto recreativo que tiene la misma regulación que un tamagochi o un juguete, a penas está regulado”.
Esta es precisamente, una de las reivindicaciones de los especialistas, que las autoridades regulen la composición del producto cuyo consumo tiene unas consecuencias todavía imprevisibles a largo plazo, pero ya conocidas en el corto. El cigarrillo electrónico lleva propilenglicol, un producto químico que tiene varios usos, como anticongelante o para producir el humo de los conciertos de música, por ejemplo. Pero hay personas que son alérgicas y les da asma ya que irrita el bronquio. Con el tiempo da bronquitis crónicas y problemas respiratorios.
Además, el consumo de este producto se ha asociado con neumonías glicoideas o con el síndrome de Evali. Un síndrome producido por el vapeo, similar a una neumonía con tos productiva, fiebre, escalofríos o dificultad para respirar. En Estados Unidos se han registrado ya más de 2.800 casos y más de 60 muertes confirmadas. En realidad, resume Rodrigo Córdoba, dicen que los vapeadores tienen menos riesgo que los cigarrillos convencionales, pero es como caer de un décimo piso o caer de un tercero, riesgo tiene y encima facilita la transición de los jóvenes al consumo de cigarrillos tradicionales.