Los rostros de Tarteso, la legendaria civilización del suroeste de la península ibérica, se descubrieron hace unas semanas, durante la quinta campaña de excavaciones. Fue una sorpresa monumental. Hasta ese momento, los expertos consideraban que esta cultura era anicónica, no tenía representaciones humanas o divinas. Pero el yacimiento de Casas de Turuñuelo, en el término municipal de Guareña, Badajoz, echó por tierra esa impresión, asentada por décadas de búsqueda frustrante. Allí estaban, bajo un gran túmulo de arcilla, los fragmentos de hasta cinco rostros humanos, al menos dos mujeres y un guerrero, que habían sido destrozados violentamente.
Los bustos femeninos están adornados con pendientes de oro o arracadas y casi con seguridad estuvieron pintados en la antigüedad, como la Dama de Elche o la Dama de Baza, figuras simbólicas del arte íbero. En otros yacimientos cercanos se han descubierto adornos idénticos a los que llevan las caras de Casas de Turuñuelo y que sólo se encuentran en esta enigmática civilización. Es una prueba contundente de que las esculturas no fueron ejecutadas por los etruscos o griegos arcaicos, coetáneos de Tarteso, y por tanto no viajaron por las rutas comerciales del Mediterráneo. Se concibieron y realizaron en el sur peninsular, posiblemente para satisfacer los deseos de la aristocracia del lugar, como representación de sí misma o de sus mitos y leyendas.
Caballos y vacas sacrificados en Turuñuelo
Por algún motivo que se desconoce, alguien machacó los rostros y los pedazos quedaron esparcidos en el suelo. Es muy probable que puedan ser hallados y reconstruidos en su mayor parte, conforme avance la excavación, con sus fabulosas diademas de fuego y la trenza y el casco de un guerrero. A solo unos metros, una escalera perfecta desciende hacia un escenario apocalíptico. Se trata de la gran hecatombe del Turuñuelo. Decenas de caballos y varias vacas fueron degollados en un enorme patio. Literalmente, corrieron ríos de sangre que se canalizaron y recogieron en una arqueta de piedra. La Biblia describe estas hecatombes, pero nunca antes había vuelto a ver la luz una escena tan nítida como esta. En Casas de Turuñuelo, los arqueólogos y los visitantes se quedan boquiabiertos ante la magnitud del ritual.
En este nuevo capítulo de “A ver si me he enterado”, el videopodcast conducido por Miguel Ángel Oliver en Nius, hablamos con el responsable del yacimiento, Sebastián Celestino, y con el director del Museo Arqueológico de la Comunidad de Madrid, Enrique Baquedano. Celestino y su equipo, del Instituto Arqueológico de Mérida-CSIC, sabe que tiene una joya entre sus manos. Cada temporada de excavación es un paso de gigante para desentrañar los grandes misterios de esta civilización, nacida a orillas del Guadalquivir hace tres mil años de la fusión entre fenicios y poblaciones indígenas. Casi de manera milagrosa, los maravillosos bustos han aparecido cuando es posible visitar la exposición sobre los últimos días de esta cultura en el museo que dirige Baquedano, en Alcalá de Henares. Entre tesoros dorados, dioses orientales y enormes calderos de bronce transcurre una visita de ensueño por los indescifrables enigmas de aquel pueblo perdido. El principal deseo ahora de sus comisarios, Celestino y Baquedano, es que los rostros de Tarteso puedan ser expuestos allí antes de que se cierre en septiembre.