Una charla con el investigador José Abel Flores Villarejo (Zamora, 1959) siempre resulta fascinante. Hemos quedado con este catedrático del departamento de Geología de la Universidad de Salamanca para que nos cuente de su última expedición marina al Atlántico Norte, pero la conversación deriva en otro viaje, un viaje en el tiempo que modifica nuestra forma de mirar el mundo que nos rodea.
En esta entrevista –necesariamente condensada- nos habla de la aparición de los océanos hace 4.000 millones; de meteoritos que causaron extinciones masivas, pero tal vez sembraron también la semilla de la vida sobre la Tierra; de la generación de todo el petróleo que hemos quemado en un siglo y que, en cierta forma, es energía solar de hace 300 millones de años transformada y capturada por organismos marinos; del tiempo de los moradores de Altamira, cuando el nivel del mar estaba 120 metros por debajo del actual; del deshielo que bloqueó la corriente cálida que sube hasta el Atlántico Norte y provocó un pulso glacial hace miles de años.
Pero empecemos por el principio. En sus expediciones, el profesor Flores Villarejo estudia los cocolitóforos, unos diminutos fósiles marinos que cuentan una gran historia: la evolución del clima en tiempos remotos y lo que nos espera si la temperatura global y el deshielo prosiguen su acelerado aumento del último medio siglo como consecuencia de la actividad humana.
José Abel Flores: “Los cocolitóforos son algas microscópicas. Viven flotando en la parte alta de la columna de agua. En una gota de agua puedes tener entre 1.000 y 5.000. Existen desde hace al menos 200 millones de años y están por todas partes, desde el límite de la Antártida hasta los trópicos. A veces eclosionan tantos que se captan desde los satélites. Cuando mueren, caen al fondo. Los sedimentos del fondo del océano son en un 90% estos organismos que disponen de un esqueleto de carbonato mineralizado. Es muy sencillo estudiarlos. Las especies son distintas en función de la temperatura y la salinidad y estos parámetros a su vez pueden variar con la dinámica de vientos, la posición de los polos… Combinando esta herramienta con datos geoquímicos, geofísicos y con otros organismos, podemos reconstruir las condiciones ambientales que existían en un momento del pasado”.
Los cocolitóforos nos dicen que el cambio climático es constante en la Tierra, pero también que lo que está sucediendo ahora es diferente. Las variaciones astronómicas cíclicas de nuestro planeta respecto al sol -órbita, eje y precesión- provocan una sucesión de periodos glaciales seguidos de períodos cálidos, según llegue más o menos energía. Son ciclos de entre 100.000 y 20.000 años. Dentro de esos ciclos amplios, recuerda el profesor Flores, hay otros más cortos causados por los reajustes del océano o por la dinámica solar que modifican la llegada y distribución de energía sobre la Tierra –“los negacionistas climáticos aluden mucho a ellas”.
J. A. F: “Esos ciclos cortos pueden explicar una variación climática de menor entidad. Por ejemplo, el óptimo climático medieval –la era más cálida que va del siglo X al XIV- o la pequeña edad del hielo –entre el siglo XIV y mediados del XIX. La llegada de los Vikingos a Terranova, por ejemplo, coincide con el óptimo climático medieval que hizo esas aguas más navegables”.
¿Por qué es diferente ahora?
J.A.F: “Lo que sucede ahora es que lo que tenía que ir hacia abajo va hacia arriba. No hay ningún modelo que haya determinado una subida tan rápida de todos los parámetros: concentración de dióxido de carbono, de metano… Todo se relaciona con la actividad humana. Hay una gran aceleración en los últimos 70 años. Las variaciones climáticas anteriores fueron del orden milenario o secular. Hoy en día estamos en situaciones muy similares, pero los cambios no se producen en siglos, sino en décadas”.
El investigador acaba de regresar de una expedición internacional a al Atlántico cerca del llamado Margen Ibérico, una zona de aguas adentro a la altura del cabo de San Vicente, en la ‘esquina’ suroeste de la península ibérica. A bordo del buque científico JOIDES Resolution, han llegado a perforar hasta alcanzar el registro fósil de hace 8 millones de años. ¿Por qué es importante esta región?
J.A.F: “Es de las pocas zonas del océano donde se ha podido ver la interacción histórica de las aguas profundas del Ártico y de la Antártida. Allí llegan las aguas profundas que se generan en el Ártico, pero ahora las aguas profundas antárticas -una banda de entre 2.000 y 3.000 metros- no pasan de la latitud 30 grados norte (a la altura de las islas Canarias, para hacernos una idea). No fue así en el pasado. En los últimos glaciales, hace 20.000 años, allí llegaban aguas de fondo de la Antártida. Queríamos ver esa interacción en períodos más cálidos porque es un elemento muy importante en la dinámica del cambio climático actual. El hielo es el motor fundamental. La generación de masas de agua profunda es el mecanismo que más energía transmite por el planeta. Cuando algo de eso se modifica, se modifica todo el sistema. Conocer esa dinámica es absolutamente fundamental”.
Los cambios en las corrientes del océano, el gran regulador térmico del planeta, propician resultados paradójicos. Por ejemplo, que el calentamiento global y el deshielo del Ártico puedan llevar a un período glacial.
J.A.F: “El Polo Norte se equilibra por el chorro de calor que le llega desde el Caribe por la corriente del Golfo. Si se bloquea la llegada de calor allí porque se genera una banda de agua menos densa, como puede ser el agua del deshielo, entonces el frío avanza del norte hacia el sur. Esto, que puede suceder, ya ocurrió en otros episodios de bloqueo de la corriente cálida oceánica. Es lo que llamamos el Dryas Reciente, entorno a los 12.000 años. Ya estábamos al final del último glacial, humanos como nosotros vivían en Altamira, la temperatura del planeta se estaba calentando de manera natural por el ciclo astronómico. Y entonces se produjo un deshielo masivo. No existía el Mississippi y el agua por el deshielo de los grandes lagos de Norteamérica, en vez de desembocar en el Caribe, salió hacia el Ártico y se produjo un bloqueo similar al que puede suceder en un futuro inmediato. Aquella pequeña glaciación duró varios siglos. Ahora los modelos con los datos disponibles sitúan esa posible glaciación a pequeña escala entre los 100 y 300 años".
El mar fundamenta la vocación de José Abel Flores. “Aunque soy zamorano, la pasión por el mar viene de los fósiles marinos”. Le apasiona la historia del agua en la Tierra y la reconstrucción del nivel del mar en tiempos remotos es uno de los focos de su investigación. La actual subida del nivel de los mares es un dato que ningún negacionista climático puede obviar, dice.
J.A.F.: “¿Y por qué sube? Porque hace más calor, el océano se dilata y una parte del hielo pasa al reservorio oceánico. Desde hace 2.000 millones de años, el agua del plantea es prácticamente la misma. Puede estar más congelada, puede haber un poquito en algún reservorio oculto. ¿Cómo me explica cualquiera que estemos en un nivel del mar por encima del esperado? La única explicación es que hay menos hielo y hay más temperatura superficial en el océano. No tanto en las aguas profundas, esas van más lentas, aun no es significativo el aumento, pero va a serlo en las próximas décadas.
De los 32 científicos a bordo del JOIDES Resolution, Flores ha sido el único investigador español en la expedición al Margen Ibérico gracias a una invitación directa del programa organizador IODP (Integrated Ocean Discovery Program). El resto de científicos españoles se quedó sin plaza porque España lleva varios años sin pagar la cuota –“varía entre 80.000 y 200.000 euros”, algo que no puede permitirse un país que apueste por la ciencia como elemento estratégico ¿Por qué un geólogo o un Gobierno que se precie dedica tanto esfuerzo a saber lo que pasó hace 40 millones de años?, se pregunta el investigador de Salamanca. Esta es su respuesta.
J.A.F.: “Hace 40 millones de años la temperatura del planeta subió muchísimo en períodos más o menos cortos de tiempo por emisiones exageradas de origen volcánico, tanto de metano como de dióxido de carbono. La concentración de CO2 llegó a 3.000 partes por millón en algunos de aquellos episodios hipertérmicos más antiguos. En otros episodios llegaron a 2.000, a 1.500 partes por millón... En la actualidad, superamos las 415 partes por millón. Pero es que, si mantenemos las emisiones, a finales de siglo estaremos en el entorno de las 1.000 o 1.500 partes por millón. Estudiar episodios del pasado nos sitúa en un laboratorio único que nos permite ver cómo eran el océano, cómo era la atmósfera, cómo era el continente, cómo eran los animales y cómo se modificó todo el sistema y los tiempos de modificación”.
Aunque la temperatura sea lo más llamativo, no es lo único que está cambiando.
J. A.F.: “A mí no me gusta hablar de calentamiento global, porque a veces tenemos enfriamiento. Es una modificación del modelo. Sí es verdad que la temperatura es lo más llamativo y lo que más afecta, pero yo como científico del mar veo, por ejemplo, la acidificación oceánica. El pH del océano ha descendido 0,1 punto, eso es una barbaridad. Esas situaciones se han dado en momentos muy concretos y críticos del planeta. No por efecto humano, sino por efecto volcánico, por ejemplo, y en lapsos largos de tiempo. Cuando ha habido gran salida de metano, gran emisión de CO2 por erupciones masivas, con temperaturas de una decena de grados por encima de las actuales. Se calentó el planeta y se acidificó el océano. Es un caso claro de lo que puede llegar a suceder. No es un dato generado en laboratorio, lo tenemos ahí, en los sedimentos, en las rocas, en los fósiles, sabemos cómo eran los mamíferos, los reptiles, las plantas, cómo se modificaron los insectos, cómo se modificó todo el plancton y todos los peces del océano como consecuencia de esa variación climática. Vamos a episodios similares, pero a mayor velocidad”.
El objetivo climático del Acuerdo de París es que la temperatura de la Tierra no suba 1,5 grados por encima de la media del último siglo. ¿Tanto puede cambiar el planeta por un grado y medio?
J.A.F.: “Sí, muchísimo. 1,5 grados es el límite. La subida del nivel del mar ya sería –por su propia inercia- de varios milímetros pudiendo llegar al centímetro en las próximas décadas. Influirá mucho en el deshielo de los polos, sobre todo del Ártico. Y en la variación de lo que es el patrón climático, las bandas climáticas, el reparto del agua... El agua la vamos a tener igual, pero en unos puntos habrá grandes sequías y en otras llegará el agua de golpe. En el norte de España va a llover más y en puntos del Levante va a llover muchísimo menos. Eso va a ser determinante si sube más de 1,5 grados la temperatura, que va a subir, a mí no me cabe duda. El reparto del agua en la Península va a ser absolutamente crucial”.
¿Seremos los humanos capaces de provocar nuestra propia extinción o la de nuestra civilización por nuestro impacto en el clima?
J.A.F.: “Como posibilidad existe, la probabilidad la desconozco. El incremento de la población supone una presión muy fuerte. Yo suelo ser optimista. Somos un organismo que está generando un sistema de autodestrucción, pero también de autosuficiencia. A escala geológica, somos una minucia en la historia del planeta. Ha habido cinco grandes extinciones anteriores por el impacto de asteroides y la actividad volcánica con grandes emisiones de un gas letal como es el metano. Ahora estamos en una pérdida de biodiversidad equiparable a la de los tiempos del meteorito que provocó la extinción de los dinosaurios, pero ahora la causa no es un meteorito, sino la especie humana”.