"Muchos ánimos mami, que aunque no esté contigo este finde hay que estar FELIZ. ¿Me lo prometes?". La frase, anotada en el típico pósit amarillo, se la escribió su hijo Iván un fin de semana cualquiera. Y ella la guardó. No sabía entonces que se convertiría en uno de sus bienes más preciados. Lo conserva como oro en paño y lee esas pocas frases cada vez que necesita ánimo. Es sólo uno de los detalles de amor infinito que se esconden en la casa de María José Jiménez Cebrián, una madre que el 9 de diciembre de 2016 perdió para siempre a su hijo de 15 años.
Hoy tendría 21. Lo atropelló a 135 kilómetros por hora un conductor reincidente, con 37 hojas de antecedentes penales. Esa noche, con un coche robado, circulaba a toda velocidad por la Plaza de Neptuno de Madrid. Se había drogado con cocaína y otros medicamentos y bebió tanto alcohol que multiplicaba por 7 el límite establecido. Iván estaba esperando el autobús con su padre y este individuo lo lanzó varios metros. Quedó en coma y estuvo diez días luchando en la UCI, hasta que falleció.
Su madre hizo una última foto antes de morir: su mano sobre la de Iván, y le prometió que lucharía para que a nadie más le pasara lo que a ellos. Desde entonces sobrevive gracias a esta promesa. Junto a otras familias han reunido más de medio millón de firmas y las han presentado en el Congreso de los Diputados. Quieren que los homicidios como el de su hijo no sean considerados imprudentes sino dolosos. Y que aumenten las penas de 9 a 12 años cuando la causa sea la conducción temeraria o el exceso de alcohol o drogas.
Actualmente el máximo es de 4 años y sólo se pueden aumentar si hay más de un muerto, algo que María José no entiende. "Él ya está en libertad", se queja amargamente María José. Ella sigue condenada a una cadena perpetua de sufrimiento.
El 20 de noviembre "celebra" el Día Mundial en Recuerdo a las Víctimas de Siniestros de Tráfico, que suma en España más de 65 000 muertes en los últimos 20 años. En 2022 ya son más de 1000 fallecidos.