Hay algo diferente en la reunión de líderes mundiales que empieza este domingo en la localidad balneario egipcia de Sharm El-Seij, la 27ª Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP27). Las promesas y decepciones esta vez se formulan en plena crisis energética, con una guerra abierta en Ucrania en la que Rusia utiliza (apoyada por otros productores como Arabia Saudí) el suministro de combustibles fósiles y su precio como arma frente a Occidente, y después de varios meses en los cuales todo el planeta ha experimentado las consecuencias de un clima extremo.
Nunca fue tan evidente que la apuesta por las energías renovables es una cuestión de seguridad global. Las inversiones anunciadas en Estados Unidos y Europa hacen que sea realista pensar en una reducción de las emisiones contaminantes para 2025. Al mismo tiempo, nunca había sido tan evidente que el ritmo de esa reducción es insuficiente.
La humanidad llega tarde y a la reducción de la contaminación hay que sumar políticas para adaptarse al calentamiento global. Este último capítulo centrará la mayoría de los debates para conseguir un compromiso de los países más ricos con los más pobres, que reclaman ayudas para compensar los daños que sufren por desastres naturales agravados por el cambio climático, causado en gran parte por el desarrollo industrial de las naciones más prósperas.
La COP de París en 2015 terminó con un acuerdo que se ha convertido en un mito: limitar el calentamiento global a 1,5 grados por encima de las temperaturas previas a la era industrial. Seis años después, en la COP26 de Glasgow, se dijo que el objetivo del 1,5 seguía vivo. La COP27 puede ser el momento de reconocer que mantener vivo ese objetivo puede no ser más que una forma de engañarse.
Cumplir con el objetivo de Paris puede haberse convertido ya en una quimera por la velocidad de reducción en las emisiones que sería necesaria en muy pocos años. "¿Quién se cree que podemos reducir a la mitad las emisiones globales para 2030?", plantea en The Economist Daniel Schrag, científico de Harvard que fye asesor del presidente estadounidense Barack Obama. Ve tan difícil que el mundo esté preparado en términos tecnológicos y políticos que lo considera "absurdo".
Greenpeace denuncia que en el caso de España, "el Gobierno llega sin haber hecho los deberes. Debería elevar su objetivo de reducción de emisiones para 2030 respecto a 1990 al menos un 55%, en vez del 23% previsto".
"Ese objetivo no cumple con limitar el calentamiento a 1,5 grados. El problema es que los gases se van acumulando en la atmósfera y tardan en eliminarse cientos de años. Es urgente reducir las emisiones. Es como un globo que vas hinchando, incrementas la presión, no sabes cuándo va explotar, y después se deshincha muy lentamente", explica a NIUS Pedro Zorrilla, responsable de la campaña de Cambio Climático de Greenpeace España.
Reducir las emisiones sigue siendo necesario, al margen de que se considere realista o no la cifra de 1,5 grados. Pero el debate más acuciante en la COP27 es el de quién paga por las consecuencias ya inevitables del calentamiento global.
El objetivo prometido es que los países ricos aporten 100.000 millones de dólares para que los países de renta baja puedan adaptarse al cambio climático. Ese fondo debía estar completo en 2020, se retrasó a 2023 y a día de hoy sólo cuenta con 83.000 millones. Fue uno de los capítulos más decepcionantes de la COP26. "Sobre pérdidas y daños se avanzó muy poco, no se desglosaron las ayudas y no se entró en compensar a los que más pierden”, comenta a SMC España Fernando
Los países más pobres figuran también entre los que sufren y van a sufrir con mayor dureza el cambio climático. Además, tienen menos recursos para adaptarse y proteger a sus poblaciones. Por eso se considera una cuestión de justicia climática que los estados más ricos, que son los que más han contaminado a lo largo de la historia, ayuden a pagar esta factura.
SMC España recuerda que, según datos del World Resources Institute, China, Estados Unidos y la Unión Europea emiten el 41,5% de las emisiones globales, mientras que los 100 últimos países solo representan el 3,6 %, con datos de diciembre de 2020. En conjunto, los 10 principales emisores representan más de dos tercios de estas emisiones mundiales.