Carlos (nombre ficticio) y su mujer son padres de acogida. Su hijo Manuel (nombre ficticio también) llegó a su casa con seis años. Traía una gran mochila detrás. Con cinco años, entró en el sistema de protección y le mandaron a una residencia por el maltrato físico y psicológico que sufrió en el seno de su familia biológica. Y llegó a casa de Carlos, un hogar donde es querido y tratado como un hijo más.
Pero de esa mochila que llevaba a cuestas, con tan solo seis años, empezaron a salir los problemas. “Se notaba el abandono, la falta de atención, la falta de cariño, la falta de escolarización... El problema lo fuimos detectando poco a poco según la convivencia se fue haciendo más intensa. Mi hijo tiene adversidad temprana (AT), está diagnosticado de trastorno de apego. Se nota porque está en una situación de estrés permanente, siempre a la defensiva, con una capacidad de frustración nula, cualquier rechazo le provoca mucha agresividad y tiene la autoestima por los suelos”, cuenta Carlos.
Lo que está detrás de lo que le pasa a Manuel es la adversidad temprana. Se puede definir como cualquier situación adversa anterior al nacimiento, durante la gestación o en los primeros años de vida que supone un factor de riesgo para el desarrollo de trastornos del apego. Esta “situación adversa” puede ser maltrato infantil, alcoholismo, abandono, violencia machista, pobreza extrema, desnutrición o abuso y es capaz de trastocar el proceso del neurodesarrollo del niño y condicionar su maduración cerebral, desembocando en un déficit cognitivo persistente, incluso en la vida adulta”.
Manuel no es un caso único, hay muchos niños como él y "el problema es que hay un desconocimiento tal sobre este tema que la sociedad no lo entiende y se tiende a poner etiquetas y dejarlo pasar", analiza su padre.
La Asociación Petales agrupa a todos estas familias y quieren dejar claro que no son "una asociación de familias adoptivas y de acogida, somos la voz de alarma y también la explicación de muchas de las situaciones de conflicto que se dan en las aulas y en la sociedad en general. La adversidad temprana está detrás de muchas de estas situaciones extremas: familias desestructuradas, divorcios con violencia, malos tratos, abandono, pérdidas... Pero también está detrás de situaciones que parecen más normalizadas, como haber tenido varios cuidadores, o la falta de afecto, o simplemente la ausencia de un buen trato”, explica la presidenta de Petales, Úrsula Martínez Carmona.
“Yo lo he pasado muy mal, mi mujer y yo estamos agotados, incluso alguna vez hemos pensado en tirar la toalla, pero luego piensas que es tu hijo y vuelves a empezar. Llegar al parque y ver cómo los otros padres decían a sus hijos que no jugaran con Manuel, es muy duro. Le dejaban solo. Es cierto que mi hijo era muy agresivo y que cualquier rechazo le provocaba gritos o enfados, pero es muy duro. Nos dolía mucho porque los padres no preguntaban, ¿qué le pasa? También hemos tenido que escuchar que ese niño pega o que no sabemos educar a nuestro hijo...”, cuenta con pesar Carlos.
“La labor con estos niños ha sido y es todavía muy lenta, necesitan mucho tiempo para tener seguridad en que tú no le vas a dejar tirado. Ellos reaccionan de la forma en la que han vivido, con gritos, peleas, insultos. Pero cuanto más tiempo estén en una familia más fácil es que alcancen estándares más comunes de comportamiento. Copian las conductas positivas. Ahora Manuel tiene 11 años, si conseguimos una conducta menos disruptiva, tendrá una oportunidad... Si llega a la adolescencia con las hormonas desbocadas y su adversidad temprana sin solucionar, podemos perderle para siempre. Que deje de estudiar, que se meta en líos y que acabe con drogas o cualquier otra cosa. Es muy importante atajar el problema cuanto antes”, explica.
Manuel, con 11 años, ya lleva tres colegios. “Es algo desproporcionado, antes de la expulsión o la invitación a irnos de los colegios hay muchas cosas que se pueden hacer. Seguro”, dice Carlos. Y aquí está uno de los problemas principales de estos niños con adversidad temprana: la poca información y formación que hay en los propios centros educativos. "En el primer colegio fue una expulsión de una semana y una invitación a irnos. El segundo fue un curso perdido, no había medios necesarios. En este último parece que hemos encontrado un hueco. Se trabaja con él, se trabaja en el aula y se trabaja con los padres de los otros niños".
"Es fundamental que haya un trabajo coordinado multidisciplinar entre áreas de sanidad, educación y servicios sociales para que se comprendan las deficiencias de estos menores y no sean tachados de vagos, insolente o maleducados. Que se tenga en cuenta que han sufrido un trauma en sus primeros años que ha afectado a su neurodesarrollo y no saben cómo enfrentarse a situaciones cotidianas. No tienen herramientas y no confían en nadie. Sus comportamientos son fruto de lo vivido, lo que les obliga a vivir con miedo e inseguridad y a entender que se mueven en un mundo hostil", asegura Martínez Carmona.
Por eso es imprescindible, aseguran desde Petales, que se conozca la AT (adversidad temprana) y dejar claro que existen niños que han tenido experiencias adversas mantenidas en su primera infancia. "La sociedad en general y sobre todo la escuela debe entender que se necesita una mirada comprensiva y unas pautas de actuación diferentes al resto de niñas y niños que han crecido en entornos normosaludables porque a medida que se sientes comprendidos y aceptados mejoran su forma de estar en el mundo".
"Por ejemplo, si un niño pega a otro, el reglamento del colegio dice que deber ser expulsado una semana. Cuando expulsaron a mi hijo fue peor. Esto que funciona para los niños de infancia normalizada, no funciona para la AT. Primero, un cambio de rutina para ellos es mortal y segundo, no ir al colegio puede ser un premio. Por eso, habría que analizar el impacto de las medidas sancionadoras en los niños que presentan problemas de conducta y/o aprendizaje en las aulas", cuenta Carlos. Desde Petales creen que el procedimiento sancionador en la educación falla en su tratamiento hacia el alumno infractor y en la atención a sus posibles trastornos y condiciones personales y/o médicas.
"Tenemos niños que han llegado a la universidad y que en una de las asignaturas del último curso se han bloqueado, han gastado todas sus convocatorias y les han dicho que no hay nada que hacer. Se queda sin carrera porque el sistema no tienen medidas alternativas suficientes para este tipo de alumnos. Esto supone un motivo más de exclusión social para ellos", cuenta la presidenta de Petales.
"El cambio de centro no solo mina al menor, que se ve abrumado por la cantidad de reproches del centro, sino a las familias, a las que en varias ocasiones se las ha responsabilizado de la conducta del menor, como si esta fuera producto de la convivencia o el trabajo en el hogar y no del trastorno, que en realidad se está ignorando", comenta Martínez Carmona.
Martínez Carmona asegura que con equipos multidisciplinares, trabajando coordinadamente pediatras, trabajadoras sociales, educadoras, maestras, orientadoras, familias y el resto de profesionales que atienden las necesidades de salud física y/o psíquica de estos menores y jóvenes, se generan las redes apoyo y acompañamiento necesarias para evitar la exclusión social de esta parte de la población.
"Consideramos que es imprescindible que se tenga en cuenta la historia vital de los niños y niñas (antecedentes médicos y socioeconómicos, casos de maltrato, abuso, desatención, etc), así como intentar detectar posibles dificultades de aprendizaje y desarrollo, entendiendo el comportamiento disruptivo en el aula como un posible efecto de estas causas. Queremos transmitir que los comportamientos de los niños y niñas que han padecido adversidad temprana no deben ser considerados como 'desobediencia voluntaria' sino como estrategias que provienen de un permanente estado de hipervigilancia y supervivencia, el mecanismo que les ha salvado de peligros vitales", aseguran desde Petales.
Algunas simples medidas como el contacto visual y empático con los alumnos, demostrar que se tiene interés por sus vidas, estar interesados por sus estados de ánimo y saber percibir el estrés que viven estos niños y niñas ayuda a rebajar los conflictos. La prevención de los cambios que pueden suceder en la rutina del aula, el entorno predecible, es una herramienta también muy interesante (anticipar lo que va a ocurrir unos minutos antes del cambio de actividad, por ejemplo). No intentar imponer sino convencer y negociar en la medida de lo posible. Lograr controlar los ruidos excesivos que alteran la percepción y la atención de estos niños y niñas… Estas medidas y otras muchas ayudarán a resarcir, y con suerte restablecer, su confianza en los adultos. Trabajar y establecer estrategias con las familias y recibir todos los datos posibles de sus problemas, ofrecer a los padres y madres información que les facilite el acceso a los recursos y ayudas psicosociales puede ser de vital importancia para cortar un camino dañino que sólo los llevará al fracaso escolar, al fracaso posterior de la vida laboral y por lo tanto al de su vida como adultos. O sea a nuestro fracaso como sociedad.