“Un trabajo de UCI no es hacer lo que uno puede, es hacer lo que uno tiene que hacer”. Y, esto, en plena pandemia de coronavirus, conlleva una carga emocional enorme para nuestros sanitarios. Probablemente, nunca lleguemos a imaginar las escenas que viven cada día. Ellos están “para lo que haga falta, para echar los restos”, pero nosotros tenemos el deber de no olvidarles, de no permitir condiciones de trabajo inhumanas y de ponernos “todos a una”, también cuando la ‘normalidad’ llegue fuera del hospital.
Víctor Aparicio es enfermero de la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Gregorio Marañón de Madrid. Lleva trabajando 12 años con los más críticos. También ahora, cuando, como otros, ha dejado su vida “completamente aparcada” para dedicarse de lleno a esto, para cuidar a personas que le son totalmente desconocidas, pero que necesitan sus manos, unas más de un sanitario anónimo.
“Me siento muy afortunado de ser enfermero, me siento muy afortunado de poder echar una mano y de poder estar de una manera más activa en esto”, cuenta. Por ello, a pesar de haber podido hacer un parón, ha continuado su labor incesantemente, pero esto no quita que se sienta “muy triste” porque “el desgaste psicológico está siendo demoledor” y tiene la necesidad de hablar, no puede más, siente “el maltrato”. “Antes que enfermeras, somos personas. Yo no soy una máquina de generar cuidados”, expresa.
Y, este desgaste, este “cansancio acumulado” que no cesa aunque baje el número de ingresos en hospitales, no es algo solo suyo. El mismo director del Centro de Coordinación de Emergencias y Alertas Sanitarias, Fernando Simón, ha reconocido “que los profesionales sanitarios llevan un periodo de estrés, de presión tanto física como psicológica muy importante”.
Pero no todos lo cuentan. De hecho, él mismo lamenta que las enfermeras sean un sector “atemorizado”. Así, cuando uno lo hace, su voz no tarda en expandirse, especialmente en un mundo interconectado.
Precisamente, en los últimos días, los medios se han hecho eco de un vídeo que nació de su “impotencia”, una iniciativa en la que pedía no salir a las ventanas a aplaudir el domingo 26 de abril para que “el silencio sea la voz de los sanitarios que no podemos salir a manifestarnos”. Una protesta pacífica, precisamente, ante el mutismo de representantes de su sector y ante la falta de una solución de sus superiores “que tiran balones fuera”.
“Yo quién soy para decir que el domingo la gente no aplauda, ¡si yo no represento a nadie! Yo lo pido como yo, Víctor Aparicio, enfermero desconocido, que no quiero oír más aplausos el domingo, que quiero que la gente sienta el silencio que yo siento a diario”, expresa, quejándose de que “cada vez que voy a pedir algo, parece que voy a pedir algo para mi casa”.
“Lo único que hemos pedido ha sido para cuidar a enfermos, insisto, enfermos que no son nuestra familia. En muchas situaciones me he sentido como que estaba pidiendo una señora de la limpieza para mi casa”, dice, haciendo público lo que “mucha gente no se atreve”: “Que no nos podemos acomodar ni normalizar condiciones de trabajo que no son las adecuadas, que el material tiene que ser el que tiene que ser, que las condiciones de trabajo tienen que ser las que tienen que ser, que el descanso tiene que protegerse”.
Porque ellos, los enfermeros, están entre los más expuestos a esta pandemia, los que realizan un trabajo asistencial al paciente. Así, mientras que el Centro Europeo para el Control y Prevención de Enfermedades (ECDC, por sus siglas en inglés) ha destacado que el 20 por ciento de los positivos en COVID-19 en España son sanitarios, el Consejo General de Enfermería (CGE), cifra en un 27,9 por ciento los contagiados en este sector. La mayoría no han contado con material de protección. De hecho, según la Organización Colegial de Enfermería, un 70 por ciento de las enfermeras asegura haber trabajado sin equipos de protección individual (EPIs).
Y, a día de hoy, sigue faltando material. “No hay batas, no hay guantes, los EPIS son de tallas descomunales. Yo mido 1,64 y los EPI que hay son para gente de 2 metros. Las habitaciones siguen igual de sucias que al principio. Las enfermeras seguimos limpiando los boxes, sacando las bolsas de basura, sacando la ropa de lencería...”, denuncia Aparicio, explicando que “no es solo un problema de test, ni de EPIs, es un problema estructural y organizativo. Nos hemos olvidado de que trabajamos en UCI. De que una UCI es un servicio de lo más estresante que os podáis imaginar. Si a esto encima le sumas la carga emocional de lo que esto supone, más la carga de no tener el material, más la carga de pelear todos los días porque se te den tus utensilios de trabajo... es agotador”.
“El desgaste psicológico está siendo demoledor, que la gente te llora en las habitaciones, que la gente te vomita con el EPI puesto y se traga su propio vómito porque no se puede quitar el EPI a tiempo, que la gente está con pesadillas, que están con crisis de pánico, con ansiedad...”, añade, reconociendo que cada día intentan “sacar lo humano, incluso, donde no lo hay” y el problema es “que con el pasar de las semanas lo hemos ido normalizando, lo hemos ido perpetuando”.
Todo esto, más allá del propio virus, provoca tensión entre los propios compañeros, crisis de nervios… Y, dice, "por ahí no paso". Porque esta carga extra es la que debemos tratar de aliviar, pero muchas veces preferimos ignorar.
“La gente ha apagado la tele, ha apagado la radio y ha dejado de leer el periódico. Y, cada vez que la gente apaga estos dispositivos están callando a la gente que estamos trabajando”, lamenta, ya que mientras tanto el personal sanitario está sufriendo. “Te levantas por la noche con pesadillas, con taquicardias. Yo no soy una persona triste en absoluto y, en estos meses, pues, uno se ha vuelto triste", revela.
Por eso, denuncia: “De esto saldremos si nos ponemos todos a una”. Hay que “animar a la gente a que no se olvide de nosotros, que hay que cuidar a los sanitarios, que estamos para lo que haga falta y para echar los restos, pero es algo que es trabajo de todos”.
Algo que parece muy lógico: cuidar a quien nos cuida.