Estamos en época de incertidumbre. La comunidad científica desconoce cómo se comportará el virus con la llegada del verano, aunque son varios los estudios que sugieren una menor efectividad del COVID-19 con temperaturas altas. El cambio de estación está a la vuelta de la esquina y surgen muchas dudas sobre si podremos disfrutar o no este año de las playas y piscinas.
Un estudio del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) considera "muy poco probable" el contagio por el contacto con el agua, aunque recuerdan que aglomeraciones y el uso de objetos comunes pueden continuar sirviendo de mecanismo de infestación.
El plan de desescalada aprobado el pasado 28 de abril permite el baño recreativo en playas, piscinas municipales y de las comunidades de vecinos en las provincias y comunidades que se encuentren en fase 2, aunque serán las administraciones locales las que decidirán en última instancia.
De esta manera, a partir de los próximos días serán muchos ciudadanos los que podrán deleitarse con estas actividades recreativas, siempre y cuando cumplan con las normas de distanciamiento social, que serán una constante hasta que encuentre un tratamiento y/o vacuna efectiva.
El pasado 7 de mayo se hizo público un informe elaborado por seis investigadores del CSIC a petición de la Secretaría de Estado de Turismo, que trata de definir recomendaciones para asegurar el uso de estos espacios recreativos. Los expertos recuerdan que la vía de transmisión del SARS-CoV-2 en playas, ríos, lagos y piscinas es a través de las secreciones respiratorias que se generan con la tos y los estornudos y el contacto de persona a persona.
En el caso de las actividades recreativas, la infección por contacto con el agua es muy poco probable. "Sin embargo, estas actividades generalmente implican una pérdida de las medidas recomendadas de distanciamiento social", señalan. Asimismo, especifican que en piscinas y spas se utilizan desinfectantes para evitar la contaminación microbiana que deberían ser suficientes para anular la actividad del virus.
No obstante, las aglomeraciones, superar el límite de aforo que establezca la normativa y el uso de objetos comunes pueden continuar sirviendo de mecanismo para el contagio.
En cuanto al agua salada, pese a que no existen datos de la persistencia del COVID-19, "el efecto de dilución, así como la presencia de sal, son factores que probablemente contribuyan a una disminución de la carga viral y a su inactivación por analogía a lo que sucede con virus similares”, indican.
El grupo multidisciplinar, en base a la literatura científica, considera que los "aerosoles generados por las olas y el viento representan una gran fuente natural de partículas en el aire que podrían transportar el virus", destacan y añaden que en ese escenario es recomendable aumentar la distancia más de los dos metros recomendados por las autoridades.
Pero ni la OMS, ni los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos y de otros países tienen constancia de que el patógeno pueda propagarse por la brisa marina o costera.
Por otra parte, preocupa también la prevalencia del virus en la arena de playas y riberas. Los científicos, que no cuenta con estudios experimentales, considera que la "acción conjunta" de la sal, los rayos ultravioleta y la alta temperatura que puede alcanzar la superficie podrían ser factores suficientes para que el virus no infecte.
En este sentido, alertan que la desinfección de la arena no debe llevarse a cabo con los procedimientos habituales y debería realizar teniendo en cuenta el respeto al medio ambiente.
En el caso de los ríos, lagos y pozas de agua dulce y no tratada, la supervivencia del patógeno es superior al de las piscinas y el agua del mar. Los autores de estas indicaciones recomiendan "extremar las medias de precaución para evitar aglomeraciones, siendo estos los medios acuáticos más desaconsejables en relación a otras alternativas", alertan.