La meteorología de esta semana se alía con nosotros contra el coronavirus. La caída de las temperaturas y la sequedad son dos factores que mantienen activos a los patógenos. Pese a que todavía hay mucho que investigar, en el caso del COVID-19 son dos componentes externos, entre otros tantos, que pueden contribuir a la expansión del contagio.
Son muchos los científicos que miran esperanzados al cambio estacional como mitigador de su incidencia, pero otros recuerdan la transmisión en climas más cálidos como ha sucedido en países ecuatoriales. Sin embargo, todos coinciden en la necesidad de seguir investigando y observando su comportamiento, mientras se confía en su inactividad ahora que sube el termómetro y aumenta la incidencia de los rayos solares.
No está claro que el clima sea nuestro salvador frente a la extensión del contagio del SARS-CoV-2, causante de la enfermedad por coronavirus. La comunidad científica se muestra muy cauta en este sentido y no se atreve a asignarle la particularidad de estacional. Las investigaciones se multiplican cada día que la pandemia avanza a lo largo y ancho del planeta con la esperanza de arrojar luz sobre un patógeno desconocido que desde el pasado diciembre se ha cobrado miles de vidas.
Uno de esos estudios, llevados a cabo entre expertos de la Facultad de Informática e Ingeniería de la Universidad de Beihang y la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Tsinghua, insinúa una conexión entre el calor y la humedad en la reducción de la transmisión del microbio. Según esta investigación, el comportamiento del germen sería muy distinto en Malasia o Tailandia a Corea del Sur o Irán, el país asiático con mayor número de casos y de víctimas mortales de Asia. La velocidad en los primeros sería menor que en los segundos.
En esta observación, se analizaron las condiciones climáticas, la densidad de población y el PIB de 100 ciudades con más de 40 contagios y se llegó a la conclusión de que por cada aumento de un grado, la transmisión se reducía un 3,8%. Además, cuando la humedad se incrementaba un 1%, la infestación se acortaba en un 2,2%.
"La transmisión del virus de la influenza así como de los virus que causan catarros comunes es estacional, es decir, su transmisión aumenta en los meses de invierno y se reduce en los de verano. Esto tiene que ver mucho con la temperatura y la humedad (un ambiente seco y frío favorece la supervivencia del virus en el ambiente)", señalan desde IS Global.
Sin embargo, otros enfoques consideran posible la transferencia en distintos climas como en el caso de Singapur, con un clima ecuatorial, y un alto nivel de transmisión. "Además, la estacionalidad de un virus puede deberse a otros factores como el comportamiento humano (las personas tienden a confinarse en espacios cerrados en invierno) o el estado del sistema inmune (el invierno se ha asociado con una menor respuesta inmune)", añaden desde el instituto científico.
Son muchos los expertos para los que no es trasladable el comportamiento de otros coronavirus respiratorios al COVID-19, por lo que no es prudente pensar que disminuirán su capacidad de contagio con la llegada del buen tiempo.
Ejemplos de pautas insólitas hay muchas. La más reciente con la pandemia de gripe A surgida en 2009 (H1N1), que sucedió fuera de las fechas habituales para una influenza y se alargó hasta bien entrado el verano, con temperaturas en muchos de los países donde fue especialmente virulenta de más de 40 grados centígrados.
A la espera de lo que deparen las próximas semanas, cualquier cambio será poco significativo para frenar la infección global, máxime cuando se trata de un coronavirus nuevo contra el que los humanos todavía no se han inmunizado.