Ha pasado ya un año desde que se produjo el primer contagio por coronavirus el 17 de noviembre de 2019. En aquel momento el mundo entero no imaginaba lo que estaba a punto de suceder, pero 365 días las palabras “cuarentena”, “confinamiento” y “PCR” ya forman parte de nuestro vocabulario.
Afortunadamente empezamos a ver la luz al final del túnel, y los responsables son los ensayos en busca de una vacuna capaz de hacer frente al coronavirus. De momento, los resultados más prometedores son los de las farmacéuticas Pfizer y Moderna.
En el caso de Pfizer, los ensayos preliminares afirman una efectividad del 90%, Y Moderna eleva la cifra a 94,5%. Ambas tienen el mismo funcionamiento: potencian nuestro sistema inmunitario para que genere anticuerpos contra la proteína S del coronavirus.
Esta noticia ha disparado los mensajes en redes sociales de personas compartiendo lo que harán cuando la vacuna esté a nuestro alcance. Sin embargo, ¿cuántas estarán dispuestas a vacunarse de verdad?
Para responder a esta pregunta, el Instituto de Salud Carlos III ha elaborado el estudio Cosmo-Spain con el apoyo de la OMS y el Centro Nacional de Epidemiología. En él se han reunido las opiniones de 1.000 personas mayores de 18 años, de las cuales 49,6% son hombres y 50,4% mujeres.
Con intención de conocer cómo ha cambiado la opinión de la población, la investigación ha sido realizada a lo largo de tres encuestas. La primera en mayo, cuando el coronavirus todavía era algo incierto. La segunda en julio, cuando se instauró la nueva normalidad. La tercera y última en septiembre, cuando por fin comenzaron a prosperar los estudios sobre vacunas como el realizado en el Hospital Universitario Marqués de Valdecilla de Santander.
La última encuesta del estudio Cosmo-Spain ha desvelado lo que ya sabíamos: más de la mitad de la población está muy preocupada por el coronavirus, concretamente el 60%. También hay una gran proporción de personas convencidas de que lo peor está por venir, y por eso evitan reuniones sociales y respetan las medidas de seguridad.
Pese al miedo generalizado, al preguntar por la intención de vacunarse los resultados cambian. Sólo el 43% de los participantes estarían dispuestos a ponerse la vacuna si estuviese disponible mañana mismo. ¿La razón? Que creen que puede tener riesgos para su salud, que prefieren esperar a que otras personas se la pongan antes o que directamente no creen que sea eficaz.
Lo curioso de estos resultados es que en la encuesta realizada en julio, el 70% de las personas se habrían vacunado de haber existido esa posibilidad. Sin embargo, ahora que los ensayos clínicos son más prometedores que nunca, la cifra decae.
Es muy fácil llamar imprudentes al 57% de los españoles, pero antes de lanzarnos a la yugular, parémonos a reflexionar sobre los motivos psicológicos por los que tienen tanto miedo a la vacuna.
En este sentido, en septiembre el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) preguntó por primera vez a los encuestados si se pondrían una vacuna contra la COVID-19 en cuanto saliera y la respuesta es parecida a la del estudio anterior: el 44,4% respondió que sí, el 40,3% que no, en ningún caso se la pondrían en cuanto esté disponible en España y un 11,2% que no lo sabía y dudaba.
Un 16% de los españoles rechazan la vacuna del coronavirus porque creen que no sirve para nada, tal y como señala el estudio Cosmo-Spain.
Si bien es un porcentaje pequeño, resulta muy preocupante. En primer lugar, porque minimizan el trabajo de equipos de investigación que llevan trabajando desde comienzos del 2020 para poner fin al coronavirus. Detrás de los ensayos clínicos hay microbiólogos, inmunólogos, patólogos y un largo etcétera de profesionales. Pero, ¿por qué hay gente que cree saber más que ellos sobre el coronavirus?
Según 'el efecto Dunning-Kruger', las personas con poca formación o conocimiento sobre un tema se creen expertas y superiores intelectual o moralmente que los demás. En otras palabras, ponen su opinión subjetiva por encima de los resultados de estudios científicos independientes.
Vimos el efecto Dunning-Kruger de primera mano cuando meses atrás se organizaron manifestaciones que negaban el coronavirus, y ahora estamos volviendo a presenciarlo por el movimiento antivacunas.
Dejando de lado a los antivacunas, hay muchas personas que sí quieren vacunarse, pero tienen miedo a los efectos secundarios. Por eso prefieren esperar a que otros se vacunen primero para ver qué pasa.
Esto se debe al sesgo de disponibilidad, un fenómeno psicológico por el cual recordamos información a la que hemos estado expuestos muchas veces. Al fin y al cabo, durante meses hemos leído noticias sobre medicamentos y tratamientos supuestamente milagrosos para el coronavirus, pero cada vez que nos hacíamos ilusiones, alguien llegaba para desinflar nuestro optimismo.
¿Deberíamos haber hecho caso a medios oficiales y no a cadenas de WhatsApp? Sí, y por eso ahora estamos pagando el precio temiendo una vacuna con más de 90% de efectividad.
Por otro lado, es más fácil recordar información negativa. Cuando leemos que una vacuna puede protegernos de una enfermedad potencialmente mortal, pero que en unos pocos casos provoca fiebre o reacciones adversas, minimizamos los beneficios y maximizamos los riesgos.
Aunque es normal sentir miedo, no podemos tirar por tierra los hallazgos de la ciencia.
Los estudios clínicos de los que tanto oímos hablar ahora mismo no son algo aislado ni arriesgado. Muestra de ello es que la vacuna del meningococo B, recomendada para niños menores de 2 años, se puso a la venta en idénticas condiciones a la del coronavirus. Nadie negó su eficacia, probablemente porque la meningitis B no tuvo tanta repercusión mediática como la COVID-19.
La vacunas son seguras y para que salgan a la luz y podamos acceder a ellas, deben pasar controles de calidad muy rigurosos.