Si hay algo que hayamos hecho este año (además de hornear pan y hacer ejercicio en casa) es llorar. A raíz de la pandemia mundial, somos muchos los que hemos tenido las emociones a flor de piel. Pero, ¿llorar nos ha ayudado a sentirnos mejor? La ciencia tiene claro que sí, ya que a nivel psicológico se ha demostrado que esos momentos de desahogo cumplen una función vital.
Los seres humanos producimos tres tipos de lágrimas:
Seguro que alguna vez te has emocionado, pero has intentado evitar esas lágrimas que estaban a punto de derramarse por tu cara a toda costa. Puede que por miedo a que te juzgasen, porque no era la situación más apropiada o porque sentiste que tampoco tenías motivos para ponerte así. Aun así, un impulso recorrió tu cuerpo avisándote que en el momento menos pensado ibas a ponerte a llorar.
Esas lágrimas que intentaste reprimir en realidad tenían varias funciones:
Todo nuestro cuerpo es un expositor de emociones. Somos capaces de detectar lo que sienten los demás observando cómo se mueven, la tensión de sus músculos o el tono del habla. Sin embargo, la cara es un lugar privilegiado para leer las emociones de los demás y expresar las nuestras.
Cuando lloramos, mandamos una señal con luces de neón a quienes nos rodean, tal y como demostraron Oscar Sierra y Beatriz Mejía en su estudio “Función social de las lágrimas”.
Si estamos tristes, llorar indica que necesitamos consuelo, ya sea con un abrazo, que nos escuchen o simplemente dejándonos un poco de calma.
Cuando estamos estresados o tristes, acumulamos mucha tensión muscular en la zona de la espalda y los hombros. Al llorar, se produce una explosión de energía que nos ayuda a relajar los músculos.
Además, llorar reduce la presión sanguínea, lo que ayuda a producir un estado de relajación no sólo física, sino también psicológica.
Otra de las funciones positivas de llorar es la regulación química que provoca.
Según William Frey, experto en neurología y farmacia en la Universidad de Minnesota, cuando lloramos se reduce el nivel de ciertas hormonas relacionadas con el estrés, especialmente el cortisol.
Además, el llanto produce la liberación de analgésicos naturales como la leucina-encefalina. Esta sustancia activa las zonas cerebrales de calma.
Seguro que alguna vez te has metido en la cama tras un día difícil y te has puesto a llorar hasta caerte dormido. No es casualidad, ya que llorar provoca varios efectos que inducen el sueño:
En pocas palabras, llorar cansa, pero en el buen sentido.
Un estudio de la Universidad de Florida analizó el impacto de llorar en el estado de ánimo, encontrando que provoca un efecto autocalmante similar al de los antidepresivos.
Por un lado, mejora el estado de ánimo gracias a la regulación de sustancias biológicas como la oxitocina, los opioides endógenos o los cambios en el funcionamiento del sistema nervioso. La combinación de todos estos procesos provoca sensación de bienestar y tranquilidad.
Además, señalaron que llorar nos hace ser más conscientes de nuestras emociones, mejora nuestra autoestima, cambia nuestra perspectiva en la solución de problemas volviéndonos más proactivos y supone un aprendizaje.
Como acabamos de ver, son más las ventajas del llanto que sus desventajas.
Debemos tener claro que no hay emociones buenas o malas y aunque la tristeza a veces nos resulte difícil de gestionar, también es útil para la supervivencia. El problema surge cuando todo nuestro abanico emocional está invadido por una sola emoción. Igual que no es sano estar constantemente riendo, tampoco lo es estar siempre tristes o enfadados.
Por eso si pasas la mayor parte del tiempo triste, siempre tienes ganas de llorar y has perdido las ganas de hacer cosas, lo mejor es pedir ayuda profesional.