Desde pequeños hemos escuchado que “el amor puede con todo”, asumiendo esta frase como si de una verdad universal se tratase. No, el amor no cura todos los males y por mucho que quieras a una persona –o que ella te quiera a ti–, hay situaciones imperdonables o segundas oportunidades que nunca deberían llegar.
Lo difícil es diferenciar lo perdonable de lo imperdonable, una decisión que depende únicamente de ti, pero que puede ser más fácil si quitamos de tu mochila emocional ciertos lastres: creencias tóxicas sobre el amor, culpabilidad, baja autoestima o dependencia emocional.
En una relación hay una línea que jamás se debe cruzar: la de la violencia. El problema es que cuando pensamos en la violencia todos nos vamos al extremo de lo físico. En realidad, hay otras formas de agresión que son igual de graves, que hacen tanto (o más) daño, y que no merecen perdón. Hablamos de la violencia psicológica y de la violencia sexual.
La violencia en la pareja a menudo empieza de forma muy sutil. Son pequeñas faltas de respeto que pasamos por alto porque, al ser casi imperceptibles, creemos que son una excepción, algo esporádico, un error que no va a ir a más… Hasta que va a más. Por eso es importante alejarnos de nuestra pareja si identificamos una red flag de violencia. Por ejemplo, que controle tu teléfono, que te chantajee emocionalmente, que te castigue con el silencio o que te insulte (aunque lo haga solo cuando discutís y después pida perdón).
En una relación hay una regla que jamás se debe incumplir: te tienes que sentir respetado/a hasta en los peores momentos. Si tu pareja es un cielo la mayor parte del tiempo, pero cuando se enfada o cuando tiene un mal día aprovecha para atacarte, sacar su peor versión y hacerte sentir completamente inferior, algo va mal en la relación.
Si identificas cualquiera de estas señales conviene huir sin mirar atrás. Como no es fácil dejar atrás una relación tóxica, especialmente si está marcada por la violencia, es fundamental que pidas ayuda. Si estás aislado/a es más difícil sentirte con fuerzas para salir adelante. Por eso es aconsejable contarle lo que ha pasado a tu familia, a tus amigos, a un compañero de clase o del trabajo, a un psicólogo… En definitiva, a cualquiera que te pueda escuchar y apoyar.
Cuando ya hayas puesto distancia con tu ex llegarán las disculpas. “Me arrepiento muchísimo por no haberte valorado”, “ha sido un error, me he equivocado muchísimo”, “te juro que voy a cambiar y te voy a tratar como te mereces”. Frases que suenan muy bien pero que esconden intenciones vacías porque el círculo vicioso de la violencia, con el tiempo, se reinicia.
¿Significa eso que las personas no pueden cambiar? En absoluto. Tu ex puede arrepentirse y cambiar, pero no en cuestión de semanas. Necesita autocrítica y un trabajo psicológico muy intenso, y eso puede durar meses o incluso años. Además, vuestra relación puede estar marcada por dinámicas tóxicas muy difíciles de eliminar. Por eso los expertos en psicología recomendamos poner fin a este tipo de relaciones.
Hasta ahora hemos hablado de una situación muy concreta y, por desgracia, muy frecuente. Pero, ¿qué ocurre cuando tu pareja no te ha violentado, aunque sí te ha hecho daño?
Hay un sinfín de situaciones que pueden suponer el fin de una relación: que te sea infiel, que te haga ghosting dejándote sin darte explicaciones, que priorice a todos los demás frente a ti, que tengáis ideas de futuro completamente diferentes, etc. Y a veces las relaciones acaban, como bien vaticinábamos, por estos motivos, pero después de un tiempo (semanas, meses o años) os reencontráis, vuelve a surgir la chispa y te preguntas si es buena idea intentarlo de nuevo.
Para saber si es posible “salvar” la relación es recomendable hacerse tres preguntas: