El frío ha irrumpido en España por la puerta grande esta primera semana de noviembre. De golpe, el abrigo y la bufanda (y en zonas de montaña incluso las botas de nieve) se han convertido en prendas fundamentales para salir al exterior. No obstante, mientras que unos llevan las bajas temperaturas relativamente bien, otros por más que se abrigan difícilmente las soportan. ¿Por qué unas personas son más frioleras que otras?
Hay varios factores que condicionan la temperatura corporal, más allá de la ropa que llevemos o la temperatura ambiental, como son el sexo, la genética, la edad o el entorno en que se ha crecido.
La temperatura idónea para que el cuerpo humano funcione correctamente debe estar entre 35,5 y 37 grados centígrados. Cuando hace mucho frío, los vasos sanguíneos se cierran con el fin de reducir el flujo sanguíneo e impedir que el calor se escape y el cuerpo empieza a temblar. Por el contrario, cuando hace mucho calor los vasos sanguíneos se dilatan para llevar el exceso de calor a la piel, y sudamos.
Uno de los condicionantes de la termorregulación, que es la capacidad que tiene un organismo biológico para modificar su temperatura, está determinado por el sexo: las mujeres sienten el frío antes que los hombres.
Esto se explica, por una parte, porque las mujeres, en promedio, tienen alrededor de un 10% más de grasa corporal que los hombres. Esto protege sus órganos vitales del frío, pero aísla la piel del calor del cuerpo. Otro motivo es que los estrógenos (hormonas femeninas) contribuyen a que los vasos sanguíneos sean más sensibles al frío. No obstante, en las mismas condiciones de altura, peso y cantidad de grasa subcutánea, desaparecerían muchas de las diferencias en la capacidad de regulación térmica del hombre y la mujer.
Los vasos sanguíneos de una mujer, en general, se cierran más rápidamente que los de los hombres para evitar un gasto de calorías necesario para el funcionamiento de los órganos internos: “La mujer, enfriando su propia piel mediante procesos biológicos activos, se defiende del frío extremo, pues crea con ello una especie de coraza sobre su cuerpo, a lo que también ayuda su mayor capa de grasa subcutánea. Con esta coraza pierde menos calor por radiación y convección, conservando así más calor en su cuerpo", explica Francisco Mora, catedrático de Fisiología Humana de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid.
La herencia tiene un papel fundamental en la regulación de los mecanismos compensadores de la temperatura. “Una persona que tenga mayor tendencia a la piel grasa tendrá más protección ante las temperaturas externas y menor pérdida de calor interno. La cantidad de grasa corporal proporciona más protección para el frío. Quienes son delgados o tienen un bajo índice de grasa corporal, probablemente estén menos protegidos ante las bajas temperaturas”, aseguran desde la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG).
Además, el estrés continuo afecta negativamente a todo nuestro cerebro, afecta a genes que regulan el estado de ánimo, siendo un factor que dificulta una correcta respuesta al frío.
Los niños y los adultos suelen tener mayor resistencia al frío que los recién nacidos y los ancianos.
Esto es así por diferentes motivos. En los bebes, el sistema nervioso central está en proceso de desarrollar los mecanismos para guardar el calor cuando hace frío y enfriar el cuerpo cuando la temperatura se incrementa.
En cuanto a los ancianos, la clave está en unas células de la grasa corporal que nos ayudan a producir calor, que van disminuyendo a medida que cumplimos años, con que nos vamos volviendo más susceptibles al frío.
Cuando se ha nacido y vivido en lugares fríos, se tiende a ser más sensible en un lugar con temperaturas altas y, al contrario, quienes han crecido en zonas templadas o de calor toleran mal las bajas temperaturas. El cuerpo se acostumbra, y es un factor determinante de la capacidad de cada persona para tolerar mejor el frío, el calor, el viento o la humedad.