Las cañas en una terraza, la ronda de chupitos cuando se sale de fiesta, la copa de vino para brindar… El consumo de alcohol en cualquiera de sus formatos está tan normalizado que lo extraño para la sociedad es no beber.
La abstinencia o, en otras palabras, no consumir alcohol, es una decisión que puede deberse a muchos motivos: por motivos de salud, porque el sabor del alcohol resulta desagradable, por malas experiencias previas, porque nunca ha tenido interés por probarlo, porque los efectos del alcohol en su comportamiento le incomodan, para evitar la resaca, y un largo etcétera. Aun así, cuando una persona abstemia dice en voz alta la temida frase "para mí sin alcohol", sus amigos y conocidos comienzan a expulsar por la boca una retahíla de contraargumentos para convencerle de que se anime y beba algo.
De alguna forma, nos parece problemático que alguien prefiera no beber y nos esforzamos en convencer a esa persona de que ella es la rara y no nosotros, quienes perdemos la memoria mezclando Red Bull con alcohol, la inhibición o hasta la conciencia por culpa del alcohol. Hagámonos una pregunta: ¿Los que no beben son unos aburridos o en realidad el problema es que la sociedad ha normalizado la adicción a esta droga legal?
Fabio tiene 26 años y como él mismo reconoce, nunca bebió demasiado, pero su última copa se remonta siete años atrás, en sus primeros años universitarios. “Dejé de beber primero porque el alcohol nunca me ha entusiasmado. Bebía porque tenía muy metida la mentalidad de que es lo que se hace cuando sales de fiesta o de terrazas, pero en realidad había mil bebidas que me apetecían mucho más y no llevaban alcohol. Vamos, que si me ponían una Coca Cola y un ron cola, me sabía más rica la Coca Cola”, explica el joven zaragozano.
“El segundo motivo es que no me gustaba cómo me ponía al beber. Un poco como si fuese un robot que actuaba automáticamente. Lo pienso y me acuerdo de estar con mis compañeros de clase en un bar, moviendo la cabeza con una copa en la mano, escuchando música de bares que ni nos gustaban y sin hablar. Me parece un poco absurdo fingir que eso era pasárselo bien”, reflexiona. “Y llegó un punto que dejé de beber”.
Sus amigos lejos de apoyar su decisión, la rechazaron. “Es curioso que la gente te prefiera mamado y pasándolo fatal a punto de vomitar. Que consideren que esa es una faceta más divertida y que si rechazas el alcohol eres el aguafiestas, el aburrido. Eso me lo han dicho personas que consideraba importantes. He perdido amistades por ser abstemio, gente que no me ha invitado a fiestas o que me ha criticado a las espaldas. Y no es lo peor de todo. Más de una vez me han intentado engañar pidiéndome copas con alcohol cuando ya iban pasadísimos porque se pensaban que no me daría cuenta. Eso me jodió mucho. Me tuve que poner serio y al final dejas de salir con ciertas personas”, se lamenta Fabio.
“Luego en el día a día pues estoy harto de aguantar ciertos comentarios”, confiesa. “Gente que te pregunta una y otra vez que porque no bebes, y cuando le dices que no te gusta te intentan convencer. Te dicen que es porque no has probado una bebida en concreto, o que tienes que acostumbrar tu paladar a la cerveza”, relata entre risas. “¿Estamos tontos? ¿Por qué voy a tener que acostumbrarme a beber algo que no me gusta? Es que es absurdo”. Sin embargo, ahora mismo reconoce que siente más apoyo que críticas. “Cuando estás en la universidad eres el raro, al menos así lo viví yo. Luego vas rodeándote de gente que te apoya, algunos se van, los que valen la pena se quedan, y ahora mismo el 99% de mis amigos respetan mi decisión de ser abstemio”.
Según el informe EDADES sobre consumo de alcohol y otras drogas en España, el 93% de la población de entre 15 y 64 ha bebido alcohol alguna vez en su vida, siendo el primer consumo de media a los 17 años. A este dato tan alarmante se suma que el porcentaje de personas que beben alcohol a diario aumentó en el año 2020 pese a estar confinados en nuestros hogares.
Como vemos, el consumo de alcohol es algo totalmente normalizado. Por eso nos resulta extraño que alguien decida escoger la vía de la abstinencia. Por un lado, nos hace reflexionar sobre el motivo por el que bebemos alcohol. ¿Lo hacemos porque queremos o lo necesitamos? Son muchas las personas que reconocen consumir para pasárselo bien, para desinhibirse o para estar relajadas. Esto que a priori puede parecernos totalmente inofensivo en realidad refleja una conducta de adicción.
Por otro lado, la abstinencia saca a relucir el gran poder de la presión social. Con comentarios como “por una no pasa nada”, intentamos convencer a la otra persona (y a veces lo conseguimos), ignorando por completo sus necesidades y preferencias.
Que para ti el alcohol vaya de la mano de la diversión, no implica que alguien abstemio vaya a estar incómodo o aburrido mientras todos los demás bebéis. Tiene total libertad para decidir si quiere consumir o no, y tampoco es necesario que dé explicaciones sobre por qué no quiere beber.
En vez de centrar todos nuestros esfuerzos en condenar la abstinencia, hagamos autocrítica sobre nuestro patrón de consumo: ¿Por qué bebemos? ¿Cuánto bebemos? ¿Qué pasaría si durante una temporada dejásemos de beber?