A lo largo de nuestra vida superamos diferentes obstáculos que dejan una huella emocional. A veces estos obstáculos son sencillos, pero también nos topamos con problemas que no podemos solucionar nosotros solos. La ayuda de nuestros seres queridos y de profesionales se vuelve imprescindible en esas situaciones.
Cuando estas malas rachas se acaban, aparece una sensación de alivio. Nos aferramos a la idea de que no volverá a suceder algo así. Por ejemplo, tras una ruptura muy difícil nos repetimos constantemente “ahora quiero estar soltero para no pasarlo mal”, y cuando conocemos a alguien nuevo nuestro mantra pasa a ser “no será como con mi ex”. Esta mentalidad nos protege, pero también puede dar lugar a expectativas poco realistas.
Cualquier proceso de superación personal, ya sea una ruptura, un trastorno psicológico o un problema emocional, se asemeja más a una montaña rusa. En otras palabras, no va a ir siempre a mejor. Habrá pequeños altibajos o como mucha gente suele decir, recaídas.
Siguiendo la definición tradicional, una recaída hace referencia a volver a realizar conductas problemáticas, normalmente asociadas a una sustancia adictiva y tóxica. Como vemos, esto guarda mucha relación con las adicciones, pero las recaídas se producen producir en muchos contextos.
Esa sustancia adictiva y tóxica puede ser un exnovio, pero también puede ser una forma de actuar que nos ha provocado malestar. Por ejemplo, dar muchas vueltas a las cosas, anticiparnos pensando que algo malo va a pasar, o aislarnos de nuestros seres queridos.
Cuando identificamos que esas conductas no son sanas, normalmente trabajamos para superarlas. A veces logramos ‘desintoxicarnos’ de un ex o gestionar rachas de ansiedad y tristeza por nuestra cuenta, pero son muchas las personas que necesitan terapia psicológica.
Cuando ya hemos superado esa mala racha, creemos que ya está hecho lo complicado. “Si hemos sabido resolver ese problema una vez, lo lógico es que no vuelva a aparecer”, pensamos. Pero no.
La vida no es de color rosa y aunque hayas adquirido habilidades psicológicas eficaces, siempre vas a toparte con momentos duros. En otras palabras, no te vas a librar de recaídas. Pero con el tiempo, sabrás identificar antes y mejor cuando algo va regular, y podrás poner en marcha técnicas y herramientas para afrontar esas malas rachas.
Iris, de 24 años, comenzó a ir al psicólogo cuando la ansiedad se convirtió en una constante en su vida. “Estaba preocupada desde que me levantaba hasta que me iba a dormir”, comparte. “Aguanté unos meses pensando que se me pasaría, pero fue a más y llegó un punto en el que los ataques de ansiedad me preocuparon”. Fue entonces cuando pidió ayuda profesional.
Tras siete meses, su psicóloga le dio el alta. También conoció a su actual pareja y comenzó a trabajar en una empresa en la que se sentía valorada y feliz. Esta fase de calma ayudó a Iris a olvidarse de la ansiedad, hasta que un día volvió. “En el trabajo me dieron más responsabilidad y me petó la cabeza”, recuerda. “Empecé a sentir que no era suficiente, que todo lo hacía mal y que cualquier día me echarían. Y una noche tuve otro ataque de ansiedad”.
Fue cuestión de semanas, pero ese ataque de ansiedad hizo que Iris echase por tierra todo el trabajo psicológico que había realizado en terapia. “Me culpabilicé muchísimo. Me sentía tonta por volver a estar mal, como si los siete meses de terapia no hubiesen valido para nada y yo hubiese perdido tiempo y dinero”, relata.
Volvió a visitar a su psicóloga y sólo necesitó dos sesiones para darse cuenta de que esa recaída no significaba empezar desde cero. “He vuelto a tener momentos de estar más nerviosa y hasta de ansiedad, pero identifico que algo va mal, paro, descanso, me cuido y no me machaco”.
Como acabamos de ver, las recaídas son inevitables en nuestra vida. Por eso es fundamental aprender a gestionarlas.