Ángela, una joven de León, tenía 15 cuando empezó a salir con un hombre de 27 años. Con frases como “eres muy madura para tu edad” o “no eres como las demás chicas” la fue engatusando hasta que la relación se convirtió en una vorágine de posesividad, control y violencia física. Aunque en aquel momento no le puso nombre, se trataba de maltrato.
Al cumplir 18 años, mudarse y empezar la universidad, la pareja de Ángela comenzó a recriminarle que le prestaba menos atención y que había cambiado. “Lo que pasaba es que estaba escapando de la burbuja del maltrato”, afirma ella. “Un día discutimos, cogió el coche y se presentó en el piso. Mis compañeras le dejaron entrar porque sabían que era mi novio. Me pegó tantos tortazos que perdí la cuenta y hasta me fracturó la muñeca”.
No fue la última paliza, pero sí la que supuso un punto de inflexión. “A partir de ahí me liberé y empecé a evitarle. Ya no tenía esa sensación de deberle la vida. Sabía que sin él era feliz, pero me daba mucho miedo dejarle”, recuerda. “Me acabó dejando él porque, palabras textuales, me había vuelto una guarra desde que estaba en la universidad, que me creía muy madura y que en realidad era una niñata. Eso dijo el mismo que con 15 años me decía que era muy madura. Era un pedófilo, y después de dejarlo conmigo empezó a salir con otra chica menor de edad a la que también destrozó, por lo menos psicológicamente”, nos relata la joven que ahora tiene 27 años.
Ángela no denunció legalmente a su maltratador, pero decidió que en ningún momento iba a ocultar lo sucedido. Tenía claro que encubrirle no era una opción. “Cuando sus amigos me preguntaban que qué había pasado, yo les contaba las hostias y los insultos. Algunos no me creían y otros me miraban con cara de pena, como si supiesen que no era la única a la que se lo había hecho, y sé que dos de sus amigos que eran novios dejaron de llevarse con él después de eso y me apoyaron mucho”, pero pese a los testimonios de ella, su expareja lo negaba todo. “Decía que no era verdad. Que yo mentía porque era una niñata inmadura y celosa”.
Cinco años después de aquella ruptura y tras horas de terapia, Ángela había reconstruido su vida superando el maltrato, cuando su expareja contactó con ella para disculparse. “Como le tenía bloqueado en el móvil, me envió el mismo mensaje a Instagram, Facebook y hasta al mail”, nos confiesa. En el mensaje reconocía el maltrato y afirmaba haber cambiado. “Decía que lo sentía, que había actuado como un mierdas y que se arrepentía. Que yo era la única chica que le había entendido y que le daba mucha pena no tenerme en su vida como amiga. Que si pudiera volver atrás jamás actuaría así, y que nunca volvería a hacer a nadie lo que me hizo”, pero ese mensaje lejos de proporcionar paz mental a Ángela, le angustió más. “Yo no necesito sus disculpas y tampoco necesito perdonarle para pasar página. Me arruinó la adolescencia, jodió mi autoestima y me hizo querer morirme. Me planteé suicidarme, tuve una depresión, tardé años en volver a confiar en los tíos. Un simple beso me provocaba un ataque de pánico. Si alguien gritaba cerca de mí me tenía que encerrar en el baño a llorar. Si me tocaban por la espalda y no me lo esperaba, sentía un miedo tan grande que hasta me mareaba. Eso no se soluciona con un perdón. No quiero su perdón. Su perdón no vale nada”.
¿El perdón ayuda? ¿Alivia? ¿Repara? Nos inculcan desde pequeños que hay que pedir perdón, pero, sobre todo, hay que saber perdonar a quienes nos hacen daño deliberadamente. Poner la otra mejilla se convierte para muchos en una obligación, aunque desde el punto de vista psicológico no provoca una mejora significativa.
El debate sobre el perdón se ha avivado a raíz de las declaraciones de José Ángel Prenda, uno de los miembros de La Manada, autores de la violación grupal a una joven de 18 años en Pamplona. El preso ha reconocido la violación y le ha enviado una carta a la víctima desde prisión mostrando su “total arrepentimiento por el delito” y solicitando el “perdón a la víctima por los daños causados y a sus familiares directos”. Muchos han considerado este acto como una estrategia para obtener beneficios legales como permisos de salida o un traslado penitenciario.
Al margen del motivo real por el que el agresor se ha disculpado, sí es importante preguntarnos hasta qué punto pedir perdón puede servir de algo tras una agresión sexual, tras un caso de maltrato o, en general, tras hacer daño deliberadamente a una persona.
Aunque sabemos que esto es algo muy personal y que cada persona es un mundo, las víctimas de este tipo de agresiones suelen querer olvidar lo sucedido, no perdonar, especialmente si tenemos en cuenta que la justicia española considera el arrepentimiento como un atenuante. Es por ello que muchas veces hay dudas sobre si las disculpas son sinceras o si se trata de una estratagema legal.
A mayores, la situación es más complicada cuando el daño viene de un ser querido o alguien conocido, por ejemplo, una pareja. No solo hay que afrontar la agresión, sino el hecho de que sea perpetrada por alguien en quien confiabas. En estos casos las secuelas psicológicas suelen ser mucho más graves, y según un estudio de la Universidad Iberoamericana, el perdón puede perpetuar las agresiones en el núcleo de pareja, ya que “la acción de perdonar lleva una serie de comportamientos, creencias, emociones, actitudes que ayudan a reiniciar el ciclo de violencia”.
En cualquier caso, el perdón se convierte en una especie de ‘lavado de memoria’. El objetivo de la víctima no es compadecer al agresor, sino poder hacer borrón y cuenta nueva y recuperar su vida, superando las secuelas que deja algo tan grave como un delito sexual o el maltrato.
Como acabamos de ver, las víctimas de agresiones sexuales o maltrato tienen que atravesar un complejo duelo para integrar lo que ha sucedido y reconstruir su historia vital, y en este proceso el perdón no tiene un papel relevante. Pero, ¿qué sucede cuando nos enfrentamos a traiciones cotidianas? Por ejemplo, un amigo que te ‘apuñala por la espalda’, una infidelidad o una mentira demasiado grave como para olvidarla.
Cuando esto ocurre, el objetivo no debe ser perdonar, pero sí pasar página. ¿Cómo?