La piel, con una superficie que puede llegar a alcanzar los 1,8m², es el órgano más extenso y uno de los más complejos del cuerpo. Es la primera barrera de protección frente al medio externo y es capaz de interpretar toda la información del entorno y adaptarse a él.
Esta importante función de comunicación con el ambiente es posible gracias a la presencia de un complejo entramado de terminaciones nerviosas y canales iónicos. Estas conexiones nos permiten desde adaptarnos a los cambios de temperatura externa para mantener el equilibrio interno, hasta reconocer agentes contaminantes o patógenos y poner en marcha una respuesta inmunológica.
Profundicemos algo más acerca de la localización y estructura de este complejo sistema de comunicación, conocido como sistema neurosensorial. En la capa más superficial de la piel, conocida como epidermis, podemos encontrar las terminaciones nerviosas. Es decir, prolongaciones que envían señales desde la superficie cutánea hasta la médula espinal y viceversa.
Estas terminaciones pueden detectar tanto estímulos mecánicos (como el tacto o la presión), como cambios de temperatura o la presencia de agentes químicos potencialmente nocivos.
Además, las células de la epidermis tienen en su superficie una serie de receptores sensoriales, conocidos como nociceptores, que están en contacto constante con el medio externo y constituyen la primera “línea de acción”.
Si el estímulo es nocivo, se desencadena la transmisión de una señal de dolor o picor a la médula espinal. Esto explica ciertas reacciones cotidianas como sentir picor y apartar la mano rápidamente cuando notamos el roce de un insecto. Es lo mismo que sucede cuando sentimos dolor al aproximarnos al fuego. En este caso, nuestros nociceptores detectan un aumento de temperatura por encima de los 42 °C.
Estudios recientes han demostrado que los nociceptores no solo llevan a cabo esta función de “guardián”. También están implicados en multitud de procesos fisiológicos como la síntesis de melanina o la producción de sebo en las glándulas sebáceas.
Siendo conocedores de las consecuencias de la activación de los nociceptores (dolor, picor, alteración de la respuesta inmune, etc.) no es de extrañar que se hayan observado desequilibrios o hiperactivación de los mismos en el desarrollo de diversas patologías cutáneas. Por ejemplo, la psoriasis, la dermatitis atópica, el acné, la rosácea o el vitíligo entre otras.
La piel sensible se describe como el conjunto de respuestas sensoriales desagradables a estímulos que no deberían provocar tales sensaciones. Las personas con piel sensible no suelen presentar signos objetivos de irritación o inflamación, pero siempre manifiestan síntomas subjetivos sensoriales como picor, dolor o ardor.
Esta ausencia de síntomas objetivos dificulta el diagnóstico de la piel sensible. En países occidentales, entre un 60 y un 70 % de las mujeres y cerca del 50 % de los hombres refieren algún grado de sensibilidad cutánea. Esta incidencia es incluso mayor en niños menores de 5 años.
Además, la tendencia en los países desarrollados a la concentración de la población en grandes núcleos urbanos con altas tasas de contaminación favorece que esta incidencia, lejos de disminuir, esté aumentando significativamente cada año.
La sintomatología primordialmente sensorial de la piel sensible pone de manifiesto la implicación del sistema neurosensorial en el desarrollo de esta condición. De hecho, distintos modelos animales y estudios in vitro han demostrado la hiperactivación de algunos nociceptores. Por ejemplo, la familia de receptores de potencial transitorio (TRP), entre los que destacan TRPV1, TRPA1 o TRPM8.
Como vemos, va aumentando nuestra comprensión de las interacciones entre el sistema neurosensorial cutáneo y los diversos componentes de la piel, así como su implicación en los procesos patológicos cutáneos. En este contexto, van surgiendo nuevas estrategias para abordar los desequilibrios neurosensoriales y lograr mantener la piel sana y libre de sensaciones incómodas.
En la naturaleza existe un amplio abanico de moléculas con capacidad activadora o reguladora de la actividad de los nociceptores. Muchas de ellas se han usado durante siglos en medicina tradicional e incluso hoy en día son importantes activos de medicamentos. Uno e ellos es la capsaicina, el ingrediente activo de los pimientos picantes cuya aplicación continuada desensibiliza el nociceptor TRPV1 impidiendo que se den las incómodas reacciones de dolor o picor.
Sin embargo, estas sustancias no están libres de efectos secundarios. Por ejemplo, en el caso de la capsaicina, su aplicación tópica produce una desagradable sensación de ardor. Además, su acumulación en la dermis podría desembocar en metabolitos cancerígenos tras la exposición a la radiación UV.
Con el fin de solventar estos inconvenientes, el IDIBE (Instituto de Investigación, Desarrollo e Innovación en Biotecnología Sanitaria) de la Universidad Miguel Hernández en colaboración con la Universidad del Pio Monte Orientale, han desarrollado una serie de moléculas cosméticas análogas a la capsaicina, con actividad reguladora de los nociceptores y sin sus incómodos efectos secundarios.
Estos compuestos reciben la calificación de soft-cosmetics ya que se trata de ingredientes activos que, tras ejercer su función antipruriginosa, son metabolizados por el organismo, evitando efectos secundarios no deseados.
La empresa que ha surgido de la Universidad Miguel Hernández, llamada Prospera Biotech, ya utiliza estos ingredientes para formular productos neurocosméticos destinados al cuidado de las pieles sensibles. Entre su cartera de productos se encuentran alternativas para la piel con tendencia atópica o una innovadora crema para el cuidado de las pieles sensibles causadas por el tratamiento con quimioterapia.