La muerte asusta, desestabiliza, enfada y decepciona tanto como, inevitablemente, acompaña. Es tan natural como la vida y por eso da miedo. Como sociedad hemos aprendido a vivir de espaldas a ella, a no mirarla de frente, para evitarla, para que no llegue, ni la nuestra propia ni la de nuestros seres queridos, convirtiéndola en los últimos años en un gran tabú. Una conducta que lejos de hacernos más felices, como se puede llegar a creer, nos provoca un gran dolor. Pues no hace más que "condenar a quienes viven el duelo a la soledad y el aislamiento".
Montse Esquerda, pediatra, psicóloga y directora del Instituto Borja de Bioética, de la Universidad Ramón Llull de Barcelona, aborda este comportamiento a la defensiva que la sociedad occidental se ha autoimpuesto para intentar ser un poco más feliz. Lo hace en su libro ‘Hablar de la muerte para vivir y morir mejor’.
Estamos tan acostumbrados a vivir que, se podría decir, se nos olvida morir. La autora explica por qué la muerte se ha convertido en un tema tabú: “En muy pocas décadas se ha producido un espectacular aumento de la esperanza de vida. De rondar los 35 años ha pasado, prácticamente, a los 85. Este progresivo aumento de esperanza de vida ha alejado la muerte de la cotidianidad, llegando incluso a considerarse como algo opcional”.
La muerte se aleja, de esta manera de nosotros, pero también de nuestro entorno más cercano, de nuestros hogares. “Se muere en hospitales, en sociosanitarios y se vela en tanatorios (no en casa), todo ello en las periferias de la ciudad”, explica Esquerda.
Con todo ello, acercar de nuevo la muerte a nuestra vida cotidiana nos hará familiarizarnos con ella. Hablar de la muerte nos hará vivir mejor, “hará que seamos más conscientes, resituemos la vida y nos ayudará a tomar conciencia del valor del presente”, pero también nos hará morir mejor, “ayudará a tomar decisiones en final de vida. Estas decisiones son mucho más complejas, y haber planificado ayudará a poder compartir”.
Pero, cómo hablar con naturalidad de algo que tememos, de algo de lo que no queremos saber nada. Es la pregunta que hacemos a Montse Esquerda, quien recuerda que “todo aquello que se puede compartir produce menos sufrimiento. Poder compartir preocupaciones de futuro, creencias, preferencias o deseos puede ayudar a estar mucho más tranquilos sobre ello”. Porque si algo está claro, apunta, es que “evitar hablar de la muerte no disminuye el miedo, al contrario, puede fomentarlo”. Mirar hacia otro lado no es la opción.
El proceso de reencontrarnos de nuevo como sociedad con la muerte es complejo, pero necesario. Esquerda apunta a que lo primero que hay que hacer es no evitar el tema. “Poder hablar de ello es fundamental y no hay que cambiar de tema cuando aparece en las conversaciones”. Hablar y dejar hablar. “También escuchar más a las personas en sus vivencias de final de vida de las familias y duelo, abrir espacios para poder compartir, grupos de ayuda mutua en duelo”, señala. Y por último, reeducarnos como sociedad empezando por los adultos, pero sin dejar atrás a los más pequeños. “Hay que acercar a los niños a la muerte, preguntar si quieren acompañar a tanatorios, velorios o funeral. No evitar las preguntas cuando preguntan (muchas veces la respuesta será un ‘no sé’), dejarles compartir sus miedos”.
La curiosidad de los niños, que después se convertirán en los adultos de la sociedad, es infinita, por eso evitar el tema y “hacerles callar” no hará más que ‘agravar’ el sufrimiento en el futuro o, incluso, en el presente al no entender qué ocurre en caso de que la muerte les toque de cerca. “Los niños preguntan, y muy pronto, sobre la muerte y el morir, pero aprenden muy pronto a callar cuando no reciben respuesta. Es bueno introducir la muerte a través de lo cotidiano, cuando se visualiza alguna muerte en pantalla, al encontrar algún pequeño animal fallecido o alguna noticia”.
En su libro ‘Hablar de la muerte para vivir y morir mejor’, Montse Esqueda pone de manifiesto que ‘la medicina se ha volcado en curar, olvidando que uno de sus objetivos primordiales debería ser intentar una muerte en paz y paliar el sufrimiento que la acompaña’. Pues tiene claro que “los enormes avances en medicina han fomentado una ‘ilusión tecnológica’, la creencia que va a poder resolverse todos los procesos con más técnica. Y esa ilusión puede impregnar tanto a profesionales como pacientes o familiares, dificultando el saber reconocer el momento de parar, paliar y acompañar”, explica. “Parece que siempre puede hacerse más y eso hace que cueste muchísimo más aceptar el final. El acercamiento a la muerte se convierte entonces en paradójico, pues tendríamos los medios para conseguir morir en paz, pero hay un enorme riesgo de morir mal por sobretratamientos o sobrediagnósticos”.
Aceptar la muerte para una sociedad mentalmente inmadura para enfrentarla, ¿podría significar una derrota, haber tirado la toalla? “No. Es algo tan simple como reconocer que somos mortales. ‘Hacer absolutamente todo lo posible’ hace que podamos provocar daño y tener malas muertes”, indica Esquerda, antes de hacer alusión a uno de los documentos sobre el que ha investigado para sacar las conclusiones del libro: “Un reciente documento del Lancet, sobre la Comisión de Valor en el morir comenta: ‘Cuando la muerte es inevitable, el cómo importa mucho’. No reconocer o no aceptar esa inevitabilidad, es uno de los factores para no poder conseguir buenas muertes”.
Montse Esquerda hace así un repaso sobre cómo ha cambiado nuestra relación con la muerte a lo largo del tiempo basándose en datos históricos, artículos de psicólogos, psiquiatras, bioeticistas y filósofos, fragmentos de novelas, canciones y películas. Desde una perspectiva médica, pero sobre todo humana.
‘Hablar de la muerte para vivir y morir mejor’ nos recuerda que la muerte existe y que el ser humano es finito. Porque, quizás, de lo que se trata es de eso, de entender para de dejar de huir. De dejar vivir, pero también de dejar -dejarnos- morir, y de dejar atrás los grandes miedos que provoca la muerte: “el miedo a dejar de ser y lo desconocido”, como afirma la autora. En definitiva, de intentar que una cosa tan natural se convierta en una pesada mochila con la que nadie puede cargar a sus espaldas.