Hace mucho que los aplausos han desaparecido de los balcones, pero los profesionales de las UCI continúan navegando sobre las olas de la covid, cada vez más exhaustos y nerviosos, para intentar vencer a la patología que peor pronóstico tiene de entre todas las que conocen y que consume una cantidad de recursos ingente, insuficiente para toda la población que podría necesitarlos.
El doctor Andrés Carrillo es el jefe de las Unidades de Cuidados Intensivos (UCI) del Hospital Miguel Servet de Zaragoza donde luchan por respirar catorce pacientes, el más joven de 40 años, la mayoría sedados e intubados.
Carrillo, sereno pero muy preocupado, lamenta que las celebraciones de Navidad hayan traído como consecuencia este cuarto brote, que ha estallado cuando aún los hospitales no se habían recuperado del anterior.
Un cartel luminoso de neón rosa con la frase "#todo saldrá bien# ilumina tenuamente el recinto por el que se afanan decenas de sanitarios. A un lado de la línea que marca el centro del pasillo, en la zona más próxima a los boxes, todos van ataviados con equipos completos de protección, guantes, pantallas y gorros y al otro lado, el más cercano a la puerta, otros compañeros les prestan apoyo y les alcanzan lo que necesitan.
Todos pasan la mitad de su turno en la zona en la que se exige llevar el EPI completo y la otra mitad en la zona limpia. En la puerta de cada uno de los boxes una pizarra desvela los parámetros de los pacientes y, de fondo, los pitidos de los monitores quedan ahogados por las conversaciones y, de vez en cuando, por algunas risas, porque a pesar del nerviosismo y del cansancio, los sanitarios de la UCI sacar a relucir, a veces, su buen humor. La UCI no es un lugar silencioso.
El 25 por ciento de los recursos de las unidades de intensivos del Miguel Servet están dedicados a dar atención a pacientes de covid, con enfermos aún de la ola anterior, pero el 75 % restante también está ocupado, y es necesario incrementar el espacio para dar respuesta a lo que se avecina. De resultas, explica Carrillo, la actividad quirúrgica seguramente va a tener que ser penalizada para poder atender al pico asistencial generado por la covid.
La sociedad piensa que hay recursos para todo el mundo, pero no los hay, ni humanos ni materiales, y aunque se intenta llegar a toda la población, la incertidumbre se despliega sobre las unidades de intensivos que tratan de contener una enfermedad para la que, desgraciadamente, no hay tratamientos médicos eficaces.
En el Miguel Servet hay cuatro unidades de intensivos, tres para patologías "limpias" y una en exclusiva para pacientes covid. En cada una de ellas trabajan alrededor de cien personas. En este hospital, relata Carrillo, la quinta UCI está en fase de preparación, y entrará en funcionamiento pronto, aunque es un proceso complicado porque no es fácil reestructurar a los equipos y hay que buscar la colaboración de otros especialistas.
En las plantas convencionales de hospitalización hay pacientes de todas las edades, pero en la UCI la edad media ha bajado cinco años en los dos últimos brotes. Gente muy joven con complicaciones severas, advierte. En el primer brote ingresaban en UCI entre el 10 y el 15 % de los pacientes que eran hospitalizados, nivel que se consiguió rebajar al 10 % y actualmente se sitúa entre el 7 y el 8 %.
Carrillo explica que de cada diez pacientes que ingresan en la UCI, logran sacar adelante a entre seis y siete, pero eso significa que esta patología tiene una mortalidad que se aproxima al 40 % de la población que atienden, y eso es "terrible".
"No tenemos otro proceso que consuma tantos recursos y tenga un pronóstico tan malo", lamenta, para después insistir en la importancia de la concienciación de la sociedad ante una enfermedad para la que el único tratamiento eficaz es el asilamiento; "renunciar a algo tan humano como son las relaciones".
Pero los trabajadores de la UCI reclaman concienciación, que la gente de la calle realmente sepa lo que se está viviendo en los hospitales.
Y eso que aún hoy Bea y María, dos jóvenes enfermeras, confesaban que la misma mañana de este martes mantenían "cierta esperanza" de que la situación se contuviera. Al llegar a su puesto de trabajo se han encontrado con el choque de realidad y la necesidad de intubar y sedar a uno de los pacientes, otro que les ha vuelto a preguntar "¿me voy a despertar?".
La supervisora de Enfermería de esta unidad, Trinidad Piquer, con más de treinta años de experiencia, coincide, y añade: "lo más duro es hablar con las familias por las tardes" y tener que ser, a veces, portadores del último mensaje ante la imposibilidad de despedirse de sus seres queridos. "Nadie está preparado para una pandemia", agrega.
Están hechos de una pasta especial, reconocen, pero está habiendo una factura emocional importante por un proceso que ya se prolonga desde hace un año y que no permite descansar psicológicamente, reconoce Carrillo.
"Como enfermedad, ninguno de nosotros ha tenido este tipo de experiencias, pero además nos hemos tenido que ir formando y aprendiendo sobre la marcha, reinventarnos para rentabilizar al máximo los recursos, y eso lleva a tensiones y a que el nivel de tolerancia de los profesionales sea cada vez peor", relata.
En el pasillo donde esperan las dos únicas bandejas de comida que tomarán los dos pacientes que se pueden alimentar por si solos, María lo corrobora: sueña muchas noches con los pitidos de las maquinas de monitorización.
Todo el mundo tendría que conocer cómo se trabaja aquí, abunda Bea. Y el doctor Carrillo asiente: la cuarta ola es consecuencia de la Navidad; "socialmente vamos a pagarlo y desgraciadamente mucha gente va a fallecer por el disfrute" de un corto periodo del año.
La esperanza y la luz está, para Andrés Carrillo, en la vacuna, pero eso no va a resolver el problema actual, sino que es una inversión para el futuro, para otros nuevos brotes, porque esta cuarta ola, en las UCI, hay que superarla como las otras. La vacunación preparará para la quinta, advierte, y por eso insiste en que la sociedad debe concienciarse de la necesidad "imperiosa" de inocularse, porque "la covid es peor opción".
Mientras a sus espaldas continúa la actividad frenética y los especialistas cruzan de un box a otro y apuntan novedades en las pizarras, el responsable de Medicina Intensiva lanza un SOS velado: "al principio teníamos muchas fuerzas y ganas de dar respuesta, pero los aplausos han desaparecido y cada vez nos cuesta más encarar el reto que es afrontar esta cuarta recaída. A ver si es la definitiva"