Con la llegada del invierno, son muchos los que han encontrado un doble uso a la mascarilla: nos protege frente al coronavirus a la vez que proporciona calor. Sin embargo, para algunas personas este pequeño trozo de tela puede resultar asfixiante, sobre todo en momentos de estrés, agobio y ansiedad.
Lo primero que debemos saber es que las mascarillas son seguras y, ahora mismo, uno de los métodos más eficaces para evitar la propagación del coronavirus.
Sí, y no solo porque sea obligatorio usarla tanto en establecimientos como en la vía pública, sino que además se ha demostrado su eficacia.
Cuando hablamos, tosemos, estornudamos o sencillamente respiramos con normalidad, emitimos partículas llamadas aerosoles. La gran mayoría son gotas de agua de entre 1 y 100 micrómetros de diámetro. Al expulsarlas, el agua se evapora y permanecen en el aire virus y bacterias.
Si eres portador asintomático, una mascarilla homologada actuará como barrera evitando que propagues el coronavirus, y si estás sano, será más difícil que lo contraigas.
Para demostrar esto, la Universidad de Tokio ha realizado un experimento con un simulador del virus SARS-CoV-2. Quienes estaban protegidos con una mascarilla de tela tuvieron entre 20 y 40% menos de probabilidades de exponerse al coronavirus, los que utilizaban una mascarilla quirúrgica veían la probabilidad reducida en hasta el 50%, y las mascarillas N95 disminuyeron el riesgo en entre 79 y 90%, llegando al 100% si estaba colocada correctamente.
La Organización Mundial de la Salud ha dejado claro que “utilizar mascarillas médicas durante mucho tiempo puede ser incómodo, pero no provoca intoxicación por CO2 ni hipoxia”. Pero entonces, ¿por qué nos da la sensación de que no respiramos del todo bien?
Para entenderlo, haz memoria. ¿Alguna vez has caminado delante de alguien cuya opinión te importaba y te ha dado la sensación de que estabas andando raro? Si la respuesta es sí, lo que sucedió fue que hiciste consciente la locomoción, que es un mecanismo cerebral que está totalmente automatizado.
En condiciones normales, respirar es algo automático. No lo hacemos voluntariamente, nos sale solo. Al usar una mascarilla empezamos a fijarnos más en el proceso de inhalación y exhalación del aire, y nos da la sensación de que estamos respirando mal.
En conclusión, llevar mascarillas puede ser molesto al principio, pero es cuestión de habituarnos.
Al estudiar la relación entre la mascarilla y los ataques de ansiedad, podemos encontrarnos dos situaciones. O bien tienes síntomas de pánico provocados por la mascarilla, o bien la ansiedad aparece por otra causa, pero la mascarilla aumenta los síntomas. Veamos dos ejemplos:
Los síntomas pueden ser idénticos en los dos casos: hiperventilación, palpitaciones, mareo, sudores fríos, dificultad para coger aire o calor repentino. Sin embargo, en el primer caso la ansiedad aparece “de la nada” y en el segundo caso está relacionada con algo que nos agobia. Puede ser un examen como hemos visto en el ejemplo, pero también ir al médico, quedar con amigos en un bar con mucha gente o coger el transporte público.
Si tienes ataques de ansiedad muy habituales e intensos, o provocan mucho malestar, debes pedir ayuda profesional. Ponte en manos de un psicólogo porque puede tratarse de un trastorno que debe ser tratado.
Sin embargo, todos podemos tener un ataque de ansiedad esporádico, sobre todo en la era de la covid-19. La incertidumbre y el estrés son el caldo de cultivo ideal para que sin saber muy bien cómo, acabemos sufriendo síntomas de pánico.
Algunas recomendaciones para lidiar con un ataque de ansiedad mientras llevas mascarillas son: