Los sanitarios de Barcelona se han concentrado a las puertas del hospital Vall d'Hebron para exigir condiciones dignas de trabajo. Denuncian la falta de material durante la pandemia y los contratos laborales muy precarios. Exigen derechos y que se la reconozca el trabajo que realizan cada día.
Estos profesionales han querido recordar a los 48.860 sanitarios que se han contagiado de COVID-19 en España. “Es muy duro porque no sabes en qué momento te vas a contagiar”, comenta uno de los manifestantes.
Los aplausos de las 8 de la tarde les animan, dicen, pero no les valen de nada si luego ven cómo la gente en la calle no guarda distancia de seguridad ni respeta las normal más elementales para evitar el contagios.
Protestan ante un trabajo vocacional y mal remunerado desde siempre pero que ahora además se han realizado sin medidas de seguridad. “No somos suicidas ni kamikazes”, reclaman. Están agotados tras dos meses sin parar, pero también indignados por años de recortes de la sanidad pública.
Unas protestas que han querido hacer coincidir con el Día Mundial de la Enfermería un personal que ha sido y sigue siendo imprescindible para acabar con esta pandemia. Hombres y mujeres que están en primera línea de fuego y muchos sin ver su familia desde hace semanas para no contagiar.
Manifestaciones que se han repetido por toda España, como a las puertas del hospital madrileño Severo Ochoa. Allí, además, los sanitarios han recopilado y difundido algunas de las imágenes más duras que han vivido durante lo peor de la crisis para denunciar la falta de medios y la precariedad que han sufrido y sufren desde hace años.
Es un vídeo conmovedor sobre imágenes que no habíamos visto hasta ahora de las Urgencias del hospital atestadas de pacientes. La voz de una enfermera va leyendo un mensaje en una carta escrita según ella misma confiesa, para que la conciencia la dejé "dormir tranquila".
Los sanitarios del hospital Severo Ochoa de Leganés no olvidan los peores momentos de esta crisis y nos lo recuerdan con este vídeo. “Nos hemos sentido solos, desolados intranquilos, desprotegidos”, comienza la narración.
Relata la sensación de soledad e impotencia ante tanto dolor y reconoce que mucha de la gente que atendieron en los peores momentos de la pandemia se merecía un trato mejor pero que no pudieron dispensárselo por lo que ella considera como “pésimas condiciones y falta de medios”.
Prosigue con la crónica de un auténtico infierno relatado desde la impotencia y la rabia: “los hemos tratado como hemos podido”. Recuerda cientos de enfermos en los pasillos de Urgencias que llegó a triplicar su capacidad durante días, “realizando un trabajo fabril”, un trabajo que no han realizado todo lo bien que hubiesen querido y que además les hace sentir culpables.