El temor ante los rebrotes, el alto poder de contagio y la rapidísima velocidad de propagación del coronavirus han puesto a los científicos de todo el mundo a trabajar contrarreloj en una carrera por intentar contener los efectos de la COVID-19, que ya deja más de 413.000 muertos y más de 7,2 millones de casos en todo el mundo tras haberse extendido por 216 países según datos oficiales de la OMS.
En España, si bien la cifra total de decesos permanece congelada a la espera de que las comunidades autónomas revisen, actualicen y corrijan los datos para poder dar una “información sólida”, según palabras del director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón, quien ha estimado, no obstante, que el balance total de muertes en nuestro país se situaría “entre los 27.000 (ahora mismo cifran 27.136) y los 28.000”, pese a que este número no deja de generar controversia, con distintas fuentes, como las funerarias o el propio INE, estimando que esa cifra realmente superaría con creces los 40.000.
Sea como sea, el desarrollo de una vacuna es un proceso que no solo entraña una complejidad destacada, sino que además requiere del tiempo necesario para asegurar que el proceso se completa dentro de unos márgenes de seguridad que posteriormente hagan posible verdaderamente su aplicación y su uso con garantías; comprobando que no genere efectos secundarios adversos que tiren por tierra todos los esfuerzos realizados. En este sentido, son múltiples los avances que se están realizando, desde la vacuna en la que trabaja la compañía Moderna, que ha anunciado este jueves que va a comenzar en julio la última fase de su vacuna, hasta la desarrollada por la Universidad de Oxford, también prometedora, donde ya son varios los voluntarios que, como el enfermero español Joan Pons, --quien fue entrevistado en esta casa, en Informativos Telecinco--, han participado en los ensayos. A él mismo le pusieron la vacuna experimental y por el momento está “bien” y “sin ningún problema”.
En todo el mundo, más de un centenar de vacunas están desarrollándose desde la esperanza de obtener resultados positivos que permitan afirmar, de una vez por todos, que doblegar al coronavirus es posible, pero entre tanto, los científicos también están trabajando en estrategias y sistemas de control temporales para, entre tanto, intentar hallar la manera idónea de frenar la propagación del contagio.
El confinamiento ha sido una de las fórmulas que ha demostrado ser efectiva en lo que se refiere a la contención y reducción del a transmisión. Tal como defiende un estudio del Imperial College de Londres, solo en Europa, de acuerdo al análisis de 11 países, hasta el momento las medidas de aislamiento habrían salvado ya más de 3 millones de vidas en el continente, mientras en España estiman unas 450.000.
El problema, no obstante, es que como las propias autoridades sanitarias advierten y los distintos gobiernos sostienen, no se puede vivir confinado tanto tiempo si la vacuna se sigue prolongando porque los cimientos sobre los cuales se sustenta cada país se vendrían abajo. Con todo paralizado, la economía terminaría por incrementar la precariedad provocando a su vez problemas que también afectarían a lo sanitario.
De este modo, pasados los periodos de aislamiento entendidos como pertinentes en cada país, ahora buena parte del mundo aborda sus procesos de desescalada desde el propósito de ir recuperando poco a poco, --y entre medidas de prevención, con el distanciamiento social, la higiene de manos y el uso de mascarillas como recomendaciones clave--, la denominada nueva normalidad y el tejido económico y productivo.
En este contexto es donde entran en juego medidas post-confinamiento como la denominada ‘inmunidad de escudo’.
Habida cuenta de que la llamada ‘inmunidad de rebaño’ está lejos de producirse en muchos países como el nuestro, donde tan solo un 5,2% según la última oleada del estudio de seroprevalencia ha generado anticuerpos frente a la COVID-19, es decir, inmunidad frente a la enfermedad provocada por el coronavirus, los expertos buscan otras soluciones. Para la inmunidad de rebaño se necesitaría una cifra superior al 60%. En esa situación, la mayoría de la población tendría defensas y la transmisión y el contagio, como consecuencia, sería mucho más bajo. Sin embargo, la mayoría de los países están muy lejos de poder llegar a ello y distintos epidemiólogos opinan que llevaría mucho tiempo alcanzarlo. Por eso, un estudio publicado por la revista Nature lo que propone es la denominada ‘inmunidad de escudo’, un planteamiento no exento de sus desventajas, pero que se plantea como una alternativa también en caso de rebrote para mantener la actividad intentando reducir la incidencia del virus en la población.
En este sentido, estableciendo como punto de partida que utilizar modelos basados en la limitación de la interacción humana es “a largo plazo es insostenible tanto social como económicamente”, lo que defienden y proponen los científicos implicados en el estudio es, precisamente, que sean las personas que hayan generado inmunidad las que en primer lugar desarrollen las “interacciones necesarias para el funcionamiento de bienes y servicios esenciales mientras se reduce la transmisión”.
De ese modo, sostienen los investigadores, que están encabezados por el equipo de Joshua Weitz, del Instituto de Tecnología de Atlanta, en Estados Unidos, esa ‘inmunidad escudo’ permitiría “reducir sustancialmente la duración y reducir la carga general” de un brote determinado, siendo además complementario y “sinérgico” con otras medidas como el distanciamiento social.
El problema principal de esta estrategia, no obstante, es que por definición está directamente supeditada a la realización masiva de test serológicos, es decir, los que detectan anticuerpos, y estas pruebas deben ser cuidadosamente valoradas habida cuenta de que, por un lado, no todos los test son iguales y no tienen la misma sensibilidad, y por otro, todavía existen infinidad de preguntas para las que no hay respuesta y consenso científico respecto a la inmunidad. Una de ellas atañe, por ejemplo a la duración: ¿Cuánto dura la inmunidad frente al coronavirus? La Organización Mundial de la Salud (OMS) recientemente, a través de la directora del Departamento de Salud Pública de Ambiente, María Neira, ha afirmado que podría durar entre seis y doce meses, pero solo se basa en la inmunidad que han generado virus de la misma familia, por lo que aún no existe una evidencia sólida y científica que así lo cirtifique.
“No lo sabemos, pero es cierto que en otros virus de la misma familia la inmunidad dura varios meses, por lo que cabe esperar que las personas que se han infectado por el nuevo coronavirus y han generado anticuerpos puedan tener inmunidad entre seis y doce meses”, ha dicho, literalmente.
Entre tanto, la medida que permanece al alcance de todos sigue siendo una: responsabilidad individual. Mantener la distancia de seguridad, usar mascarilla cuando no sea posible preservar dicha distancia y mantener una higiene personal tanto en el ámbito público como privado, manteniendo un correcto y frecuente lavado de manos, es una clave en materia de prevención fundamental.