Piensa mal y acertarás, dice el refranero español, pero hay personas que deciden darle la vuelta al mantra y por ser demasiado confiadas, acaban sufriendo en el amor, en la amistad y hasta en el trabajo. Son carne de cañón de traiciones, llegando a culparse a ellas mismas cuando quienes les han hecho daño son otras personas. Pero, ¿hasta qué punto son responsables por su ingenuidad?
La ingenuidad emocional está relacionada con la confianza hacia los demás y, como cualquier rasgo de la personalidad, no es algo bueno o malo por sí mismo. No podemos desconfiar injustamente de todos los que nos rodean, pero tampoco podemos poner la mano en el fuego por desconocidos o por alguien que en el pasado nos ha traicionado. Por lo tanto, es tan mala la suspicacia extrema como la sobreconfianza.
La tendencia a confiar demasiado en la gente se relaciona con lo que en psicología se conoce como sesgo de positividad, algo que nos afecta a todos en mayor o menor medida. Diversas investigaciones en el ámbito de la psicología social demostraron que las personas solemos evaluar a los demás de una forma positiva. Es decir, más amables, más divertidos, más inteligentes, más atractivos o, en general, mejores de lo que en realidad son. Este sesgo favorece las relaciones sociales por qué, si lo pensamos bien, quién querría conocer gente si pensase que todos son malas personas.
Al sesgo de positividad se suma el sesgo de figura y fondo, que es la tendencia a dar más importancia a los rasgos negativos de una persona, y a mantenerlos en el tiempo. En otras palabras, por norma general pensamos bien de la gente, pero en cuanto vemos alguna red flag nuestras alarmas saltan y empezamos a ver a esa persona como alguien peligroso o poco confiable, además nos cuesta cambiar esta percepción.
Los dos fenómenos que acabamos de describir son “lo esperable”, pero no siempre sucede así. Las personas suspicaces tienen un bajo sesgo de positividad y un alto sesgo de figura y fondo; ignoran lo positivo y en cuanto notan algo negativo –aunque no sea cierto– le ponen la cruz a esa persona. En cambio, las personas sobreconfiadas tienen un alto sesgo de positividad y un bajo sesgo de figura y fondo; solo se fijan en lo positivo e ignoran todas las red flags, aunque sean muy obvias.
Esther, de 28 años, siempre consideró la ingenuidad como una parte más de su personalidad, pero tras varios desengaños amorosos se planteó si era algo negativo. "Me abro demasiado con desconocidos y luego me llevo decepciones", nos relata. “Como que pienso que la relación es más seria de lo que en realidad es, o que la otra persona siente lo mismo que yo. Vivo el amor muy intensamente y estoy intentando aprender que cada uno tiene su ritmo y que igual que yo confío rápido, otros necesitan su tiempo. Lo que pasa es que me duele que me utilicen”, algo que según explica ha sucedido en más de una ocasión. “Mis dos últimas parejas me engañaron de una forma u otra y eso no se supera fácil”.
Para Jaime, de 23 años, la sobreconfianza aparece en el terreno de la amistad. “Quiero caer bien y sé que es un problema, porque por esa necesidad de gustar a la gente acabo contando cosas como muy íntimas. Al minuto pienso «Jaime, por qué has dicho eso» y me arrepiento”, confiesa a Yasss. Y aunque hasta ahora el joven no ha tenido ningún problema serio, sí que ha sido víctima de más de un malentendido. “Por decir algo pensando que es en confianza, hay gente que luego lo ha ido contando por ahí y yo no quería. Me acuerdo que me pasó con un problema de salud mental, que se enteró todo el mundo. Y en parte sé que la culpa es mía por decirlo sin pensar a gente que apenas conozco, pero luego me siento frustrado y decepcionado”.
En el caso de Daniela, de 25 años, una traición por parte de su ex y una amiga provocó que toda su confianza se transformase en suspicacia. “Me engañaron en mis narices mientras yo me creía todo lo que me decían, y después de eso cambió mi forma de ser”, comparte. “Me volví desconfiada y celosa, y todo lo tóxico que no quieres en una pareja yo lo tenía. Salí con un chico y acabó mal, sé que por mi culpa. Salí tan tocada de lo de mi ex y mi amiga que necesitaba saber constantemente dónde estaba, qué hacía y con quién. Le miraba el móvil y le montaba broncas. Fatal por mi parte, y tuve que ir al psicólogo. A día de hoy ya no soy así, pero me duele haber perdido mi ingenuidad y un poco mi inocencia”, reflexiona.
Seguro que te has preguntado si debes pedir ayuda profesional, si hay algo mal en ti o si debes cambiar, y la respuesta es no. Tu personalidad es única y no hay nada malo en ser ingenuo o ingenua. Sin embargo, sí que puede resultarte útil aprender a redirigir esa confianza hacia personas que sí merecen la pena. ¿Cómo?