Mª Ángeles Jové y Andrea Zambrano son muy conscientes de que su libro, El valor de cuidar (Paidós, 2022) puede generar una gran polémica. Cuando uno lee ‘Desterrar las violencias invisibles en la infancia’ -el subtítulo de su libro- puede pensar: “oh, qué interesante y qué necesario esto de desterrar las violencias invisibles en la infancia, yo también estoy completamente de acuerdo: hay que extirparlas inmediatamente”.
¿Y si le dijera que con toda probabilidad usted es también una de esas personas que ejerce violencias invisibles con sus hijos? Por ejemplo: el simple hecho de exigir obediencia a nuestros hijos es una forma de violencia.
“Hombre...violencia, violencia como tal... eso no es” podría usted pensar. Jové y Zambrano son valientes porque no se andan con contemplaciones. Aún a sabiendas de que pueden ser tildadas de exageradas y de alarmistas, se han lanzado a la aventura de llamar a las cosas por su nombre sabiendo que removerán más de una conciencia y probablemente reactivarán muchos conflictos internos.
“Detrás de nuestra manera de funcionar y de relacionarnos, especialmente con la infancia, hay mucha violencia”, explican las autoras. Son violencias invisibles porque están normalizadas, porque forman parte de un paradigma del que no somos ni siquiera conscientes. A nadie le gusta que le digan que con tal o cual comportamiento está ejerciendo violencia sobre sus hijos porque no los reconocemos como violencia… “pero si no las identificamos, si no les ponemos nombre, no nos responsabilizaremos de ellas y nos condenaremos a repetirlas de forma inconsciente, generando más violencia”, aseguran.
No crean que El valor de cuidar es un libro acusatorio que regaña y culpa a los padres y madres que ejercen violencias invisibles sobre sus hijos, en absoluto. Las autoras, cofundadoras de Educar es emocionar -una organización especializada en educación emocional para docentes, familias, niños y adolescentes- consiguen en este libro la proporción exacta de ingredientes; el equilibrio perfecto entre el ‘te explico por qué lo que estás haciendo es violencia invisible’ y el ‘te invito a que tomes conciencia, te des permiso para ser un ser humano imperfecto, cultives la autocompasión y te perdones por volver a caer en el patrón automático que tienes tan arraigado'. Porque, en el fondo, todos somos vícitimas de estas dinámicas.
Pregunta: En el libro acotáis el tema de la violencia invisible al ámbito de la infancia, pero de alguna manera queda implícito que la violencia está en todas partes, que forma parte de nuestro paradigma…
Andrea: En el fondo, lo que decimos en el libro, es que la violencia está en la infancia porque está en todos lados. La violencia no es solo con los niños. La sufrimos de niños y, de adultos, la seguimos tolerando. Pero el sistema es violento; esta manera en que hemos aprendido a relacionarnos es violenta en general y los niños pagan el pato.
Mª Ángeles: La violencia es la forma en que hemos aprendido a relacionarnos porque creemos que es la única forma posible de hacerlo. Ya nos hemos convencido de que no hay otra forma de hacerlo distinta. Estamos convencidos de que no se puede hacer de otra manera. Claro, si tenemos esta creencia, ya no intentamos hacerlo de otra manera. Estas frases típicas de que "es que el mundo es así, es que es lo que hay, las reglas son estas". Claro, es que, en el fondo, si no creemos otra cosa, no podemos crear otra distinta.
P: Estamos como abducidos por un patrón de comportamientos que nos arrastra, creyendo que las cosas se hacen así y que son correctas y no nos damos la oportunidad de confrontarlo…
Andrea: No sabemos diferenciar lo que es bueno para nosotros, lo que realmente nos cuida, de lo que es violento; lo que nos hace daño de lo que no; lo que es saludable y lo que es dañino. Y no lo sabemos diferenciar porque lo hemos recibido desde pequeños, hemos recibido este tipo de violencias “por nuestro propio bien”. Nos hemos insensibilizado a esto y, ahora, de adultos, lo seguimos tolerando sin darnos cuenta (…) Una parte del libro está escrita por esto, para saber diferenciar, para que la gente se dé cuenta de cuándo está siendo víctima de violencia o está ejerciendo violencia, no desde la culpa, no para culpabilizarte, sino para salir de esa rueda, para dejar de ser víctima y poder responder de otra manera, porque si no lo puedes nombrar, no sabes lo que está pasando y sigues siendo víctima de violencia (…) Es que...piensa lo tóxico que es recibir violencias -como dice Alice Miller- “por tu propio bien”…esto es lo que decimos a los niños. Les castigamos, les controlamos, les exigimos, les etiquetamos, les juzgamos, siempre “por su propio bien”. Y eso es tan disfuncional… es muy tóxico y muy loco.
Mª Ángeles: Como tenemos la creencia de que lo hacemos por su propio bien, pues entonces tenemos como el derecho a hacerlo y ‘punto pelota’. Y ya tenemos la justificación y nos quedamos como tranquilos si nos decimos: “no, no, es que esto es lo tengo que hacer, es mi obligación, es que lo tengo que educar, es que eso es educación, es mi deber, es mi obligación”
P: ¿A qué tipo de comportamientos os referís exactamente cuando habláis de violencias invisibles que ejercemos sobre los niños producto de esta falta de conciencia, de esta inercia?
Mª Ángeles: Ignorar, juzgar, invalidar, no legitimar una emoción, opinar cuando no se te pide opinar, no dar espacio, invadir, exigir, obligar…sometimiento, no empatizar, ignorar necesidades…
Andrea: Pedir obediencia: algo tan simple y tan común como pedir obediencia a los niños. Que los niños tienen que obedecer…eso para mí es una creencia superviolenta que los pone en un lugar de sumisión total donde no cuentan. Donde ellos no cuentan.
P: ¿Cuál es la alternativa entonces a todas estas conductas violentas hacia los niños que tenemos tan integradas?
Mª Ángeles: Cuidar…
Andrea: Dejar de juzgar. Porque la violencia tiene que ver con deshumanizar, cosificar, con no tener en cuenta que ese niño tiene unas necesidades y por eso hace lo que hace. Y si tú quieres corregir un comportamiento, primero conecta, conecta con lo que está sintiendo y necesitando y reconduce la conducta en base a eso. Es un poco abstracto…
P: Pues vamos a poner un ejemplo: un niño que coge una rabieta. ¿Qué proponéis hacer en ese caso si el niño no para de llorar y gritar y no responde a lo que le pedimos?
Andrea: Lo primero es conocer la naturaleza del niño. Porque si tú no tratas a los niños según su naturaleza ¡eso es violencia! Entonces, lo primero es saber que un niño de dos años no tiene recursos para calmase solo. Muchas veces, lo que estamos pidiendo a los niños son cosas que no nos pueden dar y encima les estamos castigando por ello. Un niño de dos años, claro que se desborda emocionalmente porque no puede hacer otra cosa, está aprendiendo a regularse y tienes que ser tú, como adulto, el que le enseñe. Es la heterorregulación, es saber cómo funciona. Lo primero es no esperar que no tenga rabietas; es aceptar que forman parte de su desarrollo y que las va a tener. Muchos padres nos preguntan ¿cómo puedo poner límites para frenar una rabieta? …¡es que no es un tema de límites esto!, es un tema de acompañamiento emocional, de saber que tu hijo es una persona humana con emociones, en desarrollo, inmaduro, vulnerable y te necesita a ti. Entonces, lo que tienes que hacer es acompañarle con la rabieta, sostenerle emocionalmente. Punto.
MªÁngeles: Es que, con esos años, todavía no tiene formado el cerebro, por lo tanto no puede autorregular, no puede auto-calmarse; tienes que enseñarle tú. ¿Cómo? Calmándote tú, mostrando calma tú. Lo que no puedes es tú también coger una rabieta -que es lo que hace el padre que le pide que se calle- porque, de esta manera, además lo está excitando más. Entonces tú, mostrando tu calma, puedes conseguir que se vaya calmando poco a poco. Estando calmado le vas contagiando tu calma y se va calmando.
Andrea: Y es dejar de juzgar…
MªÁngeles: Claro, porque a ese niño ya lo estás juzgando: “ya está cogiendo la rabieta” dices, y te lo tomas como algo personal, “ya me está fastidiando”…No, no es un ataque personal. Porque siempre que hay una emoción, es porque hay una necesidad que no está siendo satisfecha. El niño está cansado, tiene hambre, tiene sueño, no ha dormido bien, le han quitado un juguete, ha tenido un disgusto…¡vete tú a saber lo que le ha pasado! Es un niño que no tiene integrado su cerebro emocional y el cognitivo lo tiene todavía construyéndose…¡si es que hasta los veintitantos no queda totalmente construido! La parte ejecutiva del cerebro es que no se forma hasta esa edad… pero ¿dónde vamos?, ¡es que es nuestra ignorancia!, ¡es que no lo sabemos! El saber todo esto nos tendría que tranquilizar (…) Se trata de estar muy tranquilos y acompañarlos, porque tenemos la suerte de que las emociones son contagiosas. Esto quiere decir que, si yo consigo mantener la calma, pues entonces se puede contagiar esa calma. Si yo me excito ¿que voy a conseguir? que él se excite más, entonces yo me enfado más y el niño se pone peor, llora más, y yo me cabreo más y el niño se pone peor y acabamos como el rosario de la aurora, que es lo que suele pasar….
P: Imagino que estaréis familiarizadas con las críticas…¿qué decís a los padres que piensan que esta manera de educar es peligrosa porque es consentir al niño, no ponerle límites y dejarle hacer lo que le dé la gana?
Andrea: Pensar que la única forma de educar es con violencia, eso es lo verdaderamente peligroso. Eso es lo que está pasando, que pensamos que educar es castigar, es exigir…lo de la jerarquía que decimos ¿no? La jerarquía, mal entendida, es violencia, pero mal entendida. No estamos diciendo que los padres no tomen el mando ni tomen decisiones…
Mª Ángeles: ¡Es que la ausencia de límites también es violencia! Hay personas que piensan que la horizontalidad es ir de colega: no, perdona es que eso es violencia. Lo de la horizontalidad quiere decir que evidentemente hay jerarquía pero porque tú tienes más experiencia, porque -aunque eres imperfecto- tienes más experiencia, a veces tienes que tomar las decisiones por los dos porque eres su padre o su madre. Pero, evidentemente, como persona, tienes las mismas necesidades y tienes la misma dignidad y te mereces el mismo respeto que un niño, porque eres un ser humano igual que él. A eso se refiere la horizontalidad. No quiere decir que vayas de colega, porque entonces lo dejas solo, porque ¿dónde está su padre? o ¿dónde está su madre?…es lo que no entiende la gente. Por eso, las relaciones paternofiliales son jerárquicas y horizontales, son las dos cosas.
Andrea: La gente confunde educación con ordeno y mando, castigo, dureza…porque si no -dicen- “los niños luego salen que hacen lo que les da la gana o que no son resilientes”
P: Tratar de mantener a toda costa nuestro estatus de autoridad con respecto a nuestros hijos y no pedir perdón nunca por nuestros errores ¿es también una forma de violencia invisible?
Mª Ángeles: Yo creo que es una cuestión generacional, que es verdad la generación anterior pensaba un poco que esto era como perder el bastón de mando. No se pedía perdón a un hijo. Y yo en esto no estoy de acuerdo. Creo que pedir perdón es un acto de grandiosidad tan impresionante (…) Me acuerdo que una vez mi padre me pidió perdón y eso me impactó, porque no me lo había pedido nunca. Yo creo que sí se ha de pedir perdón. Pero él lo hizo una sola vez, y de mayor. Y yo lo hago continuamente… pero a mí, por ejemplo, mi madre nunca me pidió perdón por nada, nunca, porque se consideraba que los padres, por ser padres, no tenían que pedir perdón.
Andrea: Pero es que... ¿por qué por ser padre no puedes pedir perdón?. Eso es jerarquía mal entendida…
P: ¿Creéis que esto está cambiando un poco en las nuevas generaciones?
Mª Ángeles: En algunos casos está cambiando, sí, pero en otros se sigue manteniendo porque claro, todas estas creencias cuesta cambiarlas. El otro día me decía un papá, que pidió perdón a su hija y su padre le dijo ¿y por qué le pides perdón a tu hija?
Andrea: ¡Fíjate qué desprecio!
Mª Ángeles: Era una niña pequeña, como de 4 años…y miró a su hijo como diciendo ¿por qué le pides perdón?
Andrea: A esta. A esta mocosa…¡es tal deprecio! Eso son violencias invisibles…
Mª Ángeles: Pero es que está tan integrado…pero ¡ojo! que no lo hacía de mala fe…
Andrea: No, es que las violencias invisibles no se hacen de mala fe, se hacen sin querer, por eso las repetimos.
P: Incluso conociéndolas, incluso habiendo identificado esas formas de violencia invisibles, es posible que sigamos cayendo en ellas, pero vosotras insistís en que no debemos caer en el error de culpabilizarnos. ¿Permiso para ser padres imperfectos?
Mª Ángeles: Seamos primero muy compasivos con nosotros en el sentido de no juzgarnos. El juicio es la principal fuente de violencia hacia nosotros y hacia los demás. Entonces, seamos muy compasivos, no nos juzguemos y, una vez podamos salir de ese círculo tóxico, intentemos hacer las cosas de otra manera. Se trata de responder de una forma distinta y siempre que sean aprendizajes, siempre pasitos hacia delante, pasitos hacia delante y ya está y no pasa nada. Si fuéramos perfectos no enseñaríamos nada a nuestros hijos. El ser humano es perfectamente imperfecto y eso es una maravilla. Todos somos imperfectos, pero nuestros hijos no necesitan unos padres perfectos.
P: Esto de hacerlo mal... ¿os pasa incluso a vosotras?
Mª Ángeles: La frase típica de mis hijos y de mi marido ¿sabes cuál es? “Aplícate el cuento”…
Andrea: Es que nosotras decimos esto, pero nosotras también ejercemos violencia, o sea, que no nos salvamos, que esto lo decimos porque lo experimentamos.
P: En este caso, parece que lo importante es la intención…mantener siempre la intención de hacer las cosas de otra manera, aunque a veces no te salga como hubieras deseado.
Andrea: Es que en ese punto ya lo estás haciendo diferente, estás avanzando, te estás moviendo, no te estás enquistando en el patrón de siempre. A lo mejor intentas cambiar algo y no te sale como tú esperabas, pero no pasa nada, ya estás cambiando. A mí no siempre me sale bien. Hay días que estoy para no hacer nada de lo que digo (…) A veces nos pasan estas cosas y hay que permitírselo. No siempre te va a salir bien.
Mª Ángeles: A lo mejor te sale mal, pero creces igual (…) Yo lo sigo haciendo muchas veces mal, pero ahora no me cuesta reconocerlo. Antes eran puntos ciegos y ahora me doy cuenta y lo reparo. Eso es lo verdaderamente importante, yo creo.