La pandemia de COVID-19 avanza como una mancha de aceite superando ya los 10 millones de contagios en todo el mundo y ocasionando la muerte de casi cinco millones de personas en el momento de redactar estas líneas. Y sigue creciendo a un ritmo que no parece estar contenido. Las dudas y certezas sobre su origen y propagación son constantes y aunque los científicos tratan de desentrañar toda la verdad sobre él, aún hay muchas evidencias que siembran desconfianza en la comunidad internacional.
No hay duda de que la pandemia de coronavirus 2019, conocida de forma oficial como COVID-19 es una enfermedad respiratoria que puede transmitirse de persona a persona. Se trata de una dolencia nueva causada por un nuevo coronavirus, el SARS-CoV-2 que no se había visto previamente en humanos. Y hasta ahí. El resto son interrogantes que trataremos de aclarar.
Política y ciencia luchan por aclarar el origen de este virus. Los investigadores no dudan en situarlo en los murciélagos. Su paso a los humanos ya no está tan claro. El pangolín, un mamífero del que solo existen ocho especies (cuatro en Asia y otras cuatro en África) ha sido el primer y principal eslabón para explicar la evolución de esta zoonosis (enfermedad que da el salto de animales a humanos) aunque los científicos aún no han podido demostrar este vínculo que también cuenta con estudios que los desmienten. Tampoco faltan otros candidatos a este salto entre especies como es el caso de los visones.
La otra duda más importante sobre su origen es si este fue natural o producto de la investigación humana. Aquí tampoco hay ninguna evidencia clara. La comunidad científica choca contra el secretismo del Gobierno chino que siempre ha negado que el SARS-CoV-2 se hubiese desarrollado en un laboratorio de Wuham y un fallo hubiese ocasionado su liberación.
China y la OMS tratan de aclarar este origen pero los bulos y las contradicciones de los principales países que amenazan con investigaciones a los jerarcas chinos no permiten avanzar en este sentido. Las acusaciones directas y reiteradas del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, no son apoyadas por sus servicios secretos. El 'virus chino' como lo llama en dirigente norteamericano aún no tiene claro su certificado de nacimiento.
Y eso que hasta sus propios servicios de inteligencia han puesto en duda las afirmaciones de Trump al concluir que el coronavirus originado en la ciudad china de Wuhan "no fue fabricado por el ser humano o modificado genéticamente", por lo que las investigaciones se centran ahora en un origen animal o un posible "accidente" en un laboratorio.
La necesidad científica de conocer cómo surgió en virus y cómo pasó a los humanos es importante no solo para luchar contra esta pandemia sino también para estar mejor preparados para las siguientes.
Esta pregunta parece que tiene fácil respuesta: un hombre de 55 años de la provincia de Hubei (China) podría haber sido la primera persona en contraer el SARS-CoV-2 el 17 de noviembre de 2019, según publicó en marzo el diario South China Morning Post.
La importancia de este dato radica en que ponía en cuestión la verdad oficial del gobierno chino que afirmaba que el 31 de diciembre de 2019, la Comisión Municipal de Salud y Sanidad de Wuhan (en la provincia de Hubei) informó sobre un agrupamiento de 27 casos de neumonía de causa desconocida con inicio de síntomas el 8 de diciembre. También el resto del relato según el cual, el 7 de enero 2020, el gobierno chino reconoce la existencia del nuevo brote del coronavirus y, dos días más tarde, el 9, muere la primera persona por coronavirus, un dato que las autoridades del gigante asiático tardó dos días más en hacer oficial.
El secretismo de China no ha podido evitar que los investigadores occidentales hayan rastreado pistas que les han llevado a situar el inicio de la expansión del virus muchos meses antes de lo que afirman las fuentes oficiales chinas.
Las primeras evidencias de que el coronavirus estaba desbocado en China meses antes salen a la luz al conocerse que deportistas europeos enfermaron con síntomas similares al coronavirus tras participar entre el 18 y el 27 de octubre en los Juegos Mundiales Militares de la ciudad china de Wuhan.
Hay que seguir retrocediendo en el tiempo para encontrar el inicio de la pandemia tras conocerse un estudio elaborado por un grupo de investigadores del Harvard Medical School de Boston, Estados Unidos, EE. UU. que afirma que el SARS-CoV-2 podría haber circulado por la ciudad de Wuhan desde el pasado agosto de 2019. Su sugerencia llega tras el análisis de tres imágenes satélite de los aparcamientos en los hospitales de la ciudad china, además de las búsquedas en la Red sobre términos relacionados con los síntomas característicos del virus.
Otra de las herramientas usados para intentar ubicar en el tiempo la explosión del SARS-CoV-2 ha sido en análisis de las aguas fecales. A finales de abril conocíamos por Sébastien Wurtzer, virólogo de la empresa pública 'Eau de Paris' que desde hace tiempo son conscientes de que "las alcantarillas ofrecen datos de brotes casi en tiempo real, ya que constantemente recolectan heces y orina que pueden contener el coronavirus derramado por humanos infectados".
El análisis de estos residuos ha llevado a los investigadores de la Universidad de Barcelona en colaboración con los responsables de la empresa Aguas de Barcelona a afirmar que el coronavirus ya estaba en la ciudad condal el 12 de marzo de 2019, muchos meses antes de que se tuviera constancia de cualquier caso de la pandemia en el mundo.
Aunque el estudio ha sido puesto en duda, para especialistas como Albert Bosch, presidente de la Sociedad Española de Virología, "a los infectados de COVID-19 se les podría haber asignado erróneamente un diagnóstico de gripe en la atención primaria, contribuyendo a la transmisión comunitaria antes de que se tomaran medidas de salud pública".
Errores como este podrían explicar por qué la enfermedad ya estaba entre los ciudadanos europeos probablemente desde noviembre del año pasado, según el análisis las radiografías de los pulmones de 2500 pacientes, realizado por un equipo de investigadores de la ciudad de Colmar, en el noroeste de Francia.
Tras la revisión de estas pruebas, entre el 16 y el 18 de noviembre, es posible identificar en dos pacientes “algunas anormalidades en algunas partes de los pulmones” con una neumonía atípica que están observando ahora también en casos de personas positivas en COVID-19, según confirma ‘NBC News’.
Ante la falta de vacunas o tratamientos definitivos para luchar contra la pandemia de coronavirus, la sociedad tiene puestas sus esperanzas en alcanzar de forma individual o colectiva la inmunidad ante el SARS-CoV-2.
Una apuesta segura si no fuera porque cada nueva evidencia sobre el coronavirus nos devuelve mayores dudas. Los británicos fueron los primeros en ser sometidos a esta experiencia que trata de alcanzar una 'inmunidad de rebaño' para vencer a la pandemia.
Se trataría de retardar los contagios protegiendo a los más vulnerables (ancianos y enfermos crónicos) pero dejando que el coronavirus se propague por el resto de la población. El objetivo de esta segunda fase es que se infecte un número suficiente de personas como para adquirir inmunidad de rebaño.
El avance descontrolado de la enfermedad entre los británicos obligó a su primer ministro a alinearse con el resto de naciones y decretar el confinamiento de su población.
La carrera contrarreloj para conocer las características y el poder de este coronavirus no han logrado despejar la incógnita sobre si podemos inmunizarnos contra él.
Una investigación sobre anticuerpos presentes en la sangre humana realizada por científicos de la Universidad de Wuhan, China, y de la Universidad de Galveston, Texas, que analizó las muestras de numerosos profesionales sanitarios del hospital general de la ciudad de Wuhan, concluyó que las personas podrían no desarrollar nunca lnmunidad contra el coronavirus.
Según estos expertos, "es poco probable que las personas produzcan anticuerpos protectores duraderos contra este virus". En el momento de su publicación en medRxiv.org, el estudio esta pendiente de ser revisado por pares.
Hay cierto consenso entre los expertos sobre la necesidad de alcanzar un 50 % de contagios entre la población para lograr alcanzar esa inmunidad de grupo, pero los estudios de seroprevalencia realizados en varios países, entre ellos, España, indican que estamos aún muy lejos, en el 5 por ciento. Estos mismos expertos creen que haría falta un año para alcanzar ese ratio del 50 % teniendo en cuenta el ritmo actual de expansión de la enfermedad y aplicando algoritmos basados en pandemias anteriores.
Mientras se alcanza ese umbral, la atención está puesta en la inmunización individual. Y aquí tampoco está claro si se logra o no. Desde estudios de estudio de la Universidad de Medicina de Chongqing, en el suroeste de China, que afirma que el nivel de anticuerpos de la gran mayoría de un grupo analizado de contagiados disminuyó significativamente dos o tres meses después de la infección; a declaraciones públicas de responsables de la OMS como es el caso de la directora del Departamento de Salud Pública y de Ambiente, María Neira, quien asegura que la protección de los anticuerpos podría durar entre seis y 12 meses.
En el propio seno de la OMS, hay dudas de que esto pueda ser así. La doctora Maria Van Kerkhove, jefa de la unidad de enfermedades emergentes del organismo internacional explica el origen de esta incertidumbre al afirmar que "estas pruebas de anticuerpos podrán medir ese nivel de presencia serológica, pero eso no significa que alguien con anticuerpos sea inmune".
Lo que nos deja ante la evidencia científica reunida hasta el momento de de que una persona que ha contraído el coronavirus, se ha recuperado y ha generado anticuerpos esté protegida frente a una segunda infección. Una realidad que aleja la idea de crear un "pasaporte de inmunidad
Los esfuerzos ahora para derrotar al SARS-CoV-2 están centrados en el desarrollo de una vacuna contra este coronavirus. Por el momento se están desarrollando más de 135 vacunas en todo el mundo, (120 según la OMS) pero solo 20 han alcanzado ensayos en humanos, células o animales.
Según la Organización Mundial de la Salud, la vacuna contra la COVID-19 con más "terreno avanzado" es la que actualmente está desarrollando la farmacéutica AstraZeneca con la colaboración de la Universidad de Oxford.
La empresa, con sede en el Reino Unido, ha empezado ya a realizar pruebas clínicas con la idea de producir entre 300 y 400 millones de dosis a partir de finales de este año, en caso de tener éxito.
La lucha entre los científicos por el éxito es encarnizada por lo que supone de prestigio internacional y acceso a las dosis. Una muestra de ellos son los anuncios realizados en las últimas semanas en los que Rusia afirmaba que fabricará en septiembre una vacuna contra el coronavirus.
China también está es esta carrera. Su autoridades sanitarias han dado luz verde a las primeras pruebas en humanos de una posible vacuna contra el coronavirus desarrollada por la empresa Chongqing Zhifei Biological Products.
En Estados Unidos, una empresa privada lleva la delantera. Desde mediados de mayo, Moderna Therapeutics, ubicada en Masachusetts, ha probado en 45 seres humanos su vacuna experimental logrando generar anticuerpos tras inyectarles las primeras dosis. Se trata de una respuesta inmunitaria tan potente como la de los pacientes que han sufrido la enfermedad.
Los científicos españoles también están embarcados en líneas de investigación para hallar una cura contra la pandemia de COVID-19. Según declaraciones del presiente el Gobierno, Pedro Sánchez, en nuestro país hay diez equipos financiados por el Fondo COVID-19 que "se encuentran en la fase preclínica de proyectos que buscan la vacuna".
Pero desde el mundo de la investigación sobre vacunas también se lanzan señales de alerta sobre las consecuencias de acelerar los procesos de creación de un antídoto contra el SARS-CoV-2.
Se trata de estudios experimentales de infección en humanos, llamados ’ensayos clínicos de provocación’ para la investigación con vacunas (ECP, Human challenge trials for vaccine development, en inglés).
Estos trabajos investigan si una hipotética vacuna contra un agente causal de una infección concreta, administrada a voluntarios, los defiende frente a la posible infección cuando esta es provocada experimentalmente al exponerlos al microbio. Es decir, si los protege, no frente a la adquisición natural de la infección en sus condiciones de vida diaria, sino de una manera artificial bajo las condiciones de un experimento controlado. De ahí el término “provocación” o challenge.