Cuando un ser querido muere a causa de un suicidio, las emociones resultantes pueden ser tan abrumadoras que es necesario pedir ayuda profesional. Destaca sobre todo la culpa. Culpa por no haberlo visto venir, por no haber hecho algo por evitarlo, por no haber dado más de nosotros mismos. Pero, ¿es justo sentirnos así?
Cuando se habla del duelo tras la muerte de alguien, es habitual hacer mención a varias fases: la negación de lo ocurrido, la ira al darnos cuenta de que hemos perdido a un ser querido, la negociación con Dios, con la medicina o con nuestra forma de entender la espiritualidad, la depresión al ser conscientes de que la muerte es irreversible y, finalmente, la aceptación de lo sucedido. Sin embargo, hay otras emociones que se quedan en el tintero y que son tan o incluso más habituales que las que acabamos de mencionar.
La culpa, como explicábamos antes, es sin duda la emoción más intensa tras el fallecimiento de un ser querido por suicidio, y para Aitor, un joven de 27 años que perdió a su hermano en 2019, fue lo que más le hundió. “Cuando un hermano se muere es horrible, pero si la causa es un suicidio te destroza”, confiesa. “Es como si te quedases en un limbo de emociones. No sabes si estás triste por haberle perdido, enfadado con él por lo que ha hecho, enfadado contigo por no haber hecho tú nada para evitarlo… Y luego llega la culpa”.
“Yo pensaba que mi reacción era lógica. Sólo quería saber por qué lo había hecho. Me acuerdo que rebusqué en toda su habitación buscando una nota, su móvil, su ordenador, absolutamente todos los pendrives, cuadernos que llevaban años en el fondo del cajón. En el fondo albergaba la esperanza de encontrar una explicación, e intentar entender por qué mi hermano se suicidó fue lo que más daño me hizo”, reflexiona Aitor al recordar los meses posteriores a la pérdida de su hermano.
Al no encontrar ninguna nota de despedida ni aparente explicación, Aitor reconoce que se sintió muy culpable. “Me acuerdo pensar que cómo yo había sido tan mal hermano. Estaba convencido de que si él no se había querido despedir de mí, era porque yo había hecho algo mal. No haberme dado cuenta de que estaba tan mal, no haber mediado con mis padres para que se esforzasen más o no haberle obligado a pedir ayuda. Y lo que más me dolía era que en más de una ocasión yo pensé que esto podía pasar. Sospechaba que él estaba muy mal, pero me daba miedo preguntarle si quería suicidarse por si no lo había pensado y yo le metía la idea en la cabeza. Ojalá haberlo hecho, porque igual lo habría hablado y seguiría vivo”.
Lo que vivió Aitor es algo muy frecuente en los seres queridos de una persona que muere por suicidio, y algunos expertos lo han denominado como la culpa de los supervivientes.
La función de esta culpa no es otra que aferrarnos al fallecido, aunque sea a base del sufrimiento. Al pensar constantemente en lo que podíamos haber hecho, sentimos más cerca a esa persona que ya no está, pero no nos damos cuenta de que hay otras formas menos dolorosas de mantener su memoria viva.
Por otro lado, esta culpa no es justa ni racional, y es que el suicidio es un fenómeno multicausal. En otras palabras, está influenciado por muchos factores, pero tendemos a pensar que somos nosotros los únicos responsables y los únicos que podían haberlo evitado de haberse dado cuenta antes.
Los reproches en forma de “y si” son, como vemos, una consecuencia del dolor que no refleja la realidad. Pensar en lo que podrías haber dicho o en lo que no deberías haber dicho no sólo no te va a ayudar ni traer de vuelta a esa persona, sino que va a provocar que juzgues tu relación de una forma totalmente distorsionada. Te creerás mal hermano, mal hijo, mal padre, mal novio, mal amigo, y no es así.
Pero, ¿se supera esta culpa? Se aprende a vivir con ella transformándola en una emoción constructiva y no autodestructiva. La culpa se convierte en una señal de alerta sobre lo duro que puede ser el sufrimiento y sobre la importancia de cuidar nuestra salud mental y la de quienes nos rodean. Eso sí, para lograrlo es necesario en muchos casos apoyo profesional y: