Carolina tenía 13 años cuando pensó en suicidarse por primera vez. No dijo nada a sus padres ni a sus amigas, y durante más de una década convivió con ese tipo de pensamientos que le asaltaban prácticamente a diario.
Con 25 años, en una cena de amigos y conocidos, un chico al que acababa de conocer confesó haberse intentado quitar la vida en dos ocasiones, lidiando con la depresión y con las conductas autolesivas durante meses. En ese momento Carolina sintió que un peso se quitaba de encima y, por primera vez en su vida, dijo en voz alta la frase “yo me quise suicidar”.
Su historia no es la única, ya que más de 200 personas intentan quitarse la vida a diario en el país, siendo la cifra de personas que simplemente piensan en el suicidio desconocida y probablemente abrumadora. Y al desconocimiento se suma un enemigo muy poderoso: el estigma. Hablar del suicidio puede incomodar o asustar, pero los expertos tienen claro que salva vidas.
Ahora que al fin estamos viendo la luz al final del túnel tras un año y medio marcado por el coronavirus es cuando comenzamos a ver las secuelas de la pandemia. Ya se vaticinaba que el impacto del confinamiento en nuestra salud mental iba a ser colosal, y los datos han confirmado esta hipótesis.
Ya en junio, el Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona alertó que los ingresos por intentos de suicidio se habían quintuplicado en población joven, y desde la Asociación del Teléfono de la Esperanza informaron un incremento del 22% en el volumen de llamadas de personas en estado crítico.
A este clima de malestar psicológico se suma un nuevo dato más proporcionado por la Fundación Española para la Prevención del Suicidio: por primera vez en la historia, el suicidio es la primera causa de muerte en personas de entre 15 y 29 años, detectándose también un agravamiento de los trastornos de la conducta alimentaria, ansiedad, depresión y trastorno obsesivo compulsivo.
“Hablar de quitarme la vida me la salvó”, asegura Sergio, de 23 años. “Lo hice en Twitter desde una cuenta anónima porque no me atrevía a decírselo ni a mi pareja ni a mis amigos ni mucho menos a mis padres, y el simple hecho de saber que otras personas pensaban lo mismo me hizo sentir menos solo”.
“Los pensamientos suicidas son un gran lastre”, explica Sergio a Yasss. “Te levantas, lo planeas o solo fantaseas con dejar de estar y no sufrir más. Y después, cuando estás mejor, te sientes muy culpable por pensar eso”, reflexionando finalmente que el suicidio es una decisión permanente para problemas que son en su mayoría pasajeros.
Históricamente se pensaba que hablar del suicidio en los medios de comunicación provocaba un efecto llamada, es decir, que inducía a aquellos lectores con malestar psicológico a imitar a la víctima. Por eso las noticias sobre suicidio o bien nunca salían a la luz, o bien se deformaba la realidad en un intento de proteger a la población.
Con los años, los expertos han señalado que la visibilización del suicidio en los medios de comunicación es fundamental, pero siempre y cuando se cumplan unos requisitos:
Más allá de los medios de comunicación, es importante crear entornos en los que hablar del suicidio no sea un tabú. Por ejemplo, en nuestro grupo de amigos, con nuestra pareja o en el contexto familiar.
Estos consejos no son milagrosos, pero si suponen un buen punto de partida para apoyar a las personas que en un momento de su vida han valorado el suicidio.
Poder hablar de ello con libertad, saber que otras personas también se han sentido así, y eliminar poco a poco la creencia de que “no es para tanto”, que “son una carga” o que “el sufrimiento ya se pasará solo” es la mejor forma de prevenir el suicidio.