Todos los días puede oírse en las noticias el número de personas infectadas de SARS-CoV-2, algunas asintomáticas y otras que padecen COVID-19. Tan acostumbrados empezamos a estar que llegamos a insensibilizarnos y obviamos que, detrás de los números, hay personas. Pero es que, además, esas cifras tienen implicaciones importantes para las actuaciones que se deben tomar.
Los indicadores que se suelen utilizar son o bien números absolutos o bien incidencias acumuladas (IA) –los “famosos” 500–. Los primeros se refieren a todos los casos desde el primer momento de la pandemia y no reflejan la evolución en el tiempo. Sobre todo, les falta la dimensión poblacional, ya que no se acompañan del tamaño de la población específica de la que provienen.
El segundo indicador, la IA, nos indica el cambio (los nuevos casos) que se produce en el tiempo. La IA suele referirse a los últimos 7 o 14 días, haciendo, además, referencia a una población concreta (100 000 habitantes).
Pero ninguno de los dos mide, realmente, la carga de la enfermedad. Para ello debe utilizarse la prevalencia, un indicador que sí que revela cuántas personas enfermas hay con una perspectiva poblacional. Si se habla de seroprevalencia, entonces no sólo se tiene en cuenta a las personas que han tenido o tienen síntomas, sino también a las que han desarrollado anticuerpos contra el SARS-CoV-2.
En España se puso en marcha el estudio nacional de seroprevalencia, ENE-COVID. Ya ha realizado tres sucesivas oleadas de seguimiento de datos y, por el momento, ha documentado una seroprevalencia del 5% de la población española. También ha puesto de manifiesto que un tercio de las personas con anticuerpos contra el SARS-CoV-2 no han tenido síntomas. Además, el estudio sacó a relucir una heterogeneidad geográfica importante, con una prevalencia más elevada en la provincia de Madrid y las colindantes (10%) que en las provincias costeras (inferior al 3%).
Si consideramos la población española registrada por el Instituto Nacional de Estadística (INE), un 5% corresponde a más de 2.300.000 personas. Que serían las afectadas por el virus –no todas al mismo tiempo– antes del verano. Habida cuenta de que se estima que la prevalencia para considerar que se puede hablar de inmunidad de grupo oscila en una horquilla que va desde el 20% al 60%, se está muy lejos en España de haberla alcanzado en la fecha del estudio.
Tomemos ahora las cifras de casos confirmados en España, más de 900 000 a fecha de hoy, y supongamos que esos fueran los sintomáticos –algo que ahora sabemos que no es así–. Significaría que, según los resultados de ENE-COVID, serían solo dos tercios de los casos existentes. Por lo que se deberían sumar casi 300 000 casos más, elevando la cifra de personas ya afectadas por el virus a 1 200 000. Ni aunque se hubieran triplicado estas cifras se estaría cerca de haber alcanzado el umbral de la inmunidad de grupo.
En la ciudad brasileña de Manaos se publicó, en un artículo científico todavía sin revisar por pares, que existe una seroprevalencia de entre el 44% y el 66% de la población. Este hecho se ha relacionado con haber alcanzado, en esa ciudad, una menor transmisión del virus en los meses de verano. ¿Inmunidad de grupo entonces? Está en duda. Porque parece que ahora se está viviendo allí un nuevo incremento.
Por otro lado, estudios recientes efectuados en Brasil comunican una seroprevalencia en ciudades del país entre el 0% y el 25,4%. Mencionan, eso sí, que la ribera del Amazonas, donde se encuentra Manaos, presenta las más altas cifras. Las dificultades deben ser incuestionables. Casos como el de Manaos representan un ejemplo de lo difícil que resulta disponer de cifras incuestionables, algo que a muchos les extraña.
La identificación de casos requiere la realización de una prueba diagnóstica y una indicación para hacerla marcada en un protocolo (de vigilancia o de estudio). Si no se realiza la prueba, no hay caso. El retraso en la notificación que puede producirse. Cuantos más casos hay, más sobrecarga se produce en todos los puntos (identificación de casos y contactos, validación, notificación, análisis…) del sistema encargado de la vigilancia. Que, para colmo, está mermado en recursos y agotado tras meses de sobreesfuerzo, lo que propicia retrasos en la comunicación de los datos. Los objetivos para efectuar las mediciones son heterogénos. No es igual tener como objetivo la vigilancia para la actuación inmediata en salud pública, que la realización de un estudio (aunque sea de seroprevalencia).
Se utilizan medidas diferentes. Y cada medida (número absoluto, IA, prevalencia) tiene una finalidad y una interpretación.¡ Tener en cuenta estos aspectos es crucial para interpretar correctamente los indicadores. La vigilancia en salud pública, aunque algunos parecen pensar lo contrario, no es una tarea fácil, ni inmediata, y requiere formación y experiencia.
Disponer de un número total de personas afectadas es importante, pero el objetivo no puede ser sólo el de conocer lo cerca, o lejos, que se está de alcanzar la inmunidad de grupo. Recientemente, además, se ha argumentado lo inapropiado de basar la estrategia ante la pandemia en tratar de alcanzar ese umbral de inmunidad. Hay que considerar diversos indicadores, y no solo uno, para conocer la situación y las actuaciones a ejecutar. Téngase en cuenta