Quizás una de las mejores herramientas mentales con las que puedas dotarte es la resiliencia: esa capacidad para hacer frente a la adversidad, a los cambios, a las circunstancias negativas... sacando lo mejor de ellas y siguiendo tu camino con la lección aprendida. Las personas resilientes no se enredan en sus problemas y, de hecho, tienden a no abusar de este concepto. No suelen sentirse víctimas, ni consideran que tengan mala suerte: simplemente saben que, a lo largo de sus vidas, tendrán que hacer frente a circunstancias difíciles, y que la mejor forma de superarlas es afrontándolas de forma consciente y positiva. ¿Qué es la resiliencia y cuál es su definición? ¿Cómo puedes ser una persona más resiliente?
Existen distintas definiciones para el término ‘resiliencia' pero, en general, se habla de ella para referirnos a la capacidad de los seres humanos para adaptarse positivamente a las situaciones adversas. Hay psicólogos que se refieren a ella en cuanto a capacidad de tener éxito de modo aceptable para la sociedad a pesar de un estrés o de una adversidad que implica normalmente un grave riesgo de resultados negativos. También se define como un proceso de competitividad donde la persona debe adaptarse positivamente a las situaciones adversas.
El origen etimológico de la palabra resiliencia se encuentra en el latín (resilio, "volver atrás, volver de un salto, resaltar, rebotar”) y se utiliza para hacer referencia a personas que, a pesar de sufrir situaciones estresantes, no se ven afectadas por ellas. Esta idea guarda un importante paralelismo con la aplicación de este concepto al mundo de la ingeniería: un material, como una persona, es resiliente cuando no se ‘deforma', cuando es capaz de volver a su forma inicial a pesar de los golpes y esfuerzos que se ejerzan en su contra.
Así desde la neurociencia se considera que las personas más resilientes presentan un mayor equilibrio emocional frente a las situaciones de estrés y soportan mejor la presión. Esta característica les da un mayor control ante situaciones complejas, así como una mayor capacidad de respuesta ante ellas.
Situaciones que pueden poner a prueba nuestra resiliencia son los duelos por la pérdida de un ser querido, un despido, una ruptura sentimental, una situación de maltrato o abuso físico o psicológico, la pérdida de un amigo, un cambio drástico en nuestra vida (de domicilio, de ciudad, de país)... De otro lado, las personas menos resilientes pueden experimentar altos niveles de ansiedad ante situaciones cotidianas que normalmente no generan estrés.
La resiliencia no tiene tanto que ver con la idea de resistir como con la de encajar los vaivenes y sobreponerse. La persona resiliente no es más capaz de acumular carga que el resto, sino que se libera de ella con mayor facilidad.
Los expertos aseguran que la resiliencia tiene un importante componente social y educacional: algunas personas sencillamente han aprendido a hacer frente a la adversidad de forma más eficiente que otras. También se habla de un componente innato: hay individuos que muestran esta capacidad a pesar de no haber trabajado conscientemente en ella.
Del mismo modo, personas que no están acostumbradas a hacer frente a adversidades en sus vidas pueden generar respuestas menos eficaces cuando esto finalmente ocurre y, al contrario, quienes se han enfrentado a entornos desfavorables con frecuencia pueden haber desarrollado mecanismos más eficaces para hacerles frente, pero la realidad nos muestra que puede ocurrir exactamente lo contrario con la misma frecuencia. En general, es difícil comprender cómo nace la resiliencia, y se habla de la interacción dinámica entre múltiples factores de riesgo y factores resilientes, que pueden ser familiares, bioquímicos, fisiológicos, cognitivos, afectivos, biográficos, socioeconómicos, sociales y/o culturales.
Lo bueno es que, observando la forma de actuar de las personas resilientes, es posible imitar aspectos de su conducta e intentar añadir esas pautas a nuestro protocolo de actuación en caso de enfrentarnos a una circunstancia desfavorable. Lo más importante es no sentirse víctima (el concepto de víctima es, por definición, pasivo), no abrumarse ante situaciones complejas y huir de vías de escapismo poco saludables. Además, hay que recordar que la persona resiliente lo es en relación a su pertenencia a un tejido social: será capaz de apoyarse en él, de pedir ayuda y de comunicarse con claridad. Este componente es clave en la resiliencia.
Estos son algunos consejos para ser más resilientes: