El suicidio de la actriz Verónica Forqué ha consternado a la sociedad española y es que, aunque cada vez se habla más de salud mental, todavía quedan extensas lagunas en lo que a su abordaje se refiere. Es necesario crear medidas preventivas para identificar las señales de riesgo del suicidio, pero también es necesario aumentar la atención a posteriori, es decir, los cuidados hacia los supervivientes.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), cada año se suicidan cerca de 700.000 personas en el mundo. Los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), revelan que es la primera causa de muerte por motivos externos en España, con 3.539 fallecimientos al año y más de diez muertes al día por este motivo.
Además, existe aún un tabú en torno al suicidio, como el falso efecto llamada que se genera al hablar públicamente sobre el tema, y eso genera falsas creencias o mitos que pueden poner más difícil la superación de una muerte de estas características.
Cuando una persona se quita la vida, es habitual que quede un vacío en sus familiares, amigos, pareja o allegados. A este grupo de personas se les suele llamar supervivientes.
Tras un suicidio, la adaptación y asimilación de la perdida puede ser muy difícil. No es un duelo convencional por la muerte de una persona, sino un proceso con unas características únicas y a veces más complejas.
Durante este duelo los supervivientes pueden cometer una serie de errores que aumentan la culpabilidad y el sufrimiento:
Estos tres errores tan habituales dan lugar a una culpabilidad muy grande en los supervivientes, pero también a una estigmatización social que empeora el afrontamiento de lo sucedido.
Nadie está preparado para que le den la noticia de que un allegado se ha suicidado. Da igual si era nuestra pareja, madre, hermano, tío, abuelo o amigo. Es algo que nos duele, que nos paraliza y que nos cambia.
No hay una forma única de gestionar este duelo, pero sí algunas recomendaciones para vivirlo de la forma menos dañina posible.
En ese momento es muy importante entender que todas las reacciones son normales porque la situación es anormal.
Es común quedarse en shock, bloquearse y no llorar o no sentir dolor, sentir rabia con la persona que se ha suicidado, culparse a uno mismo, experimentar un vacío inmenso, avergonzarnos, o entrar en un bucle de pensamientos autodestructivos.
Otra reacción muy frecuente es la incredulidad. Para los supervivientes resulta muy difícil aceptar que esa persona se ha suicidado, incluso cuando había intentos previos. En consecuencia, se niega lo ocurrido porque la culpabilidad nos bloquea. No te presiones a ti mismo ni presiones a un superviviente si esto ocurre, es normal.
Al igual que hay ciertas emociones más comunes, también hay conductas habituales. Por ejemplo, sentir opresión en el pecho, necesitar gritar, estar más agitado, tener problemas para dormir, perder el apetito, sentir dolores en el cuerpo, experimentar hipersensibilidad al ruido, a la música o a las voces de la gente, o notarnos faltos de energía.
Es normal experimentarlas, pero no van a durar siempre, y si se mantienen en el tiempo conviene pedir ayuda profesional.
Los supervivientes de un suicidio pueden experimentar con más facilidad depresión, ansiedad, fobia social, ansiedad por enfermar, trastornos del sueño, trastorno de la conducta alimentaria y pensamientos suicidas.
Si detectas algún problema psicológico por pequeño que sea, pide ayuda a alguien de confianza, un psicólogo o grupos de ayuda mutua. No lo vivas en soledad y no esperes a que pase el tiempo, ya que se puede agravar.
El suicidio es una situación muy complicada y es normal necesitar un psicólogo para entender y afrontar lo ocurrido.
Muchos supervivientes prefieren no ir al psicólogo porque creen que es traicionar al fallecido. Es decir, que pedir ayuda significa dar un paso hacia adelante o intentar superar lo ocurrido, y que no deben hacerlo porque tienen sufrir, ya que la situación lo merece.
Recuerda que superar el duelo no es olvidar, es aprender a vivir con lo ocurrido. Reír, volver a disfrutar de la vida y sentirte mejor no es algo que te haga mala persona.
Tras el suicidio aparecen los porqués. ¿Por qué se suicidó? ¿Por qué no me di cuenta de algo iba mal? ¿Por qué no confió en mí y me pidió ayuda? ¿Por qué nadie más hizo nada? ¿Por qué no pensó en mí antes de hacerlo? ¿Por qué no quedé con él ese día?
Otra conducta que surge para explicar el suicidio es la revisión obsesiva. Releemos conversaciones, rebuscamos en sus cosas, miramos sus redes sociales… Analizamos absolutamente todo en busca de una explicación.
Este tipo de pensamientos y conductas añaden mucha culpa y no conducen a nada, ya que nunca sabremos las razones exactas porque el suicidio es, como hemos visto, multicausal.
Para acallar el dolor es muy habitual recurrir a comportamientos autodestructivos como el consumo de alcohol o drogas, las conductas temerarias, las autolesiones, los atracones y conductas purgativas con la comida, etc.
Este tipo de dinámicas surgen porque nos sentimos culpables y pensamos que merecemos dolor, pero no nos basta con el dolor psicológico que sentimos de por sí, también necesitamos ese dolor externo que nos proporcionan las drogas, automutilarnos o vomitar. No es saludable, no te lo mereces y no puedes seguir así eternamente. Pide ayuda si identificas alguna de estas conductas.
La aceptación del duelo implica recolocar a esa persona en nuestra vida. Es decir, aprender a vivir con su muerte. No es olvidar, como ya hemos dicho, es seguir adelante teniéndole presente.
Para lograrlo es importante centrarnos en los recuerdos de su vida, aunque al principio nos ponga triste, y no en lo que rodea a su muerte.
Puedes hablar con gente para recordar anécdotas entre todos, revisar fotos antiguas y reconstruir vuestra historia a través de la memoria.
El primer año sin la persona es sin duda el más duro, ya que tenemos que vivir situaciones nuevas y muy dolorosas como el primer cumpleaños sin él o ella, la primera Navidad, las primeras vacaciones, etc. Este tipo de fechas nos recuerdan que ya no está y pueden provocar una falsa sensación de que retrocedemos en la superación del duelo. Los avances están ahí, pero hay momentos en los que es normal sentirse superado.
No debes dejar de celebrar estas fechas para evitar sentirte mal. Lo que sí puedes es cambiar la forma en la que las vives inventándote rituales nuevos que te hagan sentir más cómodo. Por ejemplo, escribir una carta a la persona, comprar una bola de Navidad en su recuerdo, llevar una foto suya allá dónde viajes, etc.
Cada superviviente tiene una forma de superar el duelo y es muy habitual que se cree un clima de silencio en la familia o en el grupo de amigos. Ese silencio nos hace sufrir más porque nos sentimos solos, no hay nadie con quién compartir lo ocurrido y si lo hay, son personas ajenas al grupo que a menudo no entienden del todo la situación.
Encuentra en tu familia o en tu grupo de amigos a personas con las que puedas hablar, desahogarte y escucharlas. Respetad vuestros tiempos, pero compartid vuestros sentimientos.
Recuerda que no hablar del fallecido por miedo a los recuerdos no disminuye el dolor, solo alarga la culpa.
Ni puedes ni debes prohibirte estar bien y rodeada de gente que te quiere. Es sano para ti pasar tiempo con otras personas que te ayudan a distraerte haciendo cosas diferentes a tu rutina, que te dejan expresar tus emociones, o que te hacen sentir querido o querida.
Si tienes pensamientos suicidas o si has perdido a alguien por suicidio y estás pasándolo mal, estos son algunos medios de ayuda:
Teléfono de la esperanza: 717 033 717
Fundación Española para la Prevención del Suicidio https://www.prevensuic.org/
Fundación Anar (Ayuda a niños y adolescentes en riesgo): 900 202 010