Nuria, estudiante de arquitectura de 19 años, tiene claro que sus padres son tóxicos. Toda su infancia ha estado marcada por el chantaje emocional, lo que ha condicionado a su autoestima hasta el día de hoy. “Mi padre me daba clases de matemáticas”, recuerda, “y si algo no me salía me gritaba y me decía que cómo podía ser tan gilipollas”. Gritos, insultos y el silencio como castigo cuando Nuria hacía algo mal. Esa fue su infancia y adolescencia.
“Mi madre o hacía como que no pasaba nada, o me decía que eran exageraciones mías. Me han hecho luz de gas desde que tengo uso de razón”, relata la joven malagueña. “Con 16 años estaba muy mal, pero no querían que fuese al psicólogo porque decían que no lo necesitaba. Hablaba con la madre de un amigo que es psicóloga y me ayudaba como podía, pero habría necesitado terapia”.
Al comenzar la universidad, Nuria tomó la decisión de estudiar lejos de casa y trabajar para poder depender de sus padres lo menos posible. Apenas se ven, pero el chantaje emocional no ha cesado. “No voy a casa porque sé que vamos a discutir, me llamarán desagradecida, me dirán que entenderé todo lo que ellos han hecho por mí cuando sea madre y las mismas frases de siempre. Por eso pongo excusas, digo que tengo que trabajar o cosas de la universidad y evito verlos. El año pasado les dije que tenía que aislarme en Navidad porque creía que tenía Covid. Era mentira, simplemente no quería verles”, confiesa.
En los últimos años se ha popularizado el concepto “toxico” para referirnos a relaciones marcadas por la manipulación, la posesividad, el control o la incertidumbre. Normalmente pensamos que este tipo de dinámicas son exclusivas de la pareja, pero, ¿qué ocurre cuando se producen en el contexto familiar?
Las relaciones paternofiliales tóxicas son tan habituales como dañinas, ya que crecer en un entorno invalidante puede afectar a nuestra autoestima, nuestra forma de socializar, nuestra manera de gestionar las emociones y, en definitiva, a toda nuestra salud mental. Por eso es tan importante aprender a identificar esas red flags que indican que nuestros padres están tratándonos de forma injusta.
Esto es muy difícil detectar que algo va mal, ya que desde pequeños aprendemos que nuestros padres son quienes nos protegen. ¿Cómo nos van a hacer daño? En muchos casos de forma inconsciente y, sobre todo, basándose en una creencia: que los hijos son propiedad.
Pese a que nuestros padres nos hayan proporcionado un hogar, alimento y una educación, eso no nos convierte en siervos, esclavos o propiedad de ellos. Un niño es una persona autónoma, incluso cuando depende de sus padres física, psicológica, social o económicamente.
El primer paso para frenar una dinámica familiar tóxica es aprender a identificar las red flags o señales de que la relación con tus padres es dañina:
Si bien estos son solo diez ejemplos, pueden existir muchas más conductas tóxicas. Es importante que las anotes para tener claro qué conductas te hacen daño y no estás dispuesto a tolerar.
El siguiente paso es actuar de forma asertiva cuando aparezcan las red flags.
La asertividad es una habilidad personal que nos permite expresar nuestros sentimientos, deseos, opiniones, pensamientos y derechos. En otras palabras, implica saber cómo merecemos que nos traten y defenderlo.
Ser asertivo implica:
A veces actuar de forma asertiva no es suficiente. Los padres siguen cruzando los límites, manipulando y minando la autoestima de sus hijos. En ese momento debes pensar si tolerarías eso en otra relación.
¿Qué harías si eso lo hiciese un amigo? Probablemente no quedarías con él. ¿Y si fuese una pareja? En algún momento cortaríais. ¿Y si se tratase de un compañero de trabajo o tu jefe? Tras aguantar durante meses acabarías pidiendo la baja o buscando otro empleo. Entonces, ¿por qué pasas por alto una y otra vez la conducta de tus padres?
Cortar de raíz la relación con los padres no es fácil, pero sí que es posible alejarnos para proteger nuestra salud mental.