Hay situaciones que pueden resultar paradójicas, pero que son fruto del día a día. Por ejemplo, un especialista en neumología fumando en la puerta del hospital, un cardiólogo con el colesterol por las nubes o un psicólogo que sufre problemas mentales. Para muchas personas esta incongruencia implica falta de profesionalidad, pero yo lo resumo en dos palabras: somos humanos.
Mi nombre es Marina Pinilla, soy psicóloga y escribo también en Yasss. Como la mayoría de mis compañeros, he vivido una relación de amor-odio con la profesión. Amor cuando abres un libro y te apasiona aprender y odio cuando descubres que en la sección de “psicología” de una biblioteca hay más libros sobre el tarot que sobre ciencia. Amor cuando tienes a tu primer paciente delante y odio cuando sales de la consulta y el pensamiento “¿Lo habré hecho bien?” te tortura durante días. Amor cuando alguien que está sufriendo pide ayuda profesional y odio cuando millones de personas no saben que hay psicólogos en la Sanidad Pública. Amor cuando das un alta y odio cuando te piden consejos gratis a través de Instagram. En otras palabras: no es fácil dedicarse a esto, pero la vocación manda.
Los psicólogos aprendemos durante años a explicar y predecir la conducta humana. ¿Por qué actuamos como actuamos? ¿Cómo nos influye lo que nos rodea? Descubrimos que el castigo de niños influye en cómo somos de adultos, que la falta de refuerzos puede derivar en depresión y que el sufrimiento no es tan sencillo como un “venga, anímate”. Nos formamos. Practicamos. Escuchamos. Y, aun así, a veces vivimos situaciones que a nosotros mismos nos desbordan, como por ejemplo una pandemia mundial.
Nacho Coller, psicólogo y docente, contaba en el podcast ‘Las perras de Pavlov’ cómo había sufrido depresión mientras impartía un módulo de depresión a sus alumnos. “Yo tenía mucha vergüenza. El autoengaño de ‘venga, yo podré’ te lleva a confundirte, y lo que más me salvó fue mostrar mi vulnerabilidad”, reflexionaba el divulgador en relación con el estigma que sufren los psicólogos que padecen un trastorno mental. “En el momento en el que hice público y salí del armario de la depresión, me quité un lastre de encima”. Su caso no es el único, y es que ser psicólogo no es un escudo mágico que te protege del sufrimiento o de los trastornos mentales.
Para Ana Domínguez, psicóloga sanitaria, la gota que colmó el vaso llegó con la pandemia. “Recuerdo que en abril, hubo una semana en la que no me paraba de sonar el teléfono. Todo eran pacientes, y cuando se lo conté a mis amigas me dijeron que no me quejase, que por lo menos no me faltaba el trabajo”, comparte con Yasss. “He tenido una sobrecarga de trabajo bestial justo en un momento en el que yo también lo estaba pasando mal, como todos. Me sentía sola, con una ansiedad que me ha hecho adelgazar quince quilos, y con un nudo en el pecho horrible. Y mientras estaba así, ayudaba a otras personas. Eso te hace sentir un poco como una impostora”.
Pablo Coca, ilustrador y psicólogo más conocido por Occimorons, incluso lanzó una campaña llamada #YoDoyLaCara en noviembre de 2020 para visibilizar los problemas de salud mental. “No puede ser que vuelvan a silenciarnos, que vuelvan a decirnos que no hay recursos, que no hay dinero para invertir en salud mental, en una atención pública y de calidad, cuando es un derecho de todos y de todas”, explicaba en su cuenta de Instagram. “Doy la cara por mí, porque yo también tengo problemas de ansiedad. Hay veces en las que uno no puede más. No puedo más y necesito pedir ayuda”. Miles de personas apoyaron sus mensajes y fueron muchos los psicólogos que se unieron a su lucha.
Pese a tener un centenar de libros, años de experiencia y conocimientos sobre terapias, tratamientos y técnicas eficaces, los psicólogos también necesitamos ayuda externa.
Cuando el coronavirus llegó a nuestra vida, tardamos poco en anticipar sus consecuencias psicológicas. El miedo a enfermar y la soledad del confinamiento provocaron síntomas de ansiedad, depresión, insomnio e hipocondría entre otros.
En este clima de sufrimiento mental, los psicólogos también nos hemos visto sobrepasados: