Pese a ser la principal causa de muerte externa en España, el suicidio sigue siendo tabú en la mayoría de los hogares. En torno a él se han creado mitos como que es una llamada de atención, que quién se quiere suicidar de verdad lo consigue hacer o que es un acto de egoísmo. Y pese a que todo el mundo tiene una opinión al respecto, pocos conocen las verdaderas secuelas del suicidio.
En la familia de Maite, el suicidio es una realidad que les tocó muy de cerca, ya que cuando tenía 9 años su madre intentó quitarse la vida por primera vez. “Mi hermano me fue a buscar al colegio y yo pensé que se había muerto la abuela”, recuerda. “No entendía nada. En el hospital estaban mis tíos, mi padre y mis abuelos, pero nadie me explicó lo que pasaba. Sólo me dijeron que mi madre estaba muy mala, y les oí decir que a lo mejor no salía de esa”.
Tras una complicada intervención, la madre de Maite logró superar las lesiones provocadas tras el intento de suicidio, pero en ningún momento recibió la atención psicológica que realmente precisaba para vivir. “Hay gente que romantiza el suicidio, pero quien intenta suicidarse no es ni malo, ni bueno, sino una persona que no ha recibido la ayuda profesional que necesitaba”, explica Maite.
Varios meses después e inmersa en una depresión, su madre volvió a realizar un intento de suicidio. “Esto fue como la gota que colmó el vaso y por fin mis abuelos y mi padre se dieron cuenta de que tenían que hacer algo”, relata.
“Psiquiatras, psicólogos, ingresos involuntarios y voluntarios, hospitales de día, clínicas privadas, centros públicos… Esa fue mi infancia, pero por suerte tuvo un final feliz”. Tras varios años, la madre de Maite recibió un diagnóstico psicológico definitivo y un tratamiento que le hizo mejorar.
“Cuando estuvo bien yo ya tenía 16 años de edad y entendía todo, pero cuando empezaron sus problemas de salud mental era demasiado pequeña y lo pasé fatal”, confiesa. “Pensé que era culpa mía, que cada vez que me echaba la bronca yo estaba empujándola a quitarse la vida. Y lo peor de todo es que viví con esa culpa porque no quería preocupar a nadie. Si lo hubiese dicho o si un psicólogo me hubiese atendido, no habríamos sufrido ni yo ni mi hermano ciertas secuelas”. Es por ello que Maite defiende un protocolo para prevenir los suicidios y, sobre todo, para proteger a la persona que intenta quitarse la vida y a su familia.
1. No eres un sustituto del psicólogo
Cuando somos adultos, aprendemos ciertas nociones básicas sobre lo que hacer o no en un caso de emergencia. Sin embargo, de pequeños reaccionar ante una situación crítica es complicado. Por eso no debemos exigir a una menor mayor responsabilidad de la que puede asumir. Un hijo ni puede ni debe ser el terapeuta de sus padres, ni tampoco su vigilante. Por lo tanto:
2. No cuestiones lo que tu padre/madre siente por ti
Hay ciertas creencias que pueden surgir cuando un progenitor intenta quitarse la vida. “Seguro que no me quiere”, “le da igual que yo pueda sufrir”, “no soy un buen hijo”… Todas ellas son falsas.
Cuando una persona se intenta suicidar o lo consigue, es porque se encuentra inmersa en un estado de sufrimiento inmenso, pero ese sufrimiento no tiene ninguna relación con lo que siente por ti. Puedes querer a tu hijo más que a nada en el mundo y aun así sufrir un trastorno depresivo con ideaciones suicidas.
Lo importante es ayudar a esa persona, no juzgar lo que siente por su familia. Por eso debemos dejar de lado argumentos como “si de verdad quisieses a tus hijos no intentarías suicidarte”, ya que sólo aumentan la culpabilidad e incluso pueden desembocar en otro intento de suicidio.
3. Ni te culpes, ni le culpes
Cuando una persona de nuestro entorno, especialmente si es un padre, intenta quitarse la vida, lo último que debemos hacer es buscar culpables porque no los hay.
La responsabilidad de algo así no es ni de quién padece un trastorno, ni de sus seres queridos por no darse cuenta antes de que algo iba mal. Nadie es culpable, igual que tampoco lo es cuando una persona padece una enfermedad física como cáncer o diabetes.
Los trastornos mentales son estigmatizados y siempre se culpabiliza a quienes los padecen, como si no pusiesen de su parte para ponerse bien. Frenemos este círculo vicioso.
Recuerda que tanto tú como tu padre estáis haciendo todo lo que podéis y, sobre todo, lo que sabéis. Escuchad a quienes os ofrecen ayuda profesional, ya sean médicos, psicólogos o psiquiatras, y permaneced más unidos que nunca.